viernes, 23 de febrero de 2024

Mi imperfecto arte de conservar (más caro el collar que el perro y aprendiz de todo, maestro de nada)


1. Fase de Optimismo: el plato roto y sus piezas 
Juro por dios que es la última vez que sigo un tutorial de youtube que me obliga a mirar otros sobre el mismo tema. Los youtubers te engañan tanto como los de Bricomanía. Se me rompió en la terraza un plato, no especialmente bonito pero con firma, que mi madre había comprado en Granada. El cordón de yute que lo sujetaba a la alcayata se pasó y el plato voló hasta que cayó roto en múltiples pedazos. Como estaba sensibilizada en el arte de pegar y no tirar (ver entrada anterior El kintsugi, el valor de lo imperfecto, mira que bonito queda), decidí ponerlo en práctica. Los obsesivos somos así, no perdemos nunca la esperanza. Aunque yo sabía de antemano que me iba a salir más caro el collar que el perro, expresión que sintetiza perfectamente lo que el sentido común nos dice: el esfuerzo y los costos asociados a restaurar un objeto superan ampliamente el precio del mismo, sobre todo si eres una manazas como yo.
 
2.  La realidad: el pegamento no funciona 
Llevo una semana dedicada a ello. Primero los utensilios no los tienes en casa, en internet un kit completo cuesta aproximadamente 30 euros, si los compras por separado en tiendas especializadas salen todavía más caros. Voy a restaurarlo con los medios que tengo a mi alcance, me dije. El pegamento que guardaba cuidadosamente en la nevera está casi seco, pero yo termino con los dedos pegados. Parece que con la ayuda de cinta de carrocero y unas pinzas de la ropa se van amalgamando las piezas. Craso error, se desprenden por el peso, utilizo un cuchillo para quitar el pegamento de los bordes, me corto y todo se llena de sangre. Miro otro tutorial que me dice que la silicona líquida unida a la arcilla blanca sirve para unir y rellenar los huecos. Descubro que tal afirmación es verdad en algunos fragmentos, pero no en todos. Vuelta a empezar, me tiene que salir por narices. Compro un pegamento nuevo pero ya no encajan bien las piezas. Finalmente, después de varios intentos, se pegó precariamente y pinté las cicatrices con un espantoso esmalte dorado de uñas. Terminó malamente restaurado. No ha merecido la pena esta reconstrucción low cost del plato que cada vez más se parece a una paella. Menos mal que no era de una vajilla y no hay que comer en él. 

Un ejemplo más de que la vida es un esfuerzo inútil, hay cosas que no tienen arreglo y por tanto hay que desecharlas. Las heridas dejan secuelas y si no se restauran bien y se embellecen, permanecen abiertas en nuestra memoria.  La próxima vez leeré un libro y me dejaré de zarandajas. Aprendiz de todo, maestro de nada que diría mi abuela Ángeles. 


3. Resultado final, tal vez embellecido por el filtro del móvil  


domingo, 11 de febrero de 2024

Silvia Hernando: La menstruación sale del armario

 

Menstruation Myths, 2021 LAIA ABRIL
Proscrita de la conversación pública como algo sucio y vergonzoso, la menstruación y su cese, la menopausia, toman impulso en la producción cultural reciente con nuevos libros, películas y obras de arte

Los poemas menstruales no son novedad, ya en su día los escribió Emily Dickinson, ni tampoco la regla ha sido un aspecto ajeno al arte feminista. Pero ahora está desplegándose una tendencia cultural. No es solo biología. Es una tendencia también literaria, audiovisual, plástica. Ha podido verse en escenas de Saltburn o en la novela La soldada de Paulina Tuchschneider, es leitmotiv en Red de Pixar o motivo de la obra de Laia Abril, galardonada con el Premio Nacional de Fotografía y una de cuyas obras sobre la revisión del imaginario lunar asociado erróneamente a la regla es la imagen de portada de esta semana en Babelia.

Suciedad, asco, indecencia… Debilidad, enfermedad, “estar mala”… Existe una montaña de prejuicios conmiserativos asociados a la menstruación, tópicos denigratorios de una época que ha terminado. No solo es el cambio de sensibilidad que obliga a integrar las miradas tanto tiempo ocultadas, también nuevo conocimiento que se elabora desde ámbitos complementarios: está la perspectiva médica, pero también la política o la económica. Abordarlo con sentido y sensibilidad es lo que se ha propuesto Silvia Hernando al leer nuevos reportajes, ensayos o poemas sobre la cuestión. También sobre la menopausia.


