Tengo pocas habilidades manuales, lo reconozco. Cuando leo que algún producto tiene abrefácil, que se supone que es un sistema que facilita la apertura de envases herméticos, ya me pongo de los nervios. Todo empezó con ese invento del diablo llamado tetrabrik y la línea de puntos, no había manera de abrirlo ni con las manos ni con las tijeras sin que se derramara la leche. Siguieron los paquetes de jamón con una esquina que era imposible despegar. Destapar una lata tirando de la arandela me resulta tan difícil como utilizar un abrelatas sofisticado que no sea marca El Explorador. Hasta tengo problemas para cerrar un tupperware de los buenos: es imposible encajar una parte con otra. Cuando nadie me ve, asesino los plásticos con un cuchillo rompiendo toda esta cadena de inventos que nos imposibilita la vida cotidiana.
Esto lo escribí hace años en Garcilazomolamazo. Ahora he tenido que luchar con el nuevo diseño de los briks que impide que se separe el tapón del envase para un mejor reciclaje y que será una norma obligada en julio de 2024.
Si un tapón viene con instrucciones, malo
He tardado meses en hacerme con el nuevo envase de leche Asturiana, he destrozado tapones y he tirado de ellos hasta crear un agujero que derramaba la leche en todas direcciones, algunas veces he tenido que colocar el tapón desprendido al revés para guardarla en la nevera. He leído con calma las instrucciones una y otra vez, he aplicado el oído como si fuera una caja fuerte para oír el clic salvador. He llegado a confundir la derecha con la izquierda y a olvidar incluso cómo giran las agujas del reloj. He estado a punto de pasarme a la competencia (a pesar de que el diseño me permite obtener más espacio en la nevera para otras botellas) que todavía mantiene los tapones antiguos que abro sin pensar, sólo con el poder de mi mente. Lo que antes era fácil, ahora se ha convertido en imposible. Al final, con mucha ayuda de personas cercanas y paciencia, parece que me estoy haciendo con el nuevo invento.
No tengo muy claro si es que nos oponemos a los cambios o son los cambios los que confabulan contra nosotros para hacernos la vida más insoportable.
Aunque la wikipedia afirma que nació en Alicante, el joven artista Antonyo Marest (Antonio Martínez Estevan, 1987) es de Villena. Arquitecto, pintor, escultor, ha llevado su arte urbano por todo el mundo. Él denomina a su estilo “Tropicalismo”, basado en el Art Decó de los años 20, las connotaciones de colores de South Beach de Miami y los estampados alocados de los años 80.
Desde 2021 su ciudad cuenta con otro tesoro: el Botín tropical, un mural de más de 500 metros en un edificio a la salida de la carretera a Alicante que nos acerca más al mar, todo un homenaje a su ciudad, su patrimonio y su gente. En el mural destacan las hojas de palmera que se han convertido en uno de los elementos característicos de su pintura (“Para mí, la palmera es símbolo de fortaleza y resistencia. Ya
puede llover o hacer viento, que se mantiene estable”) y, en la parte inferior, una vasija representa al tesoro de la edad de Bronce.
Este verano llevará su colorido a la playa de San Juan con un original puesto de socorro. Estoy deseando verlo.
Este mes de marzo, Villena ha sido elegida ciudad cultural de la provincia. Un reconocimiento a la tarea de
promoción, gestión y creación de un pueblo volcado en la cultura patrimonial,
histórica y amante de las músicas, la literatura, las artes escénicas y
plásticas.
La película me había pasado desapercibida hasta que la encontré en Movistar. Es la última de Roger Michell antes de su inesperada muerte a los 65 años de edad. No me suelo reír con las películas de humor, pero esta fábula llena de ingenio y buenas intenciones, además de sonrisas me produjo carcajadas. El protagonista lucha por los derechos de la tercera edad, entre ellos el de no pagar el impuesto sobre la televisión pública, rodeado de personajes detestables por su mezquindad, codicia o incompetencia. Me recordó a las películas producidas por Estudios Ealing, en los años cincuenta y sesenta.
