Mostrando entradas con la etiqueta fruslerías. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta fruslerías. Mostrar todas las entradas

sábado, 10 de agosto de 2024

Muelas cordales y patas sable


Las patas de sable 
¿Quë tienen que ver las cordales* con las patas de un sillón? Mucho y nada. Coinciden en el número y, a veces, las muelas inferiores se tuercen como las patas posteriores de algunos asientos. Se diferencian en que las muelas son móviles y hay que quitarlas si descolocan a sus vecinas y, en cambio, las patas no se juntan entre sí, son firmes. A estas conclusiones absurdas llegué después de varias horas sentada en la salita de espera de un cirujano maxilofacial al que acudí urgentemente, sin cita, este mes de julio. Para no salir huyendo y distraer mi mente, me fijé en el mobiliario de tipo inglés en el que destacaban cuatro sillones, uno tenía las patas traseras torcidas, el que estaba enfrente tenía una recta y otra no y el de la derecha las tenía al contrario. Moviéndome, descubrí que este extraño trampantojo dependía del punto de vista. Algún ingenioso carpintero había diseñado unas patas en forma de sable para crear ese  paralelismo: mis muelas del maxilar inferior estaban tan torcidas como esas patas traseras. En mi mente la pata que simulaba una espada curva era la metáfora perfecta del instrumental médico que me iban a clavar en la encía. En vez de patas, veía elevadores de raíces, fórceps y alicates.

Una recta, otra no 
Vayamos al principio. Como mi mandíbula es muy pequeña, siempre pensé que las muelas del juicio no me habían salido porque no tenían sitio. Pero después de sufrir problemas en el oído, latigazos eléctricos de un nervio afluente del trigémino e inflamaciones de los ganglios, me las descubrieron a esta edad en que la cordura ya empieza a desaparecer. No quedaba más remedio que extraerlas. Cuando estaba preparada para ello, sentada en la unidad dental*, después de una radiografía y un TAC, mi dentista dijo que no se atrevía, que estaban en un lugar peligroso y lo mejor era ir a un hospital para que las extrajese un cirujano maxilofacial porque podrían generarse problemas serios. No se atrevió a meter los pulgares entre las cordales. Así que después de llevar más de veinte años con esa aseguradora dental cuyo nombre empieza por A, me quedé compuesta y sin cirujano.

Vayamos al final. Tuve suerte porque, después de muchos intentos, di con un joven cirujano muy competente que me informó correctamente de los riesgos. Quince días después me puse en sus manos y abandoné en su consulta mis cordales del lado derecho. La extracción fue perfecta, lo más doloroso fue el postoperatorio porque una muela estaba cariada. 

*Nombre que se le da ahora al sofisticado sillón de dentista y que yo llamo potro de tortura. Ver: Maltratada por el dentista.

** Algunas muelas tienen nombre propio, como las "Muelas del Juicio" o cordales, que deriva de cordatus (cuerdo) porque aparecen a una edad en la que supuestamente la persona ya es madura, es decir, tiene cordura mental. De hecho, también en El Quijote, Sancho Panza menciona el refrán “entre dos muelas cordales nunca metas tus pulgares”, una metáfora que aconseja no entrar en conflictos familiares porque, al igual que estas últimas piezas dentales, tienen mucha fuerza y trituran lo que se ponga entre ellas. Los molinos y las muelas del Quijote


domingo, 14 de julio de 2024

El taburete asesino

La barra de un bar puede convertirse en un sitio peligroso, todo el mundo lo sabe. La alegría etílica lleva a la torpeza y se producen contratiempos, que me has pisado, que me miras mal… que conducen a escenas desagradables. Aunque este no es el caso. Fue un accidente provocado por la mente perversa de un diseñador .
Estábamos esperando turno en una barra angosta de un restaurante donde continuamente, sorteando una peligrosa escalera, pasaban las camareras equilibristas llevando los platos de exquisito olor al comedor. A mi lado había dos jóvenes fornidos, sentados en sendos taburetes de estilo industrial, que iban antes que nosotros. Finalmente, los llamaron y fue tal la alegría del que estaba sentado a mi espalda que salió en estampida, de modo que el taburete, desequilibrado porque tenía el respaldo ribeteado por una barra de hierro, se venció hacia atrás. No cayó al suelo, porque yo, que estaba de espaldas ajena al movimiento, lo paré con mis tobillos. En ese momento, pensé que algún loco me había golpeado con un objeto contundente o que había ocurrido un terremoto y que la tierra me iba a tragar. Solo pude articular una frase peliculera mientras las lágrimas descendían por mis mejillas: "no siento las piernas". El bruto se acercó a mí diciendo que no había sido a propósito. Me levanté los pantalones y aparecieron unas heridas ensangrentadas. Afortunadamente no me caí como me suele pasar, pero el tremendo dolor y el calor pegajoso me amargaron ese día y los siguientes. A la semana, mis tobillos estaban tan negros como los de un sin techo que lleva meses sin ver el agua. Un mes después, los huesos y los músculos se resisten a curarse, el dolor implacable persiste cuando camino. El médico ha diagnosticado una tendinitis de Aquiles en los dos tobillos. Otro ejemplo de la mala pata y la mala racha. Deberían meter en la cárcel al que diseñó el artilugio asesino junto al joven imprudente.