Hay quien podría pensar que visibilizar este nuevo ciclo de la regla es una demostración más del feminismo radical que aterroriza cabeceras progresistas como la nuestra. Es exactamente lo contrario. El terror es seguir queriendo ignorar. No hay mejor herramienta para repensar la vida del cuerpo que el saber, el arte, la literatura. Provocando incluso, como hicieron en su día los poemas en gallego de Lupe Gómez y que acaban de editarse en castellano.



https://elpais.com/babelia/2024-02-10/la-menstruacion-sale-del-armario.html



viernes, 9 de febrero de 2024

Mi despertar de la conciencia ambiental


Premio Nacional de Narrativa 2023
En la entrevista* a la escritora Pilar Adón (Madrid, 1972) que ha triunfado con su novela ‘De bestias y aves’ (Galaxia Gutenberg), afirma que para ella la naturaleza es un personaje más: " No se trata de un simple fondo o de un espacio útil en el que situar a los demás personajes: su presencia tiene un porqué, y es esencial como elemento generador de inquietud o de calma". Fue su padre quien despertó su conciencia ambiental, lo que la llevó a estudiar Derecho Medioambiental:

Aprendí de mi padre la reutilización máxima. Él nació en 1941 y supo lo que era el hambre y la escasez, pero incluso pasados los años, cuando ya no tenía por qué, seguía guardando cada clavo, cada tornillo, cada cable. Reutilizaba las barras que sobraban de alguna obra, por ejemplo, para orientar la parra. Yo he heredado eso y me cuesta tirar cosas que sé que se pueden usar. Tengo montones de cordones y trozos de cuerdas metidos en cajas, nunca me deshago de una bolsa, un folio, sin darles todos los usos que puedo. Nunca tiro comida, y me veo comiendo los restos de lo que ha quedado de la cena por no desaprovecharlos, lo que puede resultar poco conveniente a veces. Tengo ropa de hace años que sigo poniéndome, y hace mucho que decidí tener una especie de uniforme que consiste en un mismo modelo de jerséis y faldas de los que tengo varias prendas, quita y pon, hechas de tejidos ecológicos o reciclados, y así, además, ahorro tiempo frente al armario.

Suscribo todo lo que dice, aunque en mi caso le debo a mi madre el despertar de mi conciencia ambiental porque era una amante de las plantas y las aves, y fue educada también en el concepto de reducción y reutilización. Precisamente estos días estoy poniendo orden en mis cajones en un intento de ordenar también mi vida y no hay manera de que pueda tirar nada por si acaso, excepto la ropa en la que ya no puedo entrar y que deposito en los contenedores sin saber si acabará siendo reutilizada o contaminando un local de Coslada. Y además hago compost con los residuos orgánicos.

*Pilar Adón: “Me cuesta tirar cosas que sé que se pueden usar”

Eduardo Galeano 

Después de leer el artículo anterior, encontré el escrito de Eduardo Galeano (1940– 015) Me caí del
mundo y no sé por dónde se entra. 

(Para mayores de 50) pero deberían leerlo todos los que sepan leer.   

 https://www.youtube.com/watch?v=V0PBxazDgqo

  Lo que me pasa es que no consigo andar por el mundo tirando cosas y cambiándolas por el modelo siguiente sólo porque a alguien se le ocurre agregarle una función o achicarlo un poco.
  No hace tanto, con mi mujer, lavábamos los pañales de los críos, los colgábamos en la cuerda junto a otra ropita, los planchábamos, los doblábamos y los preparábamos para que los volvieran a ensuciar.

