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domingo, 24 de enero de 2016

Un libro de emblemas y google

Hace unos días compré en las rebajas un libro de emblemas: la Enciclopedia Akal de Emblemas españoles ilustrados, que es parcialmente accesible en google  a través de su título. Un emblema es una frase, generalmente en latín, acompañada de una explicación y un grabado alusivo. La frase, o lema, que suele aparecer en el grabado, procede de la Biblia o algún autor clásico, y encierra una lección moral o política, y a menudo directamente religiosa. Este género, o subgénero, se extiende durante el s XVI, a partir del italiano Andrea Alciato, y se cultivó hasta finales del XVII. Los libros de emblemas fueron usados por los predicadores para sus sermones, los escritores para sus creaciones, los pintores, etc.  Se los considera un avance en la extensión de la cultura de la imagen, al estar cada frase que se comentaba acompañada de una figura, aunque las ilustraciones no siempre fueran de gran calidad.
    En el índice del libro aparecía una frase atribuida a Lucrecio: NIHIL MAGNUM LONGO NISI TEMPORE (nada grande hay sino tras mucho tiempo). Está en un libro de emblemas publicado en España hacia 1600 por el célebre lexicógrafo Covarrubias. En el grabado se ve una gran palmera con un elefante, en un paisaje árido. La lección moral es evidente: aun en un ambiente hostil, con el tiempo, se pueden dar grandes árboles, como la palma y sus dulces frutos, y los mayores animales; o sea, las grandes obras requieren tiempo, paciencia, trabajo, sacrificio...

 El propio Covarrubias atribuye la frase original, en una versión más amplia, a Lucrecio, sin concretar en qué pasaje. Como sé que existe un grupo de entusiastas seguidores de Agustín García Calvo, que se reúne todos los miércoles para dar una clase de latín, y está trabajando sobre Lucrecio, me dirigí a ellos para saber si sabían a qué pasaje se refería: no pudieron, porque no está en el De rerum natura. Buscando en Internet averiguaron que responde a 2 hexámetros que dicen:
                                      At rerum natura parens nil edere magnum
                                     spectandumque solet, longo nisi tempore adultum.

   (Pero la madre natura de todo no suele producir nada grande y digno de verse, si no ha crecido   largo tiempo)
En otras versiones del texto, en vez de At aparecen Nam (pues) o En (he aquí que), que apenas cambian el sentido. Estos versos fueron escritos a principios del s XVI por un humanista italiano conocido como Pietro (o Pierio) Valeriano, de apellido Bolzani, dentro de un poema latino y con un contexto que quizá algún día podríamos ampliar. La resonancia lucreciana "rerum natura", al correr estos versos sacados de su original y sin nombre, como suele ocurrir, hicieron al erudito hispano atribuírselos sin más a Tito.

En la segunda imagen  aparece la explicación de Covarrubias. Si os fijáis, a la derecha hay otro emblema: una pareja bajo un yugo con el lema  Pressi iugo gemuere, o sea, 'Oprimidos por el yugo gimieron'; se refiere a los casados que, tras las alegrías iniciales, se sienten agobiados bajo el yugo con-yugal. 
Me encanta que una casualidad absurda, una anécdota sin importancia, nos haga entrar en una madeja enrollada que, poco a poco, gracias a la ayuda inestimable de personas versadas en la materia y con el apoyo de las nuevas tecnologías, se vaya desenmarañando y pasado mucho tiempo aporte nuevas luces a la oscuridad.

miércoles, 26 de agosto de 2015

Ensaladas de verano

Él esperaba sus noticias ansiosamente. Una llamada, un mensaje, un correo, una carta, algo que le indicase que la llama seguía viva, que a muchos kilómetros, en un pueblo pequeño, cercano a una gran ciudad, ella, entregada a reformar su dieta, se metería en el agua recordándolo. Cada una de las brazadas que diese en la piscina, la acercaría más a su pensamiento y a su corazón; pero después de veinticuatro días de silencio, se encontró con un correo que resumía sus coqueteos con diversos autores a los que amorosamente había colocado junto a su cama. Su sitio había sido literalmente invadido por sus libros.  