En 1961, Kempton Bunton, un taxista de 60 años, robó el retrato del duque de Wellington -pintado por Francisco de Goya- de la National Gallery de Londres. Fue el primer (y sigue siendo el único) robo de la historia de la galería. Kempton envió notas de rescate diciendo que devolvería la obra si el gobierno se comprometía a impartir más en el cuidado de los ancianos. Lo que sucedió a continuación se convirtió en algo legendario. Esta es la inspiradora historia de cómo un hombre decidido a cambiar el mundo puso en marcha el crimen más insólito, y lo que sucedió después.
Tan extraño fue el robo que hasta le hicieron un guiño en la película de James Bond, Agente 007 contra el Dr. No (1962). Sean Connery se para a contemplar un retrato que no es otro que el pintado por Goya. En la película Jim Broadbent y Helen Mirren, que hace de su mujer, ven en el cine la película. La broma está en que hasta 1965 no se recuperó el cuadro, así que se da por hecho que lo tiene el villano del filme.
Puro teatro. Circo, performance, esperpento. Como afirma el periodista Antonio Papell, el dictamen de Tamames solo sirve para que se ponga él mismo en ridículo para la posteridad, ridiculizar a sus mentores de Vox y desacreditar al sistema democrático. ¡Cuánta razón tenía Valle-Inclán!: España es una deformación de la civilización europea. Y Feijóo haciéndose el sueco.
El cómic ha logrado ser considerado como una de las bellas artes, pese que su aparición es anterior en el tiempo a la fotografía y al cine. A las seis artes mayores clásicas (pintura, escultura, arquitectura, teatro-literatura, música y danza) se añadieron un séptimo arte: el cine, y un octavo: la fotografía.
Feminismo
para torpes de Nerea Pérez de las Heras es una guía práctica para combatir el
patriarcado con humor, una caja de herramientas para desmontar el machismo con
argumentos y con risas.
Puedes leer aquí el índice y el primer capítulo las revistas femeninas nuestras mejores amienemigas
Eusebio Pérez Valluerca.Lavadero del Manzanares,1887
Las
lavanderas tenían en el río un lugar de trabajo y un lugar de encuentro para
socializar, mientras los hombres se relacionaban en la taberna, la plaza o el
abrevadero. Frente al salón de té o la Iglesia, espacios de encuentro de las
mujeres de clase alta, el lavadero se constituye en un entorno exclusivamente
femenino para las clases populares. Como hemos visto en la entrada El trabajo de las mujeres: las lavanderas (8 de marzo), la imagen de las lavanderas ha sido
muy utilizada en el arte, y también en las obras literarias de todos los tiempos, tanto en la
literatura popular como en la culta. Por último, y dentro del arte musical debemos citar los libretos de zarzuela de los autores Ricardo de la Vega, Carlos Arniches o Miguel Ramos Carrión.en obras como Los baños inútiles (1765), El año pasado por agua (1889), El chaleco blanco (1890), El agua del Manzanares (1918), entre otros muchos ejemplos.
Canciones tradicionales referidas al
trabajo de las lavanderas
En el mundo tradicional existe una presencia considerable del folklore asociado a las lavanderas que, desde la sombra y acompañadas de canciones y de bailes, mantuvieron uno de los pilares más importantes de nuestras vidas como es la higiene.Las canciones de lavanderas o del lavadero
eran canciones de carácter popular referidas
al su trabajo. Transmitidas oralmente, se cantaban mientras las
mujeres trabajaban. Han quedado recogidas en distintos cancioneros, destacando los
de la zona de Andalucía, Galicia y Cataluña (el Cançoner popular de Catalunya). Algunas
frases hechas y refranes incorporados al acerbo lingüístico catalán perpetúan
todavía el recuerdo esta actividad: "fer bugada", "fer
sagareig" que han sido señalados
por diversos autores como sinónimo de bullicio, chismorreo, fisgoneo, pero
también de limpieza. A ellos habría que añadir la frase "molta roba i poc
sabó" como expresión de escasos medios para realizar una gran tarea, que
incluso sirvió de título de un libro de relatos de la escritora barcelonesa Montserrat
Roig publicada en 1971 (Mucha ropa y poco jabón... y tan limpia que la quieren).