  Y ellos, nuestros nenes, apenas crecieron y tuvieron sus propios hijos se encargaron de tirar todo por la borda, incluyendo los pañales.
 ¡Se entregaron inescrupulosamente a los desechables! Si, ya lo sé. A nuestra generación siempre le costó botar. ¡Ni los desechos nos resultaron muy desechables! Y así anduvimos por las calles guardando los mocos en el pañuelo de tela del bolsillo.
   ¡¡¡Nooo!!! Yo no digo que eso era mejor. Lo que digo es que en algún momento me distraje, me caí del mundo y ahora no sé por dónde se entra. Lo más probable es que lo de ahora esté bien, eso no lo discuto. Lo que pasa es que no consigo cambiar el equipo de música una vez por año, el celular cada tres meses o el monitor de la computadora todas las navidades.
  ¡Guardo los vasos desechables!
  ¡Lavo los guantes de látex que eran para usar una sola vez!
   ¡Los cubiertos de plástico conviven con los de acero inoxidable en el cajón de los cubiertos!
   Es que vengo de un tiempo en el que las cosas se compraban para toda la vida!
   ¡Es más!
    ¡Se compraban para la vida de los que venían después!
    La gente heredaba relojes de pared, juegos de copas, vajillas y hasta palanganas de loza.
    Y resulta que en nuestro no tan largo matrimonio, hemos tenido más cocinas que las que había en todo el barrio en mi infancia y hemos cambiado de refrigerador tres veces.
  ¡¡Nos están fastidiando! ! ¡¡Yo los descubrí!! ¡¡Lo hacen adrede!! Todo se rompe, se gasta, se oxida, se quiebra o se consume al poco tiempo para que tengamos que cambiarlo. Nada se repara. Lo obsoleto es de fábrica.
     ¿Dónde están los zapateros arreglando las media-suelas de los tenis Nike?
     ¿Alguien ha visto a algún colchonero escardando colchones casa por casa?
    ¿Quién arregla los cuchillos eléctricos? ¿El afilador o el electricista?
    ¿Habrá teflón para los hojalateros o asientos de aviones para los talabarteros?
      Todo se tira, todo se desecha y, mientras tanto, producimos más y más y más basura.
    El otro día leí que se produjo más basura en los últimos 40 años que en toda la historia de la humanidad.
    El que tenga menos de 30 años no va a creer esto: ¡¡Cuando yo era niño por mi casa no pasaba el que recogía la basura!!
    ¡¡Lo juro!! ¡Y tengo menos de... años!
    Todos los desechos eran orgánicos e iban a parar al gallinero, a los patos o a los conejos (y no estoy hablando del siglo XVII)
  No existía el plástico ni el nylon. La goma sólo la veíamos en las ruedas de los autos y las que no estaban rodando las quemábamos en la Fiesta de San Juan .
    Los pocos desechos que no se comían los animales, servían de abono o se quemaban. De 'por ahí' vengo yo. Y no es que haya sido mejor.. Es que no es fácil para un pobre tipo al que lo educaron con el 'guarde y guarde que alguna vez puede servir para algo', pasarse al 'compre y bote que ya se viene el modelo nuevo’. Hay que cambiar el auto cada 3 años como máximo, porque si no,  eres un arruinado. Así el coche que tenéis esté en buen estado . Y hay que vivir endeudado eternamente para pagar el nuevo!!!!  Pero por Dios.
    Mi cabeza no resiste tanto.
   Ahora mis parientes y los hijos de mis amigos no sólo cambian de celular una vez por semana, sino que, además, cambian el número, la dirección electrónica y hasta la dirección real.
   Y a mí me prepararon para vivir con el mismo número, la misma mujer, la misma casa y el mismo nombre (y vaya si era un nombre como para cambiarlo) Me educaron para guardar todo. ¡¡¡Toooodo!!! Lo que servía y lo que no. Porque algún día las cosas podían volver a servir. Le dábamos crédito a todo.
  Si, ya lo sé, tuvimos un gran problema: nunca nos explicaron qué cosas nos podían servir y qué cosas no. Y en el afán de guardar (porque éramos de hacer caso) guardamos hasta el ombligo de nuestro primer hijo, el diente del segundo, las carpetas del jardín de infantes y no sé cómo no guardamos la primera caquita. ¿Cómo quieren que entienda a esa gente que se desprende de su celular a los pocos meses de comprarlo?
 ¿Será que cuando las cosas se consiguen fácilmente, no se valoran y se vuelven desechables con la misma facilidad con la que se consiguieron?
    En casa teníamos un mueble con cuatro cajones. El primer cajón era para los manteles y los repasadores, el segundo para los cubiertos y el tercero y el cuarto para todo lo que no fuera mantel ni cubierto. Y guardábamos.. . ¡¡Cómo guardábamos!! ¡¡Tooooodo lo guardábamos!! ¡¡Guardábamos las tapas de los refrescos!! ¡¿Cómo para qué?! Hacíamos limpia-calzados para poner delante de la puerta para quitarnos el barro. Dobladas y enganchadas a una piola se convertían en cortinas para los bares. Al terminar las clases le sacábamos el corcho, las martillábamos y las clavábamos en una tablita para hacer los instrumentos para la fiesta de fin de año de la escuela. ¡Tooodo guardábamos!