P.D.: La foto que acompaña estas líneas no es la del taburete que causó el daño, es el más parecido que he encontrado en internet. 

viernes, 23 de febrero de 2024

Mi imperfecto arte de conservar (más caro el collar que el perro y aprendiz de todo, maestro de nada)


1. Fase de Optimismo: el plato roto y sus piezas 
Juro por dios que es la última vez que sigo un tutorial de youtube que me obliga a mirar otros sobre el mismo tema. Los youtubers te engañan tanto como los de Bricomanía. Se me rompió en la terraza un plato, no especialmente bonito pero con firma, que mi madre había comprado en Granada. El cordón de yute que lo sujetaba a la alcayata se pasó y el plato voló hasta que cayó roto en múltiples pedazos. Como estaba sensibilizada en el arte de pegar y no tirar (ver entrada anterior El kintsugi, el valor de lo imperfecto, mira que bonito queda), decidí ponerlo en práctica. Los obsesivos somos así, no perdemos nunca la esperanza. Aunque yo sabía de antemano que me iba a salir más caro el collar que el perro, expresión que sintetiza perfectamente lo que el sentido común nos dice: el esfuerzo y los costos asociados a restaurar un objeto superan ampliamente el precio del mismo, sobre todo si eres una manazas como yo.
 
2.  La realidad: el pegamento no funciona 
Llevo una semana dedicada a ello. Primero los utensilios no los tienes en casa, en internet un kit completo cuesta aproximadamente 30 euros, si los compras por separado en tiendas especializadas salen todavía más caros. Voy a restaurarlo con los medios que tengo a mi alcance, me dije. El pegamento que guardaba cuidadosamente en la nevera está casi seco, pero yo termino con los dedos pegados. Parece que con la ayuda de cinta de carrocero y unas pinzas de la ropa se van amalgamando las piezas. Craso error, se desprenden por el peso, utilizo un cuchillo para quitar el pegamento de los bordes, me corto y todo se llena de sangre. Miro otro tutorial que me dice que la silicona líquida unida a la arcilla blanca sirve para unir y rellenar los huecos. Descubro que tal afirmación es verdad en algunos fragmentos, pero no en todos. Vuelta a empezar, me tiene que salir por narices. Compro un pegamento nuevo pero ya no encajan bien las piezas. Finalmente, después de varios intentos, se pegó precariamente y pinté las cicatrices con un espantoso esmalte dorado de uñas. Terminó malamente restaurado. No ha merecido la pena esta reconstrucción low cost del plato que cada vez más se parece a una paella. Menos mal que no era de una vajilla y no hay que comer en él. 

Un ejemplo más de que la vida es un esfuerzo inútil, hay cosas que no tienen arreglo y por tanto hay que desecharlas. Las heridas dejan secuelas y si no se restauran bien y se embellecen, permanecen abiertas en nuestra memoria.  La próxima vez leeré un libro y me dejaré de zarandajas. Aprendiz de todo, maestro de nada que diría mi abuela Ángeles. 


3. Resultado final, tal vez embellecido por el filtro del móvil  


domingo, 21 de enero de 2024

Latrinalia: un viaje tenebroso al subconsciente


En una entrada anterior resaltaba la frase de Muñoz Molina sobre el olor a podrido de la política actual: "Las redes sociales han universalizado la antigua grosería de la barra del bar y el muro del retrete". Casi al mismo tiempo me crucé con la palabra "latrinalia"*  que hace referencia al grafiti privado que se hace en las paredes, puertas y espejos de los baños públicos. El neologismo fue creado por Alan Dundes, folclorista y profesor de la Universidad de California, en 1966, cuando se creó un interés científico en torno al fenómeno. Esas manifestaciones no son nuevas, nos remiten a tiempos pretéritos; en Grecia y en Roma había una enorme tradición de pintadas callejeras en los burdeles y los baños públicos. 

No me he resistido a hacer un comentario sobre la atracción que tiene el ser humano por todo lo que le repugna y esa extraña necesidad que tenemos los humanos de sacar lo peor de nosotros amparándonos en lo efímero y anónimo. El muro del retrete y la pantalla de internet se han convertido en el vehículo idóneo para desarrollar actividades de naturaleza tabú fuera del respeto y la convivencia. Toda esta incontinencia verbal supone una vuelta a lo más primitivo, un viaje tenebroso al subconsciente; sólo la educación y la cultura nos apartan de la grosería y del mal gusto, no se trata de una mera cuestión de libertad de expresión. Los latrinalia son más que dibujos y palabras, son vertederos que nos retratan como sociedad.  

En la actualidad el baño público es un espacio de privacidad y soledad, un cuarto para librarse de la orina y los excrementos, necesidades carnales que dominan nuestra vida. Un lugar limpio e íntimo que sirve para borrar una y otra vez lo más sucio de nuestro cuerpo y, a veces, de nuestra mente. En las paredes y puertas de los baños públicos se dibujan y escriben mensajes groseros y obscenos utilizando un lenguaje escatológico lleno de bromas o insultos. Se da rienda suelta a oscuros secretos, egos desmedidos y represiones de todo tipo, especialmente las siniestras o pornográficas; pero también se vierten problemas cotidianos, películas favoritas y hasta de opiniones sobre la nueva novia de su ex pareja. En esa válvula de escape, no es raro encontrar breves poemas de métrica formal y rimas esmeradas.

También los lavabos son lugares de paso para las fantasías eróticas y encuentros sexuales. Lo curioso es que no hay diferencia de género, doy fe de que en los lavabos de los institutos femeninos, cuando eran segregados, las pintadas eran tan bestias y exhibicionistas como en los masculinos**. No voy a entrar en la diatriba de si el grafiti es un arte urbano o un ejemplo de vandalismo, ni a hacer hincapié en la profundidad reflexiva de un aforismo espontáneo, así como no olvido que los grafiti son también una fuente de lucha y de protesta, y supusieron un elemento de rebeldía, una herramienta de lucha contra el poder establecido***. Parece ser que el ser humano está hecho para disfrutar de lo prohibido, algunos lavabos se han convertido en un lugar de peregrinación por sus latrinalia, mientras en otros se han instalado, con poco éxito, grandes pizarras para que los clientes apliquen con tiza sus latrinalia. 