Incluso
muchos folcloristas piensan que las nanas y las canciones infantiles serían
también “cantos de trabajo”. Todos conocemos la famosa canción San Serenín, un juego de "oficios" en el que se mencionan ocupaciones tratando de imitarlas con gestos:
San Serenín de la buena, buena vida.
Hacen así,
Así las lavanderas, así, así, así.
Así me gusta a mí.
Siglo de Oro
Como
personajes bien definidos por su oficio y condición humana, las lavanderas
aparecen en pleno Siglo de Oro de la mano de autores reconocidos como las escritas
por Lope de Vega en las Rimas humanas y divinas del licenciado Tomé de
Burguillos, la protagonista es una lavandera del río Manzanares, de nombre
Juana –como la esposa de Lope, muerta en 1613–. También las describe Lope en su
comedia La moza de cántaro (1618) con estas octavas reales:
Tomé el jabón
con tanto desvarío
para lavar de
un bárbaro despojos,
que hasta los
paños me llevaba el río,
mayor con la
creciente de mis ojos.
Cantaban
otras con alegre brío,
y yo, Leonor,
lloraba mis enojos;
lavaba con
los mesmo que lloraba
y al aire de suspiros
lo enjuagaba.
Los costumbristas
Bretón de los Herreros cultivó el artículo costumbrista en la línea de Ramón Mesonero Romanos, colaborando en el Semanario Pintoresco Español y en Los españoles pintados por sí mismos con la descripción de tipos humildes como las castañeras, las lavanderas y las nodrizas. Leed aquí,La lavandera, artículo que pretende ser gracioso y no lo es.
Federico García Lorca
Aparte de las
canciones de trabajo cantadas por las propias lavanderas, existía otra
tipología de canciones, la que los muchachos cantaban para las lavanderas. Federico
García Lorca en su Poema del cante Jondo: Lola, ya introduce una canción sobre una lavandera que lava bajo un naranjo
en flor, con una estructura muy similar a la que desarrolla, años más tarde, en
Yerma. Lorca sitúa en la tragedia de Yerma
un coro de lavanderas cantando en el arroyo mientras lavan su ropa (Primera escena del acto segundo). Comentan la frustración erótica de la protagonista, a
través, primero de un diálogo y después de una larga canción llena de
simbolismo.
El mito de las lavanderas nocturnas
En el cuento Las lavanderas nocturnas, George Sand se
hace eco del gusto romántico por las leyendas tradicionales y, en especial, por las
de tinte esotérico. Aunque recoge otras historias, se centra principalmente en
una muy trágica: la que narra cómo las mujeres que han matado a sus hijos se
reúnen de noche, en torno a las fuentes para aterrar a los viajeros que pasan
cerca.
Las leyendas
de la lavandera del folclore moderno incluyen muchas consideraciones morales
inspiradas en la religión cristiana: recordatorio de prohibiciones religiosas,
expiación de los pecados por un alma inquieta, lavandera asimilada a criatura
del diablo ... Según las leyendas bretonas, las lavanderas son fantasmas solitarios, con
rostro aterrador y generalmente dotados de gran fuerza o agilidad. Según las
leyendas, guardan silencio o se dirigen al transeúnte, pidiéndole a veces ayuda
para escurrir la ropa.
"A lavandeira de noite" es una canción popular gallega que Carlos Núñez versionó e incluyó en su disco Os amores libres, del año 1999, en el que participó la cantante Noa poniéndole voz.
