Pereda, Galdós, Palacio
Valdés y Menéndez Pelayo
Hasta ahora no había leído nada de Palacio Valdés. En mi
época universitaria no estaba muy valorado, supongo que tuvo que luchar contra
la sombra que proyectaban los dos grandes gigantes de la literatura de su tiempo,
Galdós y Clarín, a los que dedicamos muchas lecturas y comentarios. Aunque en
su dilatada carrera como escritor tuvo bastante éxito fuera y dentro de España y
se hicieron varias adaptaciones cinematográficas de algunas de sus novelas (La
hermana san Sulpicio, La fe, Las aguas bajan negras, adaptación de La
aldea perdida).
Después de la lectura de La espuma (1890) he
descubierto que el escritor asturiano está a la altura de sus amigos de
generación. Su estilo ameno, humorista y sensual destaca sobre todo en la
descripción de personajes y costumbres. Los que lo han tildado de conservador,
sentimental y mediocre no conocían bien su obra, porque, aunque no era
revolucionario ni anticlerical, no se le puede acusar de cursi ni de localista.
A él también le dolía España y destaca
su amor por la justicia, por el bienestar social y la redención de las clases
más humildes. Sus críticas a la alta sociedad están basadas en un catolicismo
reformista y en las ideas socialistas. El propio autor afirmó: «Yo soy
católico, pero huyo de las pasiones de los católicos, contrarias enteramente a
la doctrina de Jesucristo. Aquí en casa he tenido curas y frailes que vinieron
a sondear mi espíritu y a inclinarme hacia finalidades políticas que están muy
lejos de mi corazón. No me explico al católico germanófilo. Es una aberración.
Y es que muchos católicos lo son por reaccionarios. Yo, por católico, soy
liberal y republicano si me aprieta un poco.»
La espuma nos sitúa en las altas esferas de la aristocracia y
la burguesía madrileñas –la espuma de la sociedad, la crème de la crème- para
mostrarnos los salones donde se elevan y derriban gobiernos y se hacen los
grandes negocios. Presenta la decadente aristocracia madrileña con sus amoríos,
fiestas y lujos estériles: Clementina, hija ilegítima del duque Antonio de
Salabert, esposa de Tomás Osorio, abandona a su amante Pepe Castro,
encaprichada del ingenuo Raimundo Alcázar. Los jóvenes viven entre fiestas y
matrimonios de conveniencia, cambios de amantes y frustraciones. Al morir la
madrastra de Clementina, ella deja a Raimundo para prosperar con un amante más
influyente.
El capítulo XIII me ha sorprendido enormemente, Salabert ha especulado
y comprado al Estado las minas de Riosa (trasunto literario de Almadén) e
invita a sus amigos para pasar allí una jornada. Dentro de una galería celebran
un banquete surrealista, digno de una
película de Buñuel, donde toma la palabra el médico de la mina, Quiroga, y les
hace ver la realidad de los mineros, que padecen todas las secuelas que
conlleva una vida insana y un salario mísero, rebelándose entre sarcasmos
contra la injusticia social impuesta por un capitalismo sin entrañas que hace
trabajar incluso a niños de siete años. Los comensales aparecen levemente
conmocionados para olvidarse enseguida.
El retrato de la sociedad española de la Restauración que
hace el escritor asturiano tiene vigencia plena en la actualidad. No ha
cambiado, nuestra clase dirigente está formada, como entonces, por personajes
codiciosos, deshonestos y cínicos que solo se mueven por poder y dinero en beneficio propio.
La siguiente novela que leeré será sin duda Marta
y María. Mis padres hablaban muy bien de ella.