El interesante corto Latrinalia (2011), que acompaña estas líneas, nos muestra a qué se enfrenta cada día una encargada de un aseo público. Explora el arte del grafiti como si las letrinas hablaran con historias de soledad y suciedad, de drogas y alcohol, de encuentros y desencuentros, de sordidez y de satisfacción, de angustia y de alivio. En mi lejana juventud, la señora de los lavabos, a la que había que dar una propina, era toda una institución, una vigilante de la moralidad que se ocupaba de la limpieza de esos lugares. 


La recién estrenada película de Wim Wenders, Perfect Days describe la vida cotidiana de un limpiador de lavabos públicos en Tokio que se siente feliz con su necesario trabajo. La explicación tal vez sea que los urinarios de Japón están muy cuidados como corresponde a un país civilizado. Las  canciones que escucha: Lou Reed, The Rolling Stones y Patti Smith, también ayudan a la creación del personaje.

Por último, debo confesar que nunca he garabateado un libro, ni pintado en una pared, ni grabado mis iniciales en un árbol o en una mesa y menos en un servicio público. He sido educada en las buenas costumbres y me resulta difícil comprender a las personas que son capaces de estropear una fachada del siglo XVI con una niñería narcisista: aquí estuvo fulanito o fulanita quiere zutanita. Pero también debo admitir que me he reído y sorprendido mucho leyendo algunos grafiti. Tal vez en mi inconsciente estaba la idea de que se podían borrar con quitagrasas y pintura. 

* Latrinalia deriva del latín latrina y el sufijo -alis con la terminación de neutro plural -ia. Latrina viene de lavatrina 'sitio para lavarse'.

** Musa Latrinalis: diferencias de género en el grafiti de baños. Los estudios nos dicen que los grafiti sexuales en los baños de las mujeres universitarias es comparable a la que se encuentra en los baños de hombres. Esto apoya la hipótesis de una brecha de género más estrecha a medida que aumenta la educación.

*** El francotirador paciente, Arturo Pérez Reverte

Para saber más:

Especialistas del género afirman que en las puertas de los baños del siglo XXI se cultivan principalmente cuatro géneros: https://www.jotdown.es/2019/01/sobre-las-puertas-de-los-banos/

lunes, 20 de noviembre de 2023

Eduardo y los dictadores

Jules et Jim 

De una chafardera lletraferida a un xarnego, pariente sentimental de Pijoaparte

Los jóvenes catalanes de los setenta estaban más cerca de París que de Madrid, que por entonces era el centro del poder franquista, el ombligo de la España pintada de color gris y banderas rojigualdas. A los madrileños nos llamaban mesetarios y no estaban equivocados. Allí conocí a Eduardo y su amigo Felipe, ambos de L´Hospitalet de Llobregat​​​. Eduardo era entonces un guapísimo joven de ensortijada melena negra y sonrisa encantadora (seguro que lo sigue siendo). Ingenioso, impredecible, divertido, compaginaba Magisterio con estudios de Arte en la escuela Massana de Barcelona. Sus dibujos y pinturas reflejaban todo el mundo de de las vanguardias. Felipe, de pelo largo y una piel tan blanca como la mía, trabajaba. Eran opuestos físicamente y complementarios en sus actitudes. A su lado, cautivada por su personalidad, me sentía tan libre y feliz como Jean Moreau en la película Jules y Jim de Truffaut, Con ellos sentí la fuerza de los veinte años que cantaba Serrat (Ara que tinc vint ans) pensando en la enorme suerte que tenía por haberlos conocido. Recibir las cartas y postales de Eduardo con una letra redonda de esmeradas mayúsculas me llenaba de alegría. La amistad que forjamos estaba basada en dos pilares: la película El gran dictador y la muerte del general Franco. 

El gran dictador

En el verano del 75 estuve dos meses viviendo en París, donde asistí a las clases de la Alliançe Française. En el puente de Nôtre Dame hubiese podido cambiar mi vida (no sé si para mejor o peor) si hubiese ido a Copenhague; pero me quedé a medio camino, acabé en Ámsterdam con unas amigas. El autobús nocturno que hizo el viaje de ida y vuelta estaba lleno de extranjeros, pero me llamó la atención un grupo de catalanes formado por dos chicos con pinta de charnegos (Eduardo y Felipe) y una silenciosa chica rubia con pinta de pija, tal vez el recuerdo esté influido por la lectura de Últimas tardes con Teresa. Los chicos se sentaron juntos y la chica compartió asiento toda la noche con un senegalés de enorme envergadura. A  la semana siguiente me los encontré en la cola del cine para ver la película de Charlot  El gran dictador. Sacamos juntos las entradas y compartimos carcajadas. A la salida, descubrimos que vivíamos muy cerca, yo en la rue de la Glacière y ellos en la rue de la Santé. Se ofrecieron a llevarme en su coche y me dejaron el sitio del copiloto. Eduardo Iba conduciendo de una forma temeraria. Al doblar una rotonda nos paró la policía, nos pidieron la documentación y los papeles del coche. A la pregunta de quién era el vehículo, él contestó que de su tía con la que estaba pasando unos días. Nos enfocaron con las linternas y nos dejaron ir. Los nervios me entraron cuando me enteré de la historia verdadera: no tenía carné de conducir, lo había falsificado, su tía estaba de vacaciones y había cogido el coche sin su permiso. Pensé que en España, esa contestación sincera nos habría llevado al calabozo por chulos.