Literatura realista
En la
literatura realista podemos citar a Arturo Barea, Pío Baroja, Ignacio Aldecoa o a los
numerosos costumbristas madrileños. Pío Baroja fue el primer
intelectual en percatarse de la miseria de Madrid a comienzos de siglo XX. Pero observaba desde lejos, desde los puentes, el Manzanares al que describió como un “río feo, trágico,
siniestro, maloliente; río negro que lleva detritos de alcantarillas, fetos y
gatos muertos” y nos dio una visión pintoresca de las mujeres
lavando entre ropa blanca tendida al sol: “En los lavaderos del Manzanares
brillaban al sol ropas puestas a secar con vívida blancura". (La Busca,
1904).
Arturo Barea en su trilogía “La forja de un rebelde” (Buenos Aires, 1951) sí que nos contó las miserias de ese trabajo tan duro: “Yo sé lo que es ser el hijo de la lavandera. Sé lo que es que le recuerden a uno la caridad”. Representa el despliegue narrativo de la mirada de alguien que se indigna ante lo intolerable, que se rebela contra la pobreza que vivió en sus propias carnes. Madrid, verano de 1907, el escritor es un niño de nueve años que estudia en las Escuelas Pías de San Fernando, en el barrio de Lavapiés. Vive con su madre Leonor, viuda que trabaja como lavandera en el río Manzanares para sacar adelante a sus cuatro hijos, de los que Arturo es el benjamín. El libro empieza con una magistral descripción en un día de sol de las riberas del Manzanares. Para mí la trilogía fue todo un descubrimiento, el siguiente texto lo he utilizado muchas veces en clase.
Capítulo I.
Los doscientos pantalones se llenan de viento y se inflan. Me parecen hombres gordos sin cabeza, que se balancean colgados de las cuerdas del tendedero. Los chicos corremos entre las hileras de pantalones blancos y repartimos azotazos sobre los traseros hinchados. La señora Encarna corre detrás de nosotros con la pala de madera con que golpea la ropa sucia para que escurra la pringue. Nos refugiamos en el laberinto de calles que forman las cuatrocientas sábanas húmedas. A veces consigue alcanzar a alguno; los demás comenzamos a tirar pellas de barro a los pantalones. Les quedan manchas, como si se hubieran ensuciado en ellos, y pensamos en los azotes que le van a dar por cochino al dueño. Por la tarde, cuando los pantalones están secos, ayudamos a contarlos en montones de diez hasta completar los doscientos. Los chicos de las lavanderas nos reunimos con la señora Encarna en el piso más alto de la casa del lavadero. Es una nave que tiene encima el tejado doblado en dos. La señora Encarna cabe en medio de pie y casi da con el moño en la viga central. Nosotros nos quedamos a los lados y damos con la cabeza en el techo. Al lado de la señora Encarna está el montón de pantalones, de sábanas, de calzoncillos y de camisas. Al final están las fundas de las almohadas. Cada prenda tiene un número, y la señora Encarna los va cantando y tirándolas al chico que tiene aquella docena a su cargo. Cada uno de nosotros tenemos a nuestro lado dos o tres montones, donde están los «veintes», los «treintas» o los «sesentas». Cada prenda la dejamos caer en su montón correspondiente. Después, en cada funda de almohada, como si fuera un saco, metemos un pantalón, dos sábanas, un par de calzoncillos y una camisa, que tienen todos el mismo número. Los jueves baja el carro grande, con cuatro caballos, que carga los doscientos talegos de ropa limpia y deja otros doscientos de ropa sucia.
Claudio Rodríguez, A mi ropa tendida (Conjuros, 1958)
Claudio Rodríguez había escrito un poema sobre las lavanderas en el río, pero cuando se lo mostró a Vicente Aleixandre, este le dijo: “Este poema no trata de la ropa, trata del alma”. Daba así un simbolismo transcendental a la humildísima tarea de aquellas mujeres, muertas de frío, que nos permitían recuperar la blancura
(El alma) Me la están refregando, alguien la aclara. ¡Yo que desde aquel día la eché a lo sucio para siempre, para ya no lavarla más, y me servía! ¡Si hasta me está más justa¡ No la he puesto pero ahí la veis todos, ahí, tendida, ropa tendida al sol. ¿Quién es? ¿Qué es esto? ¿Qué lejía inmortal, y que perdida jabonadura vuelve, qué blancura? Como al atardecer el cerro es nuestra ropa desde la infancia, más y más oscura y ved la mía ahora. ¡Ved mi ropa, mi aposento de par en par! ¡Adentro con todo el aire y todo el cielo encima! ¡Vista la tierra tierra! ¡Más adentro! ¡No tenedla en el patio: ahí en la cima, ropa pisada por el sol y el gallo, por el rey siempre!
