domingo, 6 de octubre de 2024

Los escritores y el cine mudo: Blasco Ibáñez y Buñuel (8)

 El cine había nacido y se estaba desarrollando a su alrededor pero ni los escritores de la generación del 98 ni la mayoría de los autores literarios de comienzos del siglo XX mostraron gran interés por el nuevo arte. Más bien lo trataban con desprecio. Unamuno, por ejemplo, se negaba a permitir que llevaran sus novelas a la pantalla. “Si etimológicamente “película” significa “pellejo” –decía– “peliculear” una obra literaria no sería otra cosa que “despellejarla”. Machado definía el cine como “un invento de Satanás para aburrir al género humano” y Pío Baroja echaba pestes de las adaptaciones que se hacían de sus obras. Hubo, sin embargo, algunas excepciones. Dramaturgos como Eduardo Marquina, Joaquín Dicenta o Adriá Gual escribieron argumentos originales para la pantalla o adaptaron sus propias obras. 

Ricardo Baroja

Un caso curioso es el de Ricardo Baroja Nessi, el hermano mayor de Pío Baroja, participó como actor en el cine unas veces para ayudar a sus amigos y otras por dinero para llevar un buen nivel de vida. En el libro Gente del 98 trazó su propia semblanza de escritor, pintor, grabador y activo miembro de las tertulias literarias. Su primera colaboración la hizo en un film de su amigo el arquitecto vasco Nemesio M. Sobrevila El sexto sentido que no es otra cosa que la cámara cinematográfica. La película solamente se proyectó en sesiones privadas debido a su carácter vanguardista y de ensayo, lo que le permitía decir al aprendiz de actor que su amigo se empeñaba en perder el peculio familiar filmando películas. Posteriormente intervino en Zalacaín el aventurero, interpretando a Tellagorri, papel más importante que el de la película anterior. Al perder un ojo en un accidente de coche, abandonó el grabado por la pintura y se dedicó más a la literatura. Contrasta su opinión con la de sus amigos cineastas, defensores del cine como arte: Yo, la verdad, a riesgo de incurrir en la indignación de una inmensa mayoría de gentes me atrevo a decir que el cine, a veces agradable y entretenido, tiene escasas cualidades de las artes gráficas, de la literatura y de la música. Se detiene después el escritor en una consideración arbitraria y sin base por la que es condición de toda obra artística su posibilidad de repetición; ¿quién es capaz de ver tres veces seguidas la misma película? Creo que nadie. 

Blasco Ibañez 

La excepción fue el escritor valenciano Blasco Ibáñez que encontró en el cine un medio que le facilitó fama y reconocimiento mundial. El éxito que tuvieron las primeras versiones de “Los cuatro jinetes del Apocalipsis” y “Sangre y arena” hicieron que se rodaran otras muchas películas basadas en sus obras sobre todo en la etapa muda: “Los enemigos de la mujer”, “El torrente”, que fue la primera película americana de Greta Garbo, “Mare Nostrum” o “La tierra de todos”, de nuevo con la Garbo en su reparto. En España también se rodaron numerosas adaptaciones de novelas de Blasco Ibáñez. La primera, en 1913, fue “Tonto de la huerta”, basada en su cuento “Demonio”.

Para Vicente Blasco Ibáñez el cine fue la nueva Odisea de los tiempos modernos: "Puede uno, gracias al cinematógrafo, ser aplaudido en la misma noche en todas las regiones del globo... esto es tentador y conseguirlo, representaría la conquista más enorme y victoriosa que puede coronar una existencia". Gracias a la gran pantalla, su obra ha dado la vuelta al mundo y ha seducido los públicos más diversos. 

Buñuel 

El cine mudo fue el refugio con el surrealismo y el dadaísmo como principales idiomas estilísticos, en el que artistas como Marcel Duchamp, Fernand Léger, Man Ray o Luis Buñuel se rebelaron contra la explosión de Hollywood reinante en los años 20 del siglo pasado.

 Un perro andaluz (1929), un mediometraje franco-español mudo, es todo un clásico del cine, una obra de culto fruto de la poderosa imaginación de dos jóvenes -Buñuel tenía 29 años y Dalí 25- poseedores de un talento tan singular como genial. Las dos primeras obras de Buñuel están repletas de imágenes deudoras de la pintura surrealista e imposibles de borrar de la retina: los esqueletos de dos obispos en unas rocas del mar, el burro sobre el piano, la mano y las hormigas, el berrinche del aristócrata que destruye su propia casa… Con Un perro andaluz y La edad de oro, Luis Buñuel se ganó un lugar entre los mejores directores de todos los tiempos. A pesar de tratarse de dos joyas del cine mudo, su musicalización siempre ha sido fundamental, como el propio Buñuel ya indicara.

El 1908, cuando era un niño, descubrió el cine en un local llamado ‘Farrucini’ en Zaragoza. Se trataba de una barraca cubierta por una lona en el que el público se sentaba en bancos. Las primeras imágenes animadas que vio fueron las de un cerdo que cantaba envuelto en una bufanda de varios colores, mientras que gracias a un fonógrafo colocado detrás de la pantalla se escuchaba una canción. Era una película a color, pintada fotograma a fotograma. “Por aquel entonces el cine no era más que una atracción de feria, un simple descubrimiento de técnica”, comenta el director en su libro autobiográfico Mi último suspiro. Años más tarde, tampoco olvidó cómo le impresionó el primer travelling que vio en la gran pantalla avanzando hacia él: una cara que se volvía cada vez más grande con la sensación de que fuera a tragarse a los espectadores. 

De la relación del cine en general con la literatura ya me encargué en una entrada anterior: Cine y literatura/ Literatura y cine

Para saber más 

Rafael Utrera, Modernismo y 98 frente a Cinematógrafo 

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