La muerte del pequeño dictador

La siguiente vez nos vimos en Madrid cuando murió Franco en un frío día de noviembre. Vinieron los dos amigos que seguían manteniendo su pinta de sospechosos y en los alrededores del Palacio Real nos paró la secreta. Solo les pidieron a ellos los carnés y les acribillaron a preguntas por ser catalanes. Otra vez temí que acabáramos en chirona. No fue así. Nos libramos por segunda vez. Mis padres entonces vivían en Granada y yo les acogía en su casa, donde dormían acojonados bajo la amenaza de una araña de bronce descomunal encima de la cama de matrimonio. 

                         

        

El verano en Sitges

En junio del 76 inauguró una exposición en Sitges y me invitó a pasar unos días. En medio de la sala colgaba del techo una butifarra, enmarcada y dispuesta a ser engullida, con la que todo el mundo tropezaba sin inmutarse. Un toque surrealista que debía a su maestro Dalí. Los bares de Sitges, llenos de extranjeros de todas las orientaciones sexuales, no tenían nada que ver con los familiares de Alicante que yo conocía, nuestro preferido era un bar donde los asientos eran unas camas que se balanceaban suspendidas en unas guirnaldas de colores. Una noche, Felipe que venía de Barcelona llegó tarde a cenar, Eduardo le sorprendió con un plato de carne especialmente preparado para él. Apenas lo probó Felipe, Eduardo apareció sonriente con una lata de conservas con el lema Para perros felices. Escenificaron un enfado y estuvieron peleándose y buscándose por todo el apartamento como en una película muda. Siempre ponían un grado de locura maravillosa en mi vida tan ordenada como aburrida, su extroversión contrastaba con mi introversión.

Los últimos encuentros

De vuelta de un viaje a Granada en Vespa, pasaron por Madrid, no sé la de horas de viaje que le echaron. Las locuras geniales continuaban, pitaban los anuncios en el cine y  saludaban al entrar en el Metro y en el Burguer King de Princesa que acaban de inaugurar. En El último cuplé, Eduardo se presentó voluntario para escenificar uno de los picantes cuplés de Olga Ramos. Poco después a Eduardo le tocó hacer la mili en Vitoria y nos volvimos a ver en Madrid. Recuerdo que me dijo entonces que en la mili, toda una escuela de vida domesticada, había que pasar desapercibido: ni ser el último ni el primero. Poco a poco las cartas se distanciaron hasta perder el contacto, justo cuando la vida se iba poniendo seria. 

El blog La Tabla para amar las plantas y los jardines

martes, 5 de septiembre de 2023

El ‘kintsugi’, el valor de lo imperfecto

El kintsugi (carpintería de oro) es la práctica japonesa de reparar fracturas de la cerámica con barniz o resina espolvoreada con oro. Se remonta al siglo XV, plantea que las roturas y reparaciones forman parte de la historia de un objeto y deben mostrarse en lugar de ocultarse. Esta técnica ha acabado convirtiéndose en una filosofía de vida, evoca el desgaste del tiempo sobre las cosas físicas. Frente a las adversidades y errores, hay que saber recuperarse y sobrellevar las cicatrices. Saber valorar nuestras imperfecciones nos aporta una serenidad objetiva. Asumamos nuestra fragilidad, apreciémonos como somos: rotos o nuevos, únicos, irreemplazables, en permanente cambio. 



lunes, 4 de septiembre de 2023

Plat esportillat, plat etern * (plato desportillado, plato eterno)


En mi casa y en todas las del entorno, era imposible poner una mesa en la que vasos, platos y cubiertos fueran iguales. El ajuar de las bodas siempre se componía de vajilla, cubertería y cristalería completas para unos doce comensales que se utilizaba solo en las fiestas para evitar su deterioro. La vajilla de diario se iba rompiendo o descascarillado por el uso y se sustituía tanto por piezas similares como dispares. Pasaba lo mismo que con los adornos del árbol de Navidad, al final todos eran desiguales de distintos colores. Sólo los ricos se permitían el lujo de reponer o cambiar piezas todos los años, como hacen las embajadas y consulados de España que dedican 240.000 euros para mejorar el ajuar (mejor no hacer cálculos de lo que supone el presupuesto total). Supongo que esa es la razón por la que nos molesta tanto que nos toque el plato imperfecto o la copa con una pequeña muesca, nos hace sentir más pobres y desgraciados de lo que ya somos. 

Vajilla Duralex de Cuéntame

A mediados del siglo pasado llegó el Duralex que convertía casi en eternos a platos y vasos, si antes no habían estallado en mil pedazos o pasado por el lavavajillas que hacía que se volviesen opacos por la cal. De la vajilla de muy buena porcelana de mi abuela Carmen solo heredamos los platos que estaban desportillados que, desterrados, se utilizaban sólo en la cocina. De ahí viene el dicho de mi madre en un valenciano macarrónico: "plat esportillat*, plat etern" (plato desportillado, plato eterno) que ahora utilizo para animar a los amigos de mi edad que hemos empezado a caernos y desportillarnos. La vajilla de Duralex de color ámbar de los años 70, llamada Cuéntame por mis sobrinos, sigue intacta en el pueblo. Por eso me encanta la nueva moda del reciclaje de los utensilios domésticos que nos permite reutilizar objetos preciados y desparejados para mezclar con otros, todo un ejemplo de mestizaje en nuestras mesas. Se acabó la homogeneidad, viva lo heterogéneo.