   Cuando el mundo se exprimía el cerebro para inventar encendedores que se tiraban al terminar su ciclo, inventábamos la recarga de los encendedores descartables. Y las Gillette -hasta partidas a la mitad- se convertían en sacapuntas por todo el ciclo escolar. Y nuestros cajones guardaban las llavecitas de las latas de sardinas o del corned-beef, por las dudas que alguna lata viniera sin su llave. ¡Y las pilas! Las pilas de las primeras Spica pasaban del congelador al techo de la casa. Porque no sabíamos bien si había que darles calor o frío para que vivieran un poco más. No nos resignábamos a que se terminara su vida útil, no podíamos creer que algo viviera menos que un jazmín.
 Las cosas no eran desechables. Eran guardables. ¡¡¡Los diarios!!! Servían para todo: para hacer plantillas para las botas de goma, para poner en el piso los días de lluvia y por sobre todas las cosas para envolver.. ¡¡¡Las veces que nos enterábamos de algún resultado leyendo el diario pegado al trozo de carne!!!
 Y guardábamos el papel plateado de los chocolates y de los cigarros para hacer guías de pinitos de navidad y las páginas del almanaque para hacer cuadros y los goteros de las medicinas por si algún medicamento no traía el cuentagotas y los fósforos usados porque podíamos prender una hornalla de la Volcán desde la otra que estaba prendida y las cajas de zapatos que se convirtieron en los primeros álbumes de fotos y los mazos de naipes se reutilizaban aunque faltara alguna, con la inscripción a mano en una sota de espada que decía 'éste es un 4 de bastos'.
 Los cajones guardaban pedazos izquierdos de pinzas de ropa y el ganchito de metal. Al tiempo albergaban sólo pedazos derechos que esperaban a su otra mitad para convertirse otra vez en una pinza completa.
  Yo sé lo que nos pasaba: nos costaba mucho declarar la muerte de nuestros objetos. Así como hoy las nuevas generaciones deciden 'matarlos' apenas aparentan dejar de servir, aquellos tiempos eran de no declarar muerto a nada: ¡¡¡ni a Walt Disney!!!
    Y cuando nos vendieron helados en copitas cuya tapa se convertía en base y nos dijeron: 'Cómase el helado y después tire la copita', nosotros dijimos que sí, pero, ¡¡¡minga que la íbamos a tirar!!! Las pusimos a vivir en el estante de los vasos y de las copas. Las latas de arvejas y de duraznos se volvieron macetas y hasta teléfonos. Las primeras botellas de plástico se transformaron en adornos de dudosa belleza. Las hueveras se convirtieron en depósitos de acuarelas, las tapas de botellones en ceniceros, las primeras latas de cerveza en portalápices y los corchos esperaron encontrarse con una botella.
    Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores que se desechan y los que preservábamos. ¡¡¡Ah!!! ¡¡¡No lo voy a hacer!!! Me muero por decir que hoy no sólo los electrodomésticos son desechables; que también el matrimonio y hasta la amistad son descartables.
  Pero no cometeré la imprudencia de comparar objetos con personas. Me muerdo para no hablar de la identidad que se va perdiendo, de la memoria colectiva que se va tirando, del pasado efímero.. No lo voy a hacer. No voy a mezclar los temas, no voy a decir que a lo perenne lo han vuelto caduco y a lo caduco lo hicieron perenne. No voy a decir que a los ancianos se les declara la muerte apenas empiezan a fallar en sus funciones, que los cónyuges se cambian por modelos más nuevos, que a las personas que les falta alguna función se les discrimina o que valoran más a los lindos, con brillo, pegatina en el cabello y glamour
    Esto sólo es una crónica que habla de pañales y de teléfonos móviles. De lo contrario, si mezcláramos las cosas, tendría que plantearme seriamente entregar a la 'Maruja' como parte de pago de una señora con menos kilómetros y alguna función nueva. Pero yo soy lento para transitar este mundo de la reposición y corro el riesgo de que la 'Maruja' me gane de mano y sea yo el entregado.


sábado, 3 de febrero de 2024

Muñoz Molina, Fantasmas de doblaje

Otro buen artículo de Muñoz Molina en El País, Fantasmas de doblaje, sobre los
anglicismos y su mala utilización. Los copiamos literalmente o hacemos traducciones erróneas de palabras inglesas parecidas al español y con su utilización deficiente nos sentimos más inteligentes. Merece la pena leerlo íntegramente. 

Somos los espectros de una traducción mediocre del inglés, admiradores de una fiesta a la que nunca estaremos invitados. Y lo grave no es el calco de las palabras, sino de las experiencias mismas

"Hablamos y hasta vivimos cada vez más como personajes en una película doblada, en la que hay siempre una desconexión entre las caras y las voces, una discordancia entre el mundo que representa la película y el idioma artificial injertado en ella, ajeno a cualquier acento verdadero, aunque intentando una cercanía forzada al idioma de origen. También el idioma que hablamos nosotros se parece al de los doblajes, porque está influido, contaminado por él, y ya decimos que algo es jodidamente o malditamente esto o lo otro, y el epíteto “puto” aspira a la equivalencia con el admirado fucking de las películas y las novelas..."