He dicho así a media alba porque de nuevo la hallo, de nuevo el aire libre sana y salva. Fue en el río, seguro, en aquel río donde se lava todo, bajo el puente. Huele a la misma agua, a cuerpo mío. ¡Y ya sin mancha! ¡Si hay algún valiente, que se la ponga! Sé que le ahogaría. Bien sé que al pie del corazón no es blanca pero no importa: un día... ¡Qué un día, hoy, mañana que es la fiesta! Mañana todo el pueblo por las calles y la conocerán, y dirán: «Esta es su camisa, aquella, la que era sólo un remiendo y ya no le servía. ¿Qué es este amor? ¿Quién es su lavandera?»
Ignacio Aldecoa, cuentos
Puente de Segovia
Josefina, la esposa
de Ignacio Aldecoa en el prólogo de Cuentos Completos comenta que en la década
de los cincuenta vivió cerca el sitio de las lavanderas con sus tendederos en el Manzanares que había sido ocupado por chabolas hasta que se canalizó para reutilizar los
márgenes para la construcción residencial. Muchos escritos suyos de esa época nos
acercan a las penurias del Madrid de la posguerra. Aun así, algunas mujeres
seguían yendo a lavar como nos muestra la fotografía de José Pastor, fotoperiodista que trabajó en el diario Arriba, que se puede fechar en la década de 1960.
Elena Poniatowska: “Las lavanderas”
El relato “Laslavanderas”, pertenece a la colección de cuentos “De Noche Vienes” (1979)el propósito del texto, es dar voz a los sin voz, dar la palabra a las mujeres mejicanas excluidas del discurso social y así denunciar las condiciones de su trabajo
Carmen Gallardo, La reina de las lavanderas (2012)
Esta novela histórica nos relata la vida de María Victoria
dal Pozzo que se casó con el príncipe Amadeo de Saboya. El destino hizo que los
dos se sentaran en el trono de España, tras la expulsión de Isabel II, desde
1871 a 1873. Extranjera en una tierra que no supo valorarla, soportó los amoríos
de su marido, las humillaciones de la aristocracia y el perpetuo temor a un
atentado. Aun así, se entregó a la sociedad que la rechazaba y fundó la primera
guardería, el asilo de las lavanderas. Pocos días después de dar a luz a su
último hijo, perdió la corona. Murió a los veintinueve años en Italia consumida
por la tuberculosis. María Victoria fue una reina efímera, desconocida, culta y virtuosa en un país convulso e inestable. Esta es su visión de las lavanderas:
«Iban ensimismadas en su charla mientras dejaban atrás el
recinto palaciego… cuando el ruido de un
carruaje las hizo volver la cabeza. Vieron un mar de ropas tendidas moviéndose
al ritmo del suave viento… repentinamente surgieron tres críos que venían
exhaustos. No tendrían más de seis o siete años y tras ellos renqueaba uno aún
más pequeño, todos parecían cubiertos de aguas negras y de barro…». «¿Cómo ser
reina de un pueblo que pasa tanta miseria? ¿cómo no solventar la penuria de
quienes parecen olvidados de la mano divina?… Esas criaturas necesitan cuidados
y protección mientras sus madres buscan el sustento».
Begoña M.Rueda, Servicio de lavandería
También me gustaría referirme a Begoña M. Rueda, poeta y lavandera que ha ganado el premio Hiperión (Servicio de Lavandería, 2021), gracias a su poemario sobre su trabajo en el Hospital Punta de Europa de Algeciras. Ella conoce mejor que nadie este oficio, ahora rodeado de máquinas.
En la lavandería del hospital donde trabajo
la ropa de los enfermos, la ropa
de los que o regresan de la úlcera
o se dejan amarillear por la muerte,
se amontona en bolsas a las siete de la mañana.
Dos lavadoras industriales
bastan para blanquear la ropa de las heces
y de la sangre que podría ser mi sangre, mi miseria
podría ser, algún día, un camisón
cubierto de vómito
de los que una vez lavados lucen como nuevos,
bendita sea mi vida, bendita mi salud.
En los jardines de la Virgen del Puerto (Madrid Río) se han recreado los antiguos lavaderos que existían en este lugar, mediante la construcción de cuatro fuentes longitudinales de granito con forma de lavadero. Las fuentes son muy estilizadas y minimalistas pero con su belleza no reflejan la dureza del Manzanares y falta el recuerdo de esas mujeres que se dejaron la salud para que otros viviesen mejor. No hay ningún rastro de esta historia de sabañones, bronquitis y trabajo compartido.
Por último, tengo que decir que esta entrada es sólo una aproximación a un estudio que me parece muy interesante, seguro que faltan muchos datos y nombres. Aquí lo dejo por si a alguien le interesa o le puede servir.
Unidas podemos cambiar la sociedad, como nos lo han demostrado las mujeres que nos precedieron. Lo importante es conseguir la igualdad real y luchar contra el patriarcado que expande sus tentáculos para que nada cambie, poniendo siempre piedras en el camino, buscando siempre la confrontación. No confundamos lo superfluo con lo fundamental.
La limpiadora, estatua humana
(Paola Bretones)
En 1977 la Asamblea
General de la ONU estableció el 8 de marzo como el Día Internacional de la
Mujer, excluyendo el término de Trabajadora, con el objetivo de descafeinar el
contenido de clase revolucionario que dio origen a esta celebración. La mujer no se
incorpora al mundo laboral en el siglo XX, como nos han hecho creer, la mujer
trabaja desde siempre en casa y en la calle, en empleos que no quería el hombre, lo que pasa es que
no era reconocida por ello. Las mujeres empezaron luchando por lo suyo y acabaron luchando por los derechos de todas las mujeres. Normalmente se ensalza a las mujeres intelectuales pertenecientes a la
burguesía, y se deja de lado a las mujeres desconocidas que no tienen calles,
ni placas, ni aparecen en los calendarios, que trabajaban precariamente para
subsistir, formando el escalón más bajo de la sociedad.
Jovellanos fue el primero en defender el derecho de la mujer a ganarse un salario en 1785 y destacó el duro oficio de las lavanderas: Informe dado a la Junta General de Comercio y Moneda sobre el libre ejercicio de las artes.
“Yo conozco, y todos conocemos países, no situados bajo los distantes polos, sino en nuestra misma península, donde las mujeres se ocupan en las labores más duras y penosas, donde aran, cavan, siegan y rozan, […], donde trabajan a la par del hombre en todas sus ocupaciones y ejercicios. Aun hay algunos en que nuestras mujeres parece que han querido exceder á la de los pueblos antiguos. Entre ellos, el oficio de lavanderos se ejercía casi exclusivamente por hombres ¿Puede haber otro más molesto, más duro, más expuesto a incomodidades y peligros? Pues este ejercicio se halla hoy a cargo de las mujeres exclusivamente en las cortes y grandes capitales, esto es, donde se abriga la parte más delicada y melindrosa de este sexo”.
Durante siglos, las mujeres fueron las encargadas de desempeñar este arduo trabajo, mal pagado e insano porque también se encargaban de las prendas infectadas de enfermos contagiosos, lavando en las fuentes o en el río en el crudo invierno y en el asfixiante verano, hasta que llegó el agua a las casas a finales del siglo XIX. En España continuaron en los años de la posguerra hasta la década de 1960, cuando las lavadoras eléctricas empezaron a difundirse entre las capas medias y populares.
Llevo intentando hacer una entrada sobre su trabajo desde que subí Fuimos indómitas: los oficios de mujeres en Madrid (y Alicante). Hay muchísima información, sobre todo de las lavanderas del Manzanares, que no sé cómo resumir. Afortunadamente el vídeo del final lo hace bastante bien. Me limitaré a dar unas cuantas pinceladas.
La semana pasada, me levanté con la predicción del tiempo: máximas de
6º y mínimas de -6; en la parte más fría
y menos aislada de mi casa el termómetro indicaba 9º, suficiente para que tuviese las manos y los pies helados.Inmediatamente me llegó la imagen de las lavanderas de antaño tosiendo por la bronquitis: cuerpos encorvados y doloridos, manos agrietadas, artríticas, llenas de sabañones rompiendo el agua helada del río en un día como hoy. Como los soldados rasos de los ejércitos, vidas anónimassin valor para el beneficio de unos cuantos. Y pensar que hacia 1860 el viajero Davillier las llamó“Náyades del Manzanares”.
Lavadero deVillena, años 50
Los lavaderos eran su lugar de encuentro y sociabilidad, así como de solidaridad y ayuda mutua, lejos de los varones. Sin embargo hay muchos testimonios gráficos donde se ve a los hombres vigilando su trabajo mientras fuman tranquilamente un pitillo.¿Qué pensarían esos hombres observando a esas mujeres a sus pies luchando en el barro contra la suciedad? Me ahorro la respuesta.Y por si fuera poco, la creación de los lavaderos cerrados se debe en parte a las críticas de la Iglesia, más preocupada por el decoro que por la higiene, por la inmoralidad de sus posturas con las faldas arremangadas que por sus duras condiciones de trabajo. Allí nacieron expresiones que se extendieron al lenguaje común que todos hemos utilizado alguna vez, como ‘lavar los trapos sucios’ en relación a criticar a otros y ‘hay ropa tendida’ como aviso de que no se podía hablar delante de una persona determinada o de algún niño.
La conciliación familiar sigue siendo la gran lucha de la mujer del siglo XXI. Al
final del siglo XIX, las más de cuatro mil lavanderas que trabajaban en un centenar de lavaderos, algunos regentados por mujeres, reivindicaron este derecho. En 1871, la reina María Victoria, consorte de Amadeo I, aprobó la creación de la primera guardería de Madrid en el Asilo de Lavanderas que se encontraba en la glorieta de San Vicente, frente a la Estación de Príncipe Pío. Las madrileñas asalariadas del Manzanares lo utilizaron mientras cumplían con su jornada laboral a los márgenes del río. Se aceptaban bebés y niños menores de 5 años.
Recibían clases de cultura general, alimento y había ocho camas a disposición
de las mujeres que sufrían accidentes mientras trabajaban.
La lavandera de Gaudí
Numerosos pintores y escultores han utilizado representaciones de lavanderas en sus obras: Renoir, Toulouse-Lautrec, Goya, Le Corbusier o el propio Gaudí. La mayoría nos ha ofrecido una imagen superficial y costumbrista que poco tenía que ver con la realidad. Para mí, destaca la imagen de la lavandera solitaria del Parque Güell de Gaudí a modo de cariátide, todo un homenaje simbólico, cargada y erguida con una cesta sobre su cabeza donde lleva la ropa, transmite una extraordinaria fortaleza y robustez. Parece surgir de forma natural de uno de los inclinados elementos que configuran el pórtico en el que se encuentra.
Muchas personas que han dejado su huella en la historia tienen su origen en este grupo de esforzadas mujeres. Lavandera e hija de lavandera fue Consuelo Bello, "La Fornarina". Hijo de lavandera fue Pablo Iglesias Posse, fundador del PSOE y UGT, que acudía en ayuda de su madre por 1892, la sufrida gallega Juana Posse, que vino a pie desde Ferrol a Madrid con sus dos hijos pequeños. También fue hijo de lavandera Arturo Barea, escritor nacido en 1897, que dejó notas e impresiones sumamente realistas de lo que fue aquella vida de penurias de la gente del río.
Yo no he visto
trabajar a las lavanderas, mis recuerdos de los años sesenta se reducen a la
visión del lavadero casi vacío de mi pueblo poco antes de que desapareciera y
al zafarrancho que se organizaba todos los lunes en la casa de La Marañosa, día
que se dedicaba casi íntegramente al lavado con una máquina que lavaba pero no
centrifugaba. La lavadora venía equipada con una especie de turbina y un motor
que hacía girar la ropa, el agua y el jabón en un único sentido. Para aclarar
la ropa había que vaciar el agua sucia que siempre acababa rebosando y volver a llenarla, disponía también de
un accesorio con dos rodillos de goma que se colocaban en la parte superior. A
mí el aparato me tenía hipnotizada. Tal vez fuera una Balay. Quién me iba a
decir a mí que, veinte años después, cuando me fui a vivir a un minúsculo apartamento tendría que
comprarme una lavadora portátil Jata* que hacía lentísima la cuestión del lavado,
sobre todo si eran sábanas. Fue un gran invento que revolucionó la vida de las mujeres y también de muchos hombres.
El blog Lavaderos públicos propone identificar, localizar y fotografiar todos los lavaderos públicos, de todos los pueblos, tanto de España como de cualquier otro país,Recopilar testimonios, anécdotas, historias y leyendas de mujeres que lavaron, lavan o simplemente pasaron momentos inolvidables en estos lavaderos. Así las generaciones más jóvenes conocerán la vida laboral de sus antepasados y apreciarán del patrimonio local. Si alguien ha llegado hasta aquí, le animo a buscar el de su lugar de nacimiento.
Fotografía1915, los lavaderos del río Manzanares
Pintura idealizada: Lavaderos del Manzanares y Palacio Real, hacia 1800
Cartón para tapiz. Goya (1779-1780)
Fotografía. Lavanderas (1914)
*La marca fue creada a partir del nombre de su fundador, Jacinto Alcorta en Eibar (Gipuzkoa).
Qué manía tienen los ayuntamientos con realizar obras que nadie ha pedido y que traen como consecuencia la pérdida de los árboles, empezando primero por su estrangulamiento, siguiendo con la tala y, por último, por la eliminación de los alcorques. Dicen que pretenden de esta manera eliminar barreras arquitectónicas e impedir que se acumule suciedad. Lo cierto es que Madrid se ha convertido en una ciudad hostil, en un páramo de granito y adoquines sin rastro de vida vegetal. La desaparición de los huecos para el arbolado en Madrid es una constante en los últimos meses, pero por vez primera el Ayuntamiento ha puesto cifras a esta actuación. Entre los que se taparon en 2022 y los que se condenarán en 2023, está previsto que sean eliminados 4.162 alcorques en la ciudad.
La remodelación y los nuevos alcorques adoquinados indignan sobre todo a los
vecinos de Ponzano porque la medida se ha
hecho para ampliar el espacio peatonal y, de paso, ampliar las terrazas (“Más espacio para terrazas, menos espacio para los árboles”).
Alcorques adoquinados de la calle Ponzano
Los alcorques se hacen para reservar un espacio natural para plantar un árbol y, opcionalmente, cubrir ese espacio para evitar la caída de los peatones. Rellenar con adoquines el alcorque de un árbol provoca que el tronco se estrangule al impedir su crecimiento, porque no puede realizar las funciones fundamentales para su vida, como es la recogida del agua de lluvia o de riego, permitir que se oxigenen las raíces, el aporte de nutrientes al suelo... No garantiza que los árboles se mantengan vivos y sanos. Las aves e insectos, también se verán afectados porque se les arrebata otro trocito más de su hábitat al eliminar los microorganismos del suelo.