También recuerdo el disgusto que se llevaba mi madre cuando algún objeto de valor se rompía. Para que no sufriera intentábamos pegarlo y ponerlo de tal manera que no se notase; si no era posible, inmediatamente lo tirábamos a la basura; muerto el perro, se acabó la rabia. No lo hacíamos porque pensáramos que atrajese las desgracias. Desconocíamos el 'kintsugi', técnica centenaria de Japón que consiste en reparar las piezas de cerámica rotas, toda una filosofía que nos enseña a buscar la belleza en las cicatrices que nos deja la vida.

El bar y restaurante Josefita, sucursal de La Gloria ambos en Malasaña, hace un homenaje a Duralex con los platos que cuelgan de las paredes antes de que la empresa cerrara. Lo que a su abuela le parecía cutre, a ella le transporta a su casa y le transmite calidez. 


* RAE, Desportillar: deteriorar o maltratar algo, quitándole parte del canto o boca y haciendo portillo o abertura.


jueves, 31 de agosto de 2023

De ágil a frágil, a propósito de El licenciado Vidriera


Delirio de cristal, enfermedad mental o realidad

De vez en cuando aparecen artículos en la prensa sobre la enfermedad mental de la nobleza llamada " delirio de cristal", registrada en Europa occidental principalmente en los siglos XV al XVII. El vidrio entonces se consideraba mágico, porque no era fácil comprender cómo la arena podía manipularse para convertirla en vidrio. Quienes lo sufrían pensaban que su cuerpo o parte de él eran de cristal y por tanto podían quebrarse en añicos. El caso más famoso fue el del rey Carlos VI de Francia.

La medicina actual contempla enfermedades genéticas (la osteogénesis imperfecta) y raras (síndrome de McCune-Albright) que hacen que los huesos se fracturen sin motivo aparente y obliga a los enfermos a estar postrados en una cama. La más común es la osteoporosis que disminuye la densidad de masa ósea y hace que los huesos se vuelvan más porosos; afecta sobre todo a las mujeres después de la menopausia, es culpable de la mayoría de las roturas. 

Reflejo en la literatura 


Una de las máximas del mimógrafo y aforista romano Publilio Siro (s. I a.C.) dice:

                Fortuna vitrea est: tum cum splendet frangitur.
           (La fortuna es de vidrio: cuando más brilla se rompe)

La frase, algo tranformada, llegó a ser uno de los emblemas del Renacimiento y el
Barroco, con la concisión propia del género:
                  
                        SPLENDET  DVM  FRANGITVR
                           (brilla mientras se rompe)  
  
Se refiere al proceso de fabricación del vidrio, cuando la ampolla incandescente está en el mayor riesgo de romperse, y suele aparecer en las colecciones emblemáticas con el grabado correspondiente, siempre con el sentido moral del escritor romano.


Cervantes dedicó una de sus Novelas Ejemplares a esta creencia, El licenciado vidriera, que publicó en 1613, años después de El Quijote. El  protagonista es envenenado por un membrillo, como si de la fruta prohibida se tratase, provocándole la "ilusión del vidrio". A mí, el licenciado Vidriera, siempre me pareció tan cuerdo como don Quijote, los dos personajes eran incapaces de desenvolverse en la vida cotidiana y se protegieron en su locura para criticar a la sociedad en la que vivieron. Don Quijote decidió vivir en el mundo de la caballería y el licenciado decidió aislarse para no quebrarse. Ambos se mueven entre la cordura y la locura, entre las armas y las letras, entre la realidad y el deseo, entre la literatura y la vida, pero en lo que atañe a lo demás son muy cuerdos.

Los huesos, como el vidrio, las burbujas, los relojes de arena y las flores marchitas, son un símbolo de lo efímero de la vida en la tierra. El Licenciado Vidriera es, por tanto, una alegoría de la fragilidad en el mundo barroco.

La forma splendet dum frangitur fue usada por Rafael Sánchez Ferlosio para encabezar la segunda parte de su colección de ensayos Las semanas del jardín (1974), título de evidente estirpe cervantina.


De ágil a frágil 

Carmen tenía un cuerpo muy ágil que con el tiempo se volvió extremadamente frágil, pesaba muy poco y siempre estaba dispuesta a subirse a un promontorio para conseguir cualquier objeto que no estuviese a su alcance. De pequeña se subía a los árboles a coger fruta o se encaramaba a un burro sin pensárselo dos veces, aunque terminase en el suelo. No tenía ningún temor a las caídas, ni había sido criada entre algodones. No se amilanó cuando un coche la atropelló con el semáforo en verde y la volteó por los aires, ni cuando poco después se cayó de la mesa camilla a la que se había subido para colocar unos visillos. Los males empezaron con la menopausia y la aparición silenciosa de la osteoporosis, se rompió la cadera en la calle porque, según ella, había tropezado con una raíz de un árbol que sobresalía. En ese momento, creyó oír el ruido de los huesos al romperse como cuando le das un golpe al vidrio y sintió que las ternillas que sujetan los músculos habían estallado como un espejo. A partir de ese momento, el miedo paralizante se instaló en su mente, miedo a caerse y a romperse porque ya le había ocurrido. Y empezó una escalada de roturas: una muñeca, luego el brazo y la otra cadera, para terminar con un cambio de prótesis en la primera cadera; en total, cuatro operaciones que la hicieron dependiente de los demás. Con su buen humor ácido, manifestaba que se había convertido en el licenciado Vidriera. Ya no salía de su casa, su belleza se mantenía protegida entre sus muros como las figuritas de cristal que asomaban tras la vitrina de su salón. Su cuerpo se convirtió en un mírame y no me toques, no quería romperse de nuevo. Antes era firme y ligera, de carne y hueso; ahora, inmóvil y lábil, de cristal. 

