Sí algo he odiado siempre, cuando en los desayunos tienes
que pedir café, son las pijaditas: yo corto de café, yo café americano, yo
descafeinado de sobre, yo descafeinado de máquina, el mío con leche desnatada,
el mío con leche de soja... Por eso cuando, después de mucho tiempo, me reuní con algunos compañeros del
comité de Empresa, pisé territorio conocido, volví a Ítaca. Los tres pedimos un café
con leche (bueno yo también una tostada porque era mi primer desayuno), sin complicaciones, sin edulcorantes. Los tres pensamos
lo mismo sobre la situación política, los tres supimos dejar hablar y escuchar sin tener que demostrar nuestra
poca o mucha erudición. Nadie consultó el móvil. No fuimos políticamente
correctos, a ninguno nos gusta el verbo empoderar. Volvimos a reír recordando lo vivido.
Con ellos podría tomar todos los días un café con leche.
Con ellos podría tomar todos los días un café con leche.
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