Delirio de cristal, enfermedad mental o realidad
De vez en cuando aparecen artículos en la prensa sobre la
enfermedad mental de la nobleza llamada " delirio de cristal", registrada en Europa occidental principalmente en los siglos XV al XVII. El vidrio entonces se consideraba mágico, porque no era
fácil comprender cómo la arena podía manipularse para convertirla en
vidrio. Quienes lo sufrían pensaban que
su cuerpo o parte de él eran de cristal y por tanto podían quebrarse en añicos.
El caso más famoso fue el del rey Carlos VI de Francia.
La medicina actual
contempla enfermedades genéticas (la osteogénesis imperfecta) y raras (síndrome
de McCune-Albright) que hacen que los huesos se fracturen sin motivo
aparente y obliga a los enfermos a estar
postrados en una cama. La más común es la osteoporosis
que disminuye la densidad de masa ósea y hace que los huesos se vuelvan más
porosos; afecta sobre todo a las mujeres después de la menopausia, es culpable
de la mayoría de las roturas.
Reflejo en la literatura
Una de las máximas del mimógrafo y aforista romano Publilio Siro (s. I a.C.) dice:
Fortuna vitrea est: tum cum splendet frangitur.
(La fortuna es de vidrio: cuando más brilla se rompe)
La frase, algo tranformada, llegó a ser uno de los emblemas del Renacimiento y el
Barroco, con la concisión propia del género:
SPLENDET DVM FRANGITVR
(brilla mientras se rompe)
Se refiere al proceso de fabricación del vidrio, cuando la ampolla incandescente está en el mayor riesgo de romperse, y suele aparecer en las colecciones emblemáticas con el grabado correspondiente, siempre con el sentido moral del escritor romano.
Cervantes dedicó una de sus Novelas Ejemplares a esta creencia, El licenciado vidriera, que publicó en 1613, años después de El Quijote. El protagonista es envenenado por un membrillo, como si de la fruta prohibida se tratase, provocándole la "ilusión del vidrio". A mí, el licenciado Vidriera, siempre me pareció tan cuerdo como don Quijote, los dos personajes eran incapaces de desenvolverse en la vida cotidiana y se protegieron en su locura para criticar a la sociedad en la que vivieron. Don Quijote decidió vivir en el mundo de la caballería y el licenciado decidió aislarse para no quebrarse. Ambos se mueven entre la cordura y la locura, entre las armas y las letras, entre la realidad y el deseo, entre la literatura y la vida, pero en lo que atañe a lo demás son muy cuerdos.
Los huesos, como el vidrio, las burbujas, los relojes de arena y las flores marchitas, son un símbolo de lo efímero de la vida en la tierra. El Licenciado Vidriera es, por tanto, una alegoría de la fragilidad en el mundo barroco.La forma splendet dum frangitur fue usada por Rafael Sánchez Ferlosio para encabezar la segunda parte de su colección de ensayos Las semanas del jardín (1974), título de evidente estirpe cervantina.
De ágil a frágil
Carmen tenía un cuerpo muy ágil que con el tiempo se volvió extremadamente
frágil, pesaba muy poco y siempre estaba dispuesta a subirse a un promontorio para conseguir cualquier objeto que no estuviese a su alcance. De
pequeña se subía a los árboles a coger fruta o se encaramaba a un burro sin
pensárselo dos veces, aunque terminase en el suelo. No tenía ningún temor a las caídas, ni había sido criada entre algodones. No se amilanó cuando un coche
la atropelló con el semáforo en verde y la volteó por los aires, ni cuando poco
después se cayó de la mesa camilla a la que se había subido para colocar unos
visillos. Los males empezaron con la menopausia y la aparición silenciosa de la
osteoporosis, se rompió la cadera en la calle porque, según ella, había tropezado
con una raíz de un árbol que sobresalía. En ese momento, creyó oír el ruido de
los huesos al romperse como cuando le das un golpe al vidrio y sintió que las
ternillas que sujetan los músculos habían estallado como un espejo. A partir de ese momento, el miedo paralizante se instaló en su mente, miedo a caerse y a romperse porque ya le había ocurrido. Y empezó una escalada de roturas: una muñeca, luego el brazo y la otra
cadera, para terminar con un cambio de prótesis en la primera cadera; en total, cuatro operaciones que la hicieron
dependiente de los demás. Con su
buen humor ácido, manifestaba que se había convertido en el licenciado Vidriera. Ya no salía de su casa, su belleza se mantenía protegida entre sus muros como las figuritas de cristal que asomaban tras la vitrina de su salón. Su cuerpo se convirtió en un mírame y no me toques, no quería romperse de nuevo. Antes era firme y ligera, de
carne y hueso; ahora, inmóvil y lábil, de cristal.