miércoles, 2 de agosto de 2023

El peor julio de mi vida torturada por los ruidos






En este mes de julio, totalmente olvidable, pensé que me volvía loca al sufrir un tremendo zumbido en un oído por la noche. Sólo hoy, al ver la viñeta de Flavita Banana, ha vuelto la sonrisa a mis labios. Acosada por el calor, por los ruidos de la calle y de los bomberos, además he sufrido una tortura insoportable por las tres obras, todas ilegales, que comenzaron en mi comunidad de vecinos y todavía no han terminado. El ruido, los gritos, la suciedad y el polvo han afectado sobre todo a las zonas comunes y a los pisos bajos. Parece que ha nevado arena. Mi casa, mi lugar de refugio, de repente se ha convertido en una trinchera en primera línea de fuego de la que no puedo escapar. 



1) Reforma integral en el piso de arriba. Era una oficina y ha pasado a ser una vivienda. Taladros y golpes de 8 de la mañana a 6 de la tarde. Ventanas eliminadas en el patio para que el ruido sea más envolvente para los vecinos.

2)  Arreglo de la pared colindante con el edificio vecino que es el responsable de las obras. Primero picaron y después enfoscaron. No han avisado, no han mantenido horarios, algunos días no venían a trabajar y los recuperaban los sábados. La malla de protección, liviana como un velo de viuda,  no impedía que las piedras del cemento viejo cayeran como granizo en mi terraza y en los dos patios produciendo destrozos. Mis plantas están tan estresadas como yo. Todavía les toca pintar. Me han roto el toldo y los vierteaguas.

 3) Obras en el primer piso, una oficina ha pasado a contener dos viviendas. 

Lo que daría por estar ahora en casa Zoilo oyendo al mirlo Pavarotti y, sobre todo, los arrullos y zurreos de las palomas y tórtolas. Para oír al gallo despertador tendría que estar en La Algueña, otro lugar paradisiaco. 

PD (15 de septiembre): A continuación muestro las fotos del bombardeo al que he estado sometida. Como un volcán intermitente han vertido sobre mí lapilli (piedras pequeñas de 1 cm. aprox.) y bombas (trozos grandes) que han roto macetas y vierteaguas y que he tenido que recoger. Los de la izquierda son los de la pared colateral y los de la derecha los del piso de arriba que tiene además un trozo del hierro de los tendederos que sanearon y que cayó a unos diez centímetros de mi cabeza cuando les estaba llamando la atención por haber aprovechado la dana del mes de septiembre para barrer y tirarme toda su porquería. ¿Denunciar o no denunciar?, esta es la cuestión. No creo que sirva de nada denunciarlo en la comunidad de vecinos ni en el ayuntamiento. Prolongaría la agonía. Lo mejor es olvidar que el comportamiento incívico de las personas no tiene límite. 


Pared colateral  (piedras grises)
Piso superior (piedras y trozo de hierro)

lunes, 10 de julio de 2023

Trasiego de sillas en los sesenta

 Las sillas son algo más que un mueble funcional que nos sirve para sentarnos, un objeto doméstico, un artefacto de trabajo o un instrumento de tortura. Desde su origen poseían fuertes significados relacionados con la divinidad, el poder y el rango, por lo que se reservaba para usos ceremoniales. Las sillas son el soporte para observar cómodamente el gran teatro del mundo, una forma de socializar con el entorno, un instrumento para estudiar la historia, un lugar privilegiado para los más pudientes, un símbolo de la competencia entre las personas y un puente entre lo privado y lo público. De ahí que cuando alguien se va de su sitio un momento (normalmente si está sentado mientras hay otros de pie), lo normal sea perderlo. Además, su uso y diseño reflejan distintas concepciones y valores del pasado y del presente. También han servido de inspiración al arte, como en el vídeo que aparece más adelante, y a la literatura, como la obra de teatro del absurdo de Ionesco Las sillas (1952), representada en un escenario lleno de sillas donde una pareja de ancianos solitarios recuerda su vida: la rutina, el aburrimiento, las humillaciones sufridas y las oportunidades perdidas.

Hace sesenta años asistía atónita al trajín de sillas que se llevaban los mayores, siempre evitando perderlas, para asistir a los actos públicos: las plegables, una novedad que transportábamos al cine al aire libre y a la playa; las sillas vecinales de las fiestas de Moros y Cristianos; y las sillas de ir a misa. También jugaba al juego de las sillas, mientras oía el famoso refrán "Quien fue a Sevilla perdió su silla". En mi casa, los sitios mejores eran para mis padres, luego venía el de mi hermana y por último el mío. En la imagen de la derecha, posamos mi madre y yo en una playa de Alicante, de cuyo nombre no me acuerdo, rodeadas de sillas plegables de madera, en este caso, alquiladas

Las sillas vecinales 


Las sillas vecinales son toda una tradición en los pueblos, donde se tiene la costumbre de sacar una silla a la calle al final de la tarde para compartir con los vecinos el fresco de las calurosas noches de verano y para que los vecinos se pongan al día de las últimas novedades.

Bajando las sillas (Villena, 1967)
En la Comunidad Valenciana. la silla tradicional huertana de asiento bajo, construida con madera y enea, tiene su propio museo al aire libre de la Plana de l’Arc (Via set cadires) en Castellón. Consta de siete sillas gigantes de cuatro metros de altura con una inscripción en latín que son el gran reclamo turístico de los municipios que forman parte de la Plana de l'Arc.