       El verano es época propicia a picotear, a saltarse las normas y dietas, a hacer habitual lo excepcional. Este verano que casi acaba ha sido una de las épocas más caóticas que recuerdo para mis lecturas y con menos constancia para rematar libros. Veamos algún ejemplo.
       A finales de la primavera compré Campo de retamas, de Sáchez Ferlosio, conjunto de textos subtitulado Pecios reunidos, muchos de ellos ya publicados. Son fragmentos que raramente sobrepasan la página de extensión, a veces aforísticos, otras veces comentarios del momento, algunos literarios o embriones filosóficos, incluso poemas. La prosa de Ferlosio es inapelable, un “monumento más perenne que el bronce”, pero en este volumen a veces decae y se tiene incluso la sensación de que algún fragmento no debería haber sufrido las prensas. No he podido acabar todavía el libro, entre otras razones por la fatiga que produce la capacidad de Ferlosio (y es también una de sus mayores virtudes) para hacerte pensar lo que no quieres. Espero terminarlo antes del otoño y poder rumiar, como ya he hecho esta temporada, algunos de los mejores fragmentos del libro.
        Por los mismos días alcancé Génesis, presunta novela de Félix de Azúa, de estructura tan peculiar que de entrada no se comprende; ¿será una nivola como las de Unamuno? Más bien puede ser una venola, lo que sale cuando a uno le da la vena de escribir sea como sea. No me atrapó, y ha quedado en la mesilla como en la sala de espera de 2ª clase; confío en que la escritura magnética de Azúa me envuelva a no mucho tardar.
       Por si no quieres caldo… me dio por mirar una cita leída en un periódico y me amarré al barco que llevaba a Kafka, o a su héroe, a América, lectura mitificada hace 40 años. Ahora sólo he releído entero el último capítulo conservado, El Gran Teatro Integral de Oklahoma, uno de los pasajes más simbólicos, surrealistas y desconcertantes del Autor (a algunos hay que ponerles mayúsculas): son textos que no nos dejan en toda la vida.
       Para desengrasar, y ya en plena caldera juliana a más de 400, me lancé a la literatura de evasión. Me topé en la cabaña con unos tomitos de novela negra de los años 90, que daban con una revista de entonces. Elegí al azar Cazadores de herederas, firmado por Bill S. Ballinger, un escritor norteamericano de segunda fila muerto hace muchos años, según pude averiguar; el librito no presenta nombre de traductor ni copyright original; en fin, un apaño. Bueno, pues la novelita no está mal escrita y tiene algo de ingenio. Para empezar, el título, que sugiere pérfidos seductores al acecho de inocentes doncellas adineradas (como Monty Clift en La heredera), encubre en realidad a unos detectives zarrapastrosos tras la pista de una joven que desconoce haber heredado una importante suma, a la espera de una comisioncita… Con todo ello, no pude llegar a la mitad de las 100 y pico paginitas, que deberán aguardar tiempos peores de mis lóbulos frontales.
       Al pasar por una mesa de libros viejos en Trafalgar St pico algunas cosas por un duro: ante todo, Nada de Carmen Laforet; sólo con releer los primeros párrafos me siento aliviado de las fatigas pasadas; las grandes obras lo son porque hacen olvidar otras muchas. Queda la duda de la clave sentimental de la novela, aparentemente ocultada durante lustros.
       El otro librito que pesco en las aguas de Trafalgar es un Austral con La comedia nueva o el café y El sí de las niñas, de Moratín. De la primera tengo varias ediciones, de modo que esta es más bien para regalar. Desde hace muchos años me domina el fetichismo por una frase de La comedia nueva que repito a menudo: “Pero lo diré en griego, para mayor claridad”, en boca de Don Hermógenes, el gran pedantón o erudito a la violeta que vertebra la comedia. Salvando las insuficiencias y ambigüedades de la obra, me resulta inevitable volver de vez en cuando a ella (con una ojeada, de paso, a El sí de las niñas), como un hito en nuestro teatro y en lo que fue nuestra impotente ilustración.
       Por cierta película homónima, doy en leer el relato de Paul Bowles Tú no eres yo, que te deja impactado y con ganas de leer otros cuentos del autor, y también El cielo protector, que me espera hace años y cuyo comienzo, al menos, parece interesante.
       Un nuevo rescate de una mesa callejera: San Manuel Bueno, mártir, y tres historias más, otro Austral. Hojeando, me atrapa La novela de don Sandalio, jugador de ajedrez, que no conocía; me enredo en ella. Por encima de todo, me descubro en el placer de la lectura. Debe de ser que mis gustos están completamente estragados, pero me sigue atrayendo la escritura de mis abuelos por encima de la de mis padres, y no digamos la de mis primos; de mis hijos y nietos mejor no hablar, por falta de datos.
       En la feria local serrana me topo con los Aforismos de la cabeza parlante, de Bergamín: 70 páginas que espero merecer acabar algún día; me suenan bien.
       En el mismo caladero soy pescado por una edición bilingüe de la primera parte de Alicia de Carroll: me deleito con la prosa del ultracuento pese a mi incompetencia en inglés; de ilusión también se vive.
       Como pasa tantas veces, buscando algo en las estanterías del pasillo se encuentra otra cosa abandonada, pero que atrae: El imitador de voces, de Thomas Bernhard, colección de minicuentos (más que microrrelatos) de tono poco habitual en uno de los escritores más malditos y maldecidos o maldichos del siglo XX. A veces resultan exasperantes y a punto estoy de lanzarlos por la ventana, pero sólo alcanzo a situarlos en la cima de la montaña de libros de mi mesilla.
       En la cabaña yacía desde hace años Las crónicas del sochantre, de Álvaro Cunqueiro, sacado también de una mesa de viejo en la añeja colección Salvat de rtv, donde hay títulos para mí indispensables. La narración, realismo mágico avant la lettre, o sea algo que siempre ha habido, presenta una peculiar santa compaña o hueste antigua en un lenguaje donde se mezclan los galleguismos con lo arcaico y lo personal. Creo que es el único libro del verano que voy a leer entero y más o menos seguido.
       Pero las ensaladas suelen estar faltas de proteínas. Para reforzar mi dieta he añadido porciones de lecturas más musculosas, siempre en la línea fragmentaria y mixturera.
       Lo primero, unas caladas en La rama dorada, de Frazer, me llevan a los albores de la antropología cultural, un acervo de mitos, ritos y gritos primitivos donde han bebido generaciones de filósofos, psicólogos e historiadores de toda laya, desde Freud hasta los postmodernos y el mismísimo Agustín García Calvo. Un monumento a las mejores y peores tradiciones investigadoras del humanismo occidental. Uno de esos librones que te hacen desear tener más vidas para dedicarlas a más cosas.
       Otro librón, o librazo, Paideia, de Werner Jaeger, subtitulado Los ideales de la cultura griega, un mamotreto de 1200 páginas en letra menuda. Es otro clásico de los estudios histórico-filológicos, para desmenuzar los valores y formas de la educación a través de la cultura helénica. “Paideía” en griego suele traducirse “educación”, pero su raíz le hace decir “niñería”, “trato de niños”. Pese a todas las distancias que haya que poner con las tesis del autor, la obra es una mina de datos y reflexiones sobre una cultura que no es que sea fundamental para la nuestra, es que, como dijo alguien, los griegos somos nosotros (que no se entere Frau Merkel).
       Todo esto venía por la necesidad de leer, por razones externas, ciertos pasajes de las Lecturas presocráticas (con el poema de Parménides). Este libro de Gª Calvo, dentro del refuerzo alimentario arriba aludido, es un auténtico superconcentrado proteínico. Aquí ya hay que recurrir a las hipérboles de los antiguos poetas: aunque tuviera cien vidas, cien almas y mil mentes, no podría desentrañar tamañas tiradas donde la lógica, la matemática, la filosofía y el pensamiento puro se lanzan a la velocidad de la luz hasta orillas inalcanzables para algunos mortales. Peor aún fue meterle el diente a otra obra del mismo: Es: estudio de gramática prehistórica, que para mí desde hace mucho es ya como el 5º arcano de Fátima.
       En uno de mis convulsos intentos de rellenar oceánicas lagunas, me compro La lingüística cognitiva. Análisis y revisión, de J. Martínez del Castillo. Con un tercio leído, algo me ha enseñado sobre la materia, desde mi ignorancia. El libro es un ataque frontal a ese enfoque del lenguaje, pero algo desordenado y, lo que es peor, no muy bien escrito. Pero a buen hambre no hay pan duro, y el pan más vale duro, duro, que ninguno. Veremos si algún día remato el intento.
       Por último, picoteo de nuevo en un libro ya tentado: La manía de leer, de Víctor Moreno. Es un ensayo contra los apóstoles de la lectura, los fundamentalistas de la cultura (¿Kultur?) y el discurso semioficial de defensa de los supervalores de las letras. La tesis central va sólo contra lo que a veces es palabrería y pseudomisticismo, pero la gruesa artillería empleada da continuamente la impresión de que esto de los libros y la lectura es una gilipollez que nos venden para que pasemos el rato y hacer dinero los de siempre. O sea, nos queda una sensación ya antigua: partiendo de la nada, hemos llegado a la más absoluta miseria.
       

sábado, 11 de julio de 2015

Obras son/sin amores

Otra vez estoy de obras, esta vez en casa de mi madre. Lo que parecía un lavado de cara se ha convertido en una reforma total: los cables estaban forrados de tela y las tuberías eran de plomo. Por ahora estamos en la fase de destrucción.
 "Por sus obras los conoceréis", decían los evangelios: ¿será que por el tipo y frecuencia de las reformas domésticas se conoce a la gente? O quizá: "Por sus sobras los conoceréis": la basura que producimos nos delata. O por lo que nos sobra: cuando decimos "me sobra todo", ya se sabe. Y sobrar viene de superare: me supera, me sobra.  Conclusión: obras sin amores no son buenas razones. 

jueves, 5 de marzo de 2015

Acerca de un libro que trata de la rivalidad entre escritores

Este es un libro que preferiría no haber leído. Lo he hecho casi a hurtadillas, como temiendo a cada momento ser sorprendido en una práctica vergonzosa, a regañadientes, tomando el libro cada vez con cierta repugnancia y dejándolo ya francamente en la náusea, pero sin ser capaz de abandonarlo definitivamente y acechando pronto la ocasión de retomarlo, como uno de esos vicios que nos estragan pero nos retienen con su viscoso atractivo. Pero, como han dicho muchos, Cervantes entre otros, no hay libro, por malo que sea, que no contenga algo bueno.
      Algunas de las trifulcas recogidas en el volumen son muy conocidas, pero otras muchas no, al menos para un lector medio no especializado, como es el caso. La impresión general es profundamente desagradable, pero, por decir también de entrada algo positivo, nos hace bajar del pedestal a algunas de las grandes figuras de nuestras letras de ambas orillas, por si acaso alguien pensara que eran seres adánicos, angélicos y seráficos. Pero hay más problemas.
   El primero es el de la crítica de los textos en que se fundamenta el volumen. En general, el autor los documenta de modo genérico, pero no preciso (en general no se cita por página, párrafo, referencia bibliográfica exacta, es decir, si los textos provienen de consulta directa o de segunda o tercera mano… etc.). Es verdad que el volumen no parece pretender ser una obra de investigación rigurosa stricto sensu, sino más bien de carácter divulgativo. Pero en un terreno tan delicado como la imagen personal, literaria, ideológica, histórica de los autores tratados todo el cuidado es poco. Se precisaría una crítica textual depurada para asegurar en lo posible (siempre hay en esto un margen de duda e inseguridad) la fiabilidad de los documentos aducidos. El autor del libro, o los precedentes consultados, ¿han hecho ese trabajo crítico en todos los casos? ¿Cuántas erratas o errores (involuntarios o deliberados) se han podido deslizar en la larga cadena de transmisión textual hasta llegar al libro editado? No se trata, por supuesto, de las posibles malevolencias y tergiversaciones que entren en las opiniones vertidas por los personajes, sino de la limpieza básica de las fuentes. Por otra parte, ¿se han contrastado siempre las distintas y a menudo divergentes versiones de un mismo hecho o de las palabras pronunciadas? El autor del libro presenta en ocasiones algunas variantes de los hechos, pero otros muchos quedan en la duda. Estamos, pues, en un terreno peligrosamente resbaladizo entre la divulgación científica o cultural de carácter serio y la prensa amarilla y sensacionalista, lejos del buen periodismo (si este emparejamiento no es oximórico) que siempre contrasta fuentes, exige más de un informante, etc. Desde luego no quiero decir que el libro caiga siempre de ese lado malo, sino de la inseguridad que nos transmite en una lectura crítica.
   Otro aspecto, más de fondo, es la finalidad a que apunta la obra. ¿Qué nos aporta saber que un escritor haya dicho de otro que olía mal? Los insultos (y hasta golpes) que otros se cruzaron en un lance de acaloramiento ¿deben influir en nuestra consideración de sus respectivas obras? Recuerdo el desagrado que me produjo leer que una de nuestras cimas poéticas quedó horrorizado al ver en casa de otro gran autor un huevo frito olvidado en una silla (y luego lo contó), incidente omitido, por fortuna, en el presente libro, como tampoco aparece lo que vi, con crispación paroxísmica, hace muchos años en la crónica de un escritor de 2ª o 3ª fila donde relataba que, al ir a entrevistar a un gran prosista que vivía retirado, ya anciano, en su masía, este lo recibió “con la bragueta aparatosamente abierta”.
   Dicen los sabios que las especies carroñeras (buitres, hienas…) contribuyen eficazmente a mantener un buen nivel de salubridad en el medio ambiente, pero en el caso que nos ocupa no se trata de drenar y, por tanto, hacer desaparecer los detritus, sino de hacinarlos y depositarlos de modo permanente, como un gran muladar, ante el público, y además con la agravante de que, por las razones antes apuntadas, no hay seguridad sobre el fondo y la forma de los testimonios.
   Al dar fin a estas líneas me asaltan dos temores. Uno, que este tipo de asuntos y de obras no deberían ser comentados y aireados, como estoy haciendo ahora, sino velados en un prudente y avergonzado silencio; en definitiva, como dijo el Otro, peor es meneallo. Y el segundo, que me queda la impresión de haberme excedido en la crítica sobre un libro tan entretenido e incluso interesante, aunque sólo sea porque, como dijo Torres Villarroel, “oir mal del vecino nunca fue ingrato a la oreja”. Pero hay otro dicho, más antiguo y popular: todo se contagia menos la hermosura

martes, 24 de febrero de 2015

La memoria del olvido

 Me ha impresionado para bien la película Siempre Alice. Una profesora de Lingüística sufre al drama de la pérdida del lenguaje y del pensamiento cuando le detectan a los cincuenta años Alzheimer precoz. Esta enfermedad me asusta sobremanera porque la he visto asomar sin diagnóstico en mi abuela y en mi padre y yo me parezco mucho a ellos. Mis manos, que han entrelazado las suyas, son una réplica perfecta: el mismo tamaño, los mismos dedos, las mismas uñas. De pequeña tuve que luchar con una dislexia que me hacía cambiar las sílabas de orden. Con el paso del tiempo he ido trabucando los nombres de los autores o de las personas que conozco. Los últimos años he sido incapaz de aprenderme los nombres de los nuevos alumnos. A veces, me he quedado en blanco mientras explicaba y el nombre de los actores de las películas que me gustan se me enredan en la lengua para salir diez minutos después. No sé la de veces que pierdo objetos cotidianos o realizo acciones automáticamente. Tampoco sé qué contienen los cajones de los armarios que una vez al año me obligo a ordenar para tirar lo superfluo. A veces, por sitios poco habituales, me desoriento. Nunca me acordé del final de las películas y los libros, y ahora no retengo ni el título ni el autor; me digo para justificarme que la culpa la tiene el ebook que carece  de las solapas y solo marca la página en la que detuviste la lectura. Otras veces, me empeño en repetir una palabra que no es la correcta y, muchas veces, me callo por no meter la pata. También sufro y lucho con el mal humor que provocan estas pérdidas constantes y, hasta ahora, poco significativas. Internet me ayuda para salir de dudas y repasar lo que creía aprendido. Procuro reírme de mi misma y soltar la frase de todos los de nuestra edad: “¿Te acuerdas cuándo hablábamos de corrido?”. Antes lo achacaba al estrés y a la edad, consciente de que todavía tengo memoria de lo que olvido; ahora, que estoy jubilada, espero no tener que hacerlo a este mal incurable más duro que el cáncer.

Por fin te has decidido a poner algo más, y uno de esos algos es lo de Tánger, que está muy bien, y esperamos que sea el comienzo de una miniserie. Lo otro es más duro y no va a colar: no conseguirás que te tratemos como una prejubilada precozmente preenferma preferentemente preterida. Esa pretendida preentrada presumiblemente prepóstera predice predicaciones prematuras precedidas de prevalente preeminencia. Y los premonstratenses, en su precalentada prevención previsora de prelados, se prevalen de su presunta prefectura. 
               Premoniciones de preseas
                     

lunes, 19 de enero de 2015

Cortina de lluvia

Cortina de lluvia


                 gris

                 tul de niebla

                 blanquecina

                 telas de nieve

                 transparente

                 dudosos visillos

                 cristales traslúcidos

                 rizos de espuma

                 marina

                                           lejanía

                                 ay

                                 hay

                                 ahí

                 azules cenizas

                 mojadas

                 empañado espejo

                 apenas permite atisbar

                 al otro lado


                 pero siempre más allá

                 hay que ir



                                    Marzo 07

miércoles, 31 de diciembre de 2014

Breveñas: La invención de Morel, Bioy Casares

Para mí, Bioy Casares ha sido una figura secundaria, unida siempre a la de su amigo Borges. Probablemente, su físico bello y elegante y su fama de don Juan me produjeron rechazo. El año 2014 ha sido la fecha de su centenario y quiero celebrarlo este último día con una pequeña reseña (breveña) de mi amigo Emilio García Ruiz.

Adolfo Bioy Casares, La invención de Morel. Prólogo de Jorge Luis Borges. Barcelona, Seix Barral, 1985. 126 págs.
Resultado de imagen de la invención de morel   En una lectura actual, esta novela de 1940 parte con dos desventajas:  1)  Las obras de ciencia-ficción a menudo envejecen mal en aspectos formales; se presentan civilizaciones futuras teóricamente avanzadísimas, pero sin, por ejemplo, ordenadores ni teléfonos móviles. En este caso se debe saber leer el mensaje profundo que transmite el texto, sin pararse en esos detalles tecnológicos, pero la lectura se hace algo incómoda, como esas pinturas renacentistas o barrocas en que los personajes griegos y romanos aparecen con chambergo, golilla y botas altas. Un ejemplo destacado puede ser la excelente novela de Ph.K.Dick ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968), en la que se basó parcialmente la película Blade runner de R.Scott (1982).                              
  2) Al haber sido Bioy Casares amigo íntimo y colaborador ocasional de Borges, se produce un inevitable reflejo de comparación, con el resultado previsible, dejando de lado los naturales parecidos por cercanía y ambiente.
   En La invención de Morel (título que, para entenderlo mejor, hoy quizá se diría El invento de Morel) el relato se presenta en forma de diario encontrado posteriormente a los hechos. El innominado autor, fugitivo de una persecución política, llega en barca a una isla del Caribe alejada de las rutas marítimas habituales y que parece desierta. En su intento de adaptarse precariamente, como cualquier Robinsón, a las inclemencias del lugar y del clima, descubre unas edificaciones extrañas, abandonadas y envejecidas, quizá un proyecto hotelero fracasado, de las que se sirve como refugio. Al cabo de poco tiempo observa la presencia en la isla de personas extrañas, un grupo de amigos aparentemente reunidos allí para pasar unas vacaciones; el náufrago se oculta por temor a ser devuelto a su país de origen, pero espía al grupo. Los recién llegados, gente rica sin duda, se bañan, pasean, se divierten, ponen música estruendosa y banquetean espléndidamente en el edificio mencionado. El jefe parece ser uno llamado Morel, pero quien atrae la atención del náufrago es una bella mujer, Faustine, que a diario pasa horas a la orilla del mar, separada del grupo; en otros momentos se ve que mantiene cierta relación con Morel, quien parece pretenderla, pero ella se mantiene a cierta distancia. El fugitivo llega a obsesionarse con la mujer, a la que observa a escondidas sin descanso, hasta que un día decide acercarse y hablarle: aquí el relato acentúa dramáticamente su clímax ascendente, pues ella parece no oirle, o aparentarlo. (El recuerdo de Ulises y Nausícaa en la Odisea, es inevitable, a pesar de, o más bien precisamente por la diferencia de la reacción femenina ante el astroso náufrago)  Este encuentro-desencuentro se repite en días sucesivos, hasta el punto de que el fugitivo piensa que ella lo ignora deliberada y ostentosamente, lo cual exacerba su obsesión erótica. Más tarde Morel convoca una reunión de todos los invitados para exponerles su invención o descubrimiento: ahí reside, principalmente, la parte de ciencia-ficción de la novela. Espiando el debate, el náufrago va comprendiendo la situación, hasta llegar al desenlace, mientras el relato adquiere rasgos de thriller de terror. La inestabilidad entre mundo real e ilusorio, sueño y vigilia, la realidad como proyección mental y otras aporías de los últimos siglos están crecientemente presentes en el relato, que se une con ello a una gran corriente de la literatura moderna, como apunta ya Borges en el prólogo, defendiendo