Está claro que una película que no te ha gustado da mucho más juego que una que te ha entretenido o impactado. Como voy todas las semanas al cine, a veces decidimos en el momento qué película ver. La venganza de una mujer tenía buena pinta. El resumen del argumento prometía: "Roberto es un hombre sumido en el más profundo de los aburrimientos, ya que ha agotado y satisfecho todos los placeres de la vida. Hasta que conoce a una cortesana que le introduce en una historia de amor verdadero, pero también de pasados imperfectos". La foto que acompañaba al programa nos presentaba a una mujer, ataviada con un traje romántico, con un libro en las manos. Inmediatamente la uní a mi galería de mujeres insatisfechas del siglo XIX que tanto me gustan. Además, la directora era una mujer portuguesa y sabemos tan poco del cine portugués…
Entré en el
cine confiada en pasar un rato estupendo viendo una película de autor fuera de
los círculos comerciales. Craso error, el comienzo ya lo presagiaba: un
narrador en un espacio teatral nos presentaba a un protagonista hierático que
pretendía ser un don Juan, pero que no lo demostró a lo largo de los
interminables cien minutos que duró la cinta ni por su apostura ni por el don
de la elocuencia, aunque una escena nos lo presentase como James Bond acosado
por cuatro mujeres. Los decorados eran tan de cartón piedra como su rostro. La
música, bella y estremecedora, no encontraba paralelismo con la absurda
historia que nos presentaba. Paciencia, me dije, seguro que se arregla. Pero el espectáculo
se iba haciendo insoportable a medida que transcurrían los minutos, porque el
texto era excesivamente literario y chirriaba a cada momento en una atmósfera fantasmagórica.
El momento más melodramático, el asesinato del amante platónico de la heroína a
mano de unos criados negros y el deseo de esta de comerse su corazón, antes de
que los perros lo devorasen, solo
causaba risa por lo ridículo. Pero lo peor era el interminable monólogo pausado
hasta el infinito donde ella contaba su historia atroz y su determinación de
abandonar al marido, noble de España, y dedicarse a la prostitución para mancillar su honor. Algunas personas empezaron a salir del cine, mi compañera
de butaca se revolvía en la butaca y bostezaba sin ningún pudor. Aguanté como
pude hasta que, al final, el cura que asistió a la protagonista en sus últimos
momentos cuenta que un ojo se cayó de su órbita como una moneda. Salir a la
calle fue una liberación de una puesta en escena
teatral, barroca y preciosista. Un texto literario debe ser adaptado al cine
porque son lenguajes diferentes, a no ser que se quiera provocar un soberano
aburrimiento; por lo visto, la critica no lo ha visto así y ha calificado a la obra de conmovedora, sublime y absorbente,
No leí toda la información de la hoja hasta llegar a casa,
allí me enteré de que era una adaptación libre de uno de los cuentos del
francés Barbey d´Aurévilly, incluido en el libro Les Diaboliques, hecha por
Rita Azevedo Gomes, admiradora de
Oliveira, cineasta portugués que no he podido nunca aguantar por lo plasta.
Como tenía el libro en casa, decidí leer el relato que, en contraposición con
su versión cinematográfica, me gustó porque es ágil a pesar de responder a los gustos estrafalarios y refinados de finales del siglo pasado. Localizado en París, allí sí que tienen
sentido los protagonistas, el don Juan se convierte en un hombre de carne y
hueso, que hastiado de todo, se ve perturbado por la historia de esta bellísima
mujer. La muerte del amante es por ahogamiento y la desesperación romántica de
ella y su absurdo e inútil deseo de venganza a la española atacando el honor de
su marido se comprenden mejor. Es más, se observa un tono sarcástico, ausente
en la película, que presenta a una nobleza sin sentido abocada a morir sin descendencia.
Sé que el próximo miércoles la película habrá desaparecido de la cartelera, porque no creo que haya muchos espectadores influidos por la crítica o confiados en una imagen publicitaria como yo.
Sé que el próximo miércoles la película habrá desaparecido de la cartelera, porque no creo que haya muchos espectadores influidos por la crítica o confiados en una imagen publicitaria como yo.