Otro ejemplo de sillas vecinales son las que se colocaban en el itinerario de los desfiles de Moros y cristianos como se puede ver en la fotografía, donde una familia provista de sillas se dispone a buscar un sitio en el centro de Villena donde situarlas. 

La casa de mi abuelo estaba situada en La Corredera de Villena. Unos días antes de que dieran comienzo las fiestas, se colocaban en la acera de la fachada sillas desparejadas de enea de todos los tamaños y formas, casi siempre bajas, para que los de detrás pudieran ver el desfile. Se reservaban para los allegados, a veces se ataban entre sí para que nadie osase sustraerlas o moverlas. Detrás se situaban las sillas que colocaba el primero que llegase. Ignoro si esa costumbre era un privilegio o se correspondía con una aportación mayor a las arcas municipales de las casas de las calles principales. Los familiares y amigos veíamos la fiesta desde el balcón del piso principal. Ahora, el Ayuntamiento alquila en los mejores sitios unas sillas de plástico horrendas que proporciona una empresa de mobiliario festero. Aunque la costumbre de las tradicionales sillas vecinales todavía persiste con restricciones, ha sido sustituida por un servicio que esconde un negocio. Para ver el espectáculo tienes que pagar, pero todo el mundo tiene derecho a sentarse en la primera fila. 



"Las sillas de ir a misa" y los reclinatorios 

San Juan de los Reyes, s XIX
La silla de ir a misa nació por la necesidad de que los feligreses no estuvieran de pie durante la celebración de la misa, porque antiguamente las iglesias no estaban dotadas de bancos, a excepción de la silla en el altar mayor donde se sentaba el sacerdote, o la sillería reservada a los componentes del coro. 
A partir del siglo XIII, en algunas iglesias se empieza a registrar el uso de bancos sin respaldo, costumbre adoptada de los protestantes, que les permitía permanecer sentados durante las largas horas que los pastores dedicaban a dar sus sermones.  La introducción de bancos en los templos sólo se generalizó a partir del siglo XX. En el cuadro de Genaro Pérez Villaamil (1807-1854) De la Iglesia San Juan de los Reyes en Toledo se puede ver a la derecha el púlpito y a los fieles de pie. Con el tiempo, las clases más pudientes se hicieron con reclinatorios que llevaban sus iniciales y se guardaban en una capilla. El reclinatorio era, por tanto, era un rasgo de distinción para ocupar un sitio preferente, en primera línea, sin recibir empujones de los vecinos, un trozo de propiedad privada en un espacio que debería ser público. 

El cronista oficial de Algueña, Antonio Manuel Beltrá, en facebook (24 de abril) explica detalladamente la costumbres de acarrear a la iglesia distintos tipos de sillas según el nivel económico de las familias, sólo los burgueses utilizaban los reclinatorios. Un reclinatorio es un pequeño mueble de rezo, ligero para transportar sin esfuerzo, a modo de silla de cuatro patas no muy altas. Tiene dos funciones, según su colocación: situándolo delante sirve para arrodillarse, mientras que girándolo y colocándolo detrás sirve para sentarse. Se compone de una parte superior para reposar los brazos, un asiento y una pieza acolchada en la parte inferior, sobre la que apoyar las rodillas. 

Yo recuerdo los reclinatorios que abundaban en esos años en la iglesia de Santiago de Villena, sobre todo el de mi abuela Carmen Prats que por entonces ya no utilizaba; era modesto y sobrio, muy parecido al de la imagen, la tapicería era verde y tenía las iniciales CP escritas con tachuelas doradas en la parte superior. Una de nuestras diversiones era buscarlo por toda la iglesia cuando asistíamos a algún oficio religioso. Unos años después casi todos desaparecieron.Tal vez fueron los nuevos tiempos que trajo el Concilio Vaticano II. Seguro que acabarían en rastrillos o anticuarios. 

PD. Me informan que, desde hace tiempo en una urbanización de un pueblo de la sierra de Madrid, los bañistas encadenan sus sillas plegables en la piscina para que nadie las utilice ni las robe cuando se suben a su casa. Esa sería la modalidad de sillas encadenadas. 

martes, 16 de mayo de 2023

Fin de los veraneos en Ciudad Jardín General Marvá


La muerte de los padres, además de otras consideraciones, es siempre un contratiempo que pone patas arriba tu existencia. Te tienes que hacer cargo de su herencia que se convierte en una pesada carga mental y económica. La casa que heredamos de mi abuelo en Alicante se vendió el año pasado. No podíamos mantenerla. Desde su construcción en los años treinta había sido renovada varias veces, la primera en los sesenta, todos los años necesitaba una puesta a punto que costaba mucho dinero y energías. Mantener el escaso jardín y el limonero nos hacía depender de otra persona. Con la venta se acabó definitivamente una parte importante de nuestra vida. El dinero recibido no compensa la amargura del desprendimiento, pero a veces hay que amputar una parte del tallo para que la planta salga fortalecida. Tengo que aprender a perder personas y cosas, a evitar la melancolía que me amarra al pasado. La vida continúa, el chalé lo ha comprado una pareja con tres niños pequeños que seguro que disfrutará de esa vida tranquila. Me ha hecho gracia la huella que ha dejado en internet, la foto se tomó torcida y parece que está a punto de caerse o de salir volando. En cualquier caso, se acabaron los veranos en Ciudad Jardín.

La Ciudad Jardín General Marvá

Ubicación de Ciudad Jardín
El concepto del siglo XIX de ciudad jardín del urbanista Ebenezer Howard también llegó a Alicante, respondía a las premisas higienistas de "aire libre y luz" en un espacio ajeno a la congestión y la insalubridad de la ciudad tradicional. La Ciudad Jardín del General Marvá fue proyectada en 1925 por el arquitecto Francisco Fajardo Guardiola para la sociedad industrial Padrós y Olmos. En la zona norte diseñaron, sin comercios ni bares ni zonas de esparcimiento pero con iglesia, un distrito de viviendas unifamiliares de una o dos plantas rodeadas de vallas y jardines, levantadas en pequeñas parcelas ordenadas alrededor de un trazado de callejuelas. El proyecto fue emprendido a modo de cooperativa, acogido a la legislación de casas baratas. La tipología de los chalés se importó de otros lugares, adoptando un extraño y pintoresco eclecticismo. 
Algunos de los albañiles encargados de su construcción, hecha con piedra, barro y tejado de cañizo, se quedaron allí a vivir y ayudaban al mantenimiento de las demás viviendas. En la actualidad, se pueden diferenciar perfectamente los nuevos chalés de lujo que ocupan varias parcelas, junto a otros que han mantenido el diseño original y algunos que están a punto de venirse abajo. En uno de ellos, en la calle Regidor Ocaña, desde 1938, está instalado el Observatorio Meteorológico. Cerca de él se sitúa el nuestro, parece una casa suiza, consta de trescientos metros de parcela y unos cien construidos y en su origen tenía cinco habitaciones minúsculas. Uno de los pocos que a lo largo de estos casi cien años mantiene el color y la estructura original. 


1923, planos del arquitecto Francisco Fajardo Guardiola

Observatorio Meteorológico

La única comunicación con el centro de Alicante era el tranvía que iba a san Vicente del Raspeig. El oasis del norte, a cuatro kilómetros del centro, en un terreno elevado sobre el nivel del mar, formado por unos 1.500 habitantes, pronto se vio asfixiado por los barrios que se construyeron, Los Ángeles (1960) y Virgen del Remedio (1968) para una población de cerca de 25.000 habitantes. Con ellos se mejoraron enormemente las infraestructuras, sobre todo las comunicaciones, pero trajeron la inseguridad ciudadana y la huida de parte de su población. En la actualidad los alrededores han mejorado bastante con la creación de varios centros comerciales y del parque Lo Morant (1987) que cuenta con diversas instalaciones deportivas y culturales. Desde 2013 está conectado con eTRAM Metropolitano de Alicante con la ciudad y toda su área urbana.


Cruce del primer tranvía eléctrico con otro de mulas en la línea de San Vicente (1924).


Veraneos en Ciudad Jardín

Calle de Ciudad Jardín 

Desde que tengo memoria, nací en el 54, he veraneado siempre en Ciudad Jardín turnándonos con los hijos de mi tío Antonio. Las dos hermanas Caturla, Ángeles y Lola, decidieron comprar dos chalés contiguos porque necesitan un clima más seco y soleado que el de Villena para sus hijos. En el de la tía Lola hubo un suceso luctuoso, murió un niño pequeño ahogado en una pila y, rotos de dolor, decidieron venderlo. La imagen que tengo de Ciudad Jardín es muy parecida la de la fotografía que acompaña a estas líneas, hasta finales de los años sesenta no cambió en nada su fisonomía. Una isla vergel en medio de la nada, sin asfaltado ni alcantarillado, el cielo surcado por cables del alumbrado. Las zonas comunes del barrio eran una capilla y una tienda de ultramarinos a la que llamábamos la Abastecedora, en ella me encontré varias veces con la actriz Lola Gaos. Dentro de la casa tampoco había ninguna comodidad. La decoración y los muebles nos hablaban de otros tiempos: una nevera que funcionaba con una barra de hielo que había que comprar todos los días, los cables de la luz al descubierto, humedades y colchones de borra. Pero teníamos dos espléndidas palmeras, una macho y una hembra, una pérgola de madera rodeada de jazmines y plumbago que crecían de forma salvaje. A diario bajábamos a la playa del Postiguet en un tranvía de madera. Allí Comíamos para volver a la hora de más calor quemados por el sol con el bañador lleno de algas, salitre y arena.  Por la tarde, nos dedicábamos a jugar a las cartas, a montar en bici o a pasear con los amigos. Apenas salíamos del barrio donde todas las familias se conocían. No teníamos televisión. La casa estaba siempre llena de gente y de risas.

Del mantenimiento del chalé se encargaba mi abuelo Emilio, cuando murió, la tarea recayó en las dos familias hasta que mi tío Antonio nos vendió su parte, a la muerte de mi padre, se encargaron mi madre y mi hermana. Con los materiales baratos y feos de la época hubo que sustituir las maderas del techado, la pérgola desapareció, así como las vallas que nos separaban de los vecinos. La carcoma se comió los muebles antiguos.Tuvieron que venir de Elche para llevarse las palmeras que estaban levantando los cimientos de la casa. A finales de los ochenta se hizo una reforma integral para dotarlo de todas las comodidades a nuestro alcance, pero se perdió casi toda la vegetación. El chalé de los madrileños, así era conocido por los vecinos, ya no nos pertenece.

La sombra de una de las palmeras y mi hermana (1961)

Vista aérea de Ciudad Jardín en la actualidad 

La elegancia de Ciudad Jardín

El oasis del norte 

Ciudad Jardín del General Marvá

José Marvá y Mayer, el general que ganó batallas para los obreros