domingo, 28 de julio de 2024

Juraría que he sido feliz, Agustín García Calvo

 Juraría que he sido feliz
una vez en la tierra.
Pero tú no lo sepas, mi alma,
pero tú no lo sepas.

Isabel Escudero y Agustín García Calvo 
No sé el día, el año tampoco,
ni el siglo siquiera,
ni si fue de mañana o de tarde
o noche serena.
Pero yo juraría que un día
fue la paz en la guerra.

No sé quién estaba conmigo,
si era blanca o morena,
ni si era de amor o del solo
temblor de la yerba.
Pero yo juraría que fue
verdad verdadera.

Yo de cierto no sé si fui yo
o fue otro cualquiera:
sólo sé que era feliz y que toda
la vida lo era.
Pero tú no lo sepas, mi alma,
pero tú no lo sepas.

        Agustín García Calvo, Canciones y soliloquios (1976)



domingo, 21 de julio de 2024

Álex Grijelmo: Todos hacemos aguas, incluidos los políticos

Todos hacemos aguas 

Álex Grijelmo vuelve a hacer una puntualización lingüística al líder del Pp, como ya lo hizo con el uso “debe de” (probabilidad) para significar obligación (“debe”)He oído la expresión “hacer aguas” a Núñez Feijóo dos veces, el 4 de octubre de 2023 y el 12 de junio pasado, lo que aleja la benevolente interpretación del lapsus: “La democracia española empezará a hacer aguas con un presidente que miente”. “La mayoría de sus socios están haciendo aguas”. 

El Diccionario de las academias distingue claramente entre “hacer aguas” (orinar, expeler la orina) y “hacer agua” (presentar debilidad o síntomas de ir a fracasar”). Parece ser que está equivocación en el lenguaje de los comentaristas de deportes está muy extendida. Todos hacemos aguas y algunos, sobre todo políticos, hacen agua. 

domingo, 14 de julio de 2024

El taburete asesino

La barra de un bar puede convertirse en un sitio peligroso, todo el mundo lo sabe. La alegría etílica lleva a la torpeza y se producen contratiempos, que me has pisado, que me miras mal… que conducen a escenas desagradables. Aunque este no es el caso. Fue un accidente provocado por la mente perversa de un diseñador .
Estábamos esperando turno en una barra angosta de un restaurante donde continuamente, sorteando una peligrosa escalera, pasaban las camareras equilibristas llevando los platos de exquisito olor al comedor. A mi lado había dos jóvenes fornidos, sentados en sendos taburetes de estilo industrial, que iban antes que nosotros. Finalmente, los llamaron y fue tal la alegría del que estaba sentado a mi espalda que salió en estampida, de modo que el taburete, desequilibrado porque tenía el respaldo ribeteado por una barra de hierro, se venció hacia atrás. No cayó al suelo, porque yo, que estaba de espaldas ajena al movimiento, lo paré con mis tobillos. En ese momento, pensé que algún loco me había golpeado con un objeto contundente o que había ocurrido un terremoto y que la tierra me iba a tragar. Solo pude articular una frase peliculera mientras las lágrimas descendían por mis mejillas: "no siento las piernas". El bruto se acercó a mí diciendo que no había sido a propósito. Me levanté los pantalones y aparecieron unas heridas ensangrentadas. Afortunadamente no me caí como me suele pasar, pero el tremendo dolor y el calor pegajoso me amargaron ese día y los siguientes. A la semana, mis tobillos estaban tan negros como los de un sin techo que lleva meses sin ver el agua. Un mes después, los huesos y los músculos se resisten a curarse, el dolor implacable persiste cuando camino. El médico ha diagnosticado una tendinitis de Aquiles en los dos tobillos. Otro ejemplo de la mala pata y la mala racha. Deberían meter en la cárcel al que diseñó el artilugio asesino junto al joven imprudente.

P.D.: La foto que acompaña estas líneas no es la del taburete que causó el daño, es el más parecido que he encontrado en internet. 

domingo, 7 de julio de 2024

Las persianas guillotina y otros ruidos de vecinos

Selección de anécdotas en comunidades
 convertidas en campos de batalla
.
Como ya he escrito otras veces, se ha apoderado de mí el espíritu de Javier Marías que sostenía que España es un país muy ruidoso en el que tanto sus gobernantes como sus ciudadanos se esfuerzan por aumentarlo. Contra los ruidos externos poco podemos hacer y al parecer tampoco contra los producidos en la propia comunidad de vecinos, donde siempre hay un gracioso que, ante las quejas de un vecino por los ruidos repetidos, responde que se ponga tapones en los oídos o que se invite a la fiesta y así todos contentos. 
El año pasado casi me volví loca por las obras del edificio colindante y las del vecino de arriba. Afortunadamente terminaron, pero han dejado secuelas: un taconeo arrítmico a todas horas sobre un suelo que no está aislado y unas persianas nuevas del dormitorio que sobre las seis de la mañana se levantan con un estruendo parecido al de una guillotina. Al de mi vecino, le sigue un repicar de ajusticiamientos en otras viviendas. 
Yo también tengo persianas que tal vez puedan molestar, las mías motorizadas, por eso procuro no utilizarlas a horas intempestivas. Aunque es verdad que algunos no son (somos) conscientes de los ruidos que emitimos hasta que se (nos) lo dicen. Por eso me hizo mucha gracia la carta-cuento escrita por las propias persianas que ideó un vecino animando al respeto, la consideración y la empatía. 


Ya ni me molesto en llamar la atención generalizada en las juntas de la comunidad para que tengan en cuenta que el edificio es de los años sesenta con las paredes y los suelos de papel, donde la ducha produce un ruido parecido al sonido de una catarata. De los vecinos que hablan a gritos al altavoz del teléfono móvil en el patio, o de los que ponen rancheras a toda pastilla mientras cocinan, o de los que tienen puertas chirriantes dignas de una película de terror, o los que ponen el aire acondicionado por la noche para estar ellos fresquitos mientras los demás nos cocemos en nuestro propio jugo con las ventanas cerradas para no oírlos, ya ni hablo. La venganza que ideó un vecino cabreado, me parece que tiene ecos shakesperianos:




Así oigo yo el levantamiento de persianas que me despierta todas las mañanas: