Yo también, como Muñoz Molina (El depredador benévolo), admiré a José Luis Martín Vigil. La vida sale al encuentro (1955) fue mi libro de cabecera a los 13 años y me despertó el interés por la lectura. Por fin, un escritor comprendía la adolescencia.
En esta novela, un
muchacho de quince años nos relata su vida en el seno de su familia, en el
círculo de sus amigos y en el colegio donde está interno; todo ello en el
transcurso de un año pródigo en contrariedades para él. La descripción es
minuciosa en detalles. Se siente su gran admiración por su padre, el cariño
hacia su hermano, la total entrega que hace de su confianza en el padre
Úrcola... y el amor por su prima. El protagonista posee un corazón grande y un
temple magnífico, a pesar de las caídas.
Me llamó la atención que desde la transición no se mencionase su nombre, ya sabemos que los libros más vendidos, no son los más valorados por la crítica. Ahora he descubierto que el escritor olía a podrido. "Un depredador astuto que buscaba la presa más débil en una sociedad oscurantista en la que el sexo es angustia, ignorancia y pecado". "En un piso del barrio de Salamanca, que imaginamos antiguo y cavernoso, Martín Vigil escribía cartas y tendía cebos a adolescentes, a quienes deslumbraba para abusar de ellos". "Martín Vigil era el adulto cargado de conocimiento y experiencia en el que podríamos confiar, porque sabía lo que estábamos sintiendo, nuestro maestro, pero también nuestro cómplice, capaz en caso necesario de guardar un secreto".
¡Qué horror! Un hombre de apariencia meliflua llevaba dentro todo un depredador atormentado por una sexualidad perversa. Los libros eran trampas para enredar con su tela de araña a sus víctimas. No sé si podré volver a leerlo, en el blog La vida no basta lo ha hecho su autora.
El depredador tiende con destreza su trampa y espera paciente a que caiga en ella la víctima. Su ventaja no es la fuerza física, sino la astucia de elegir la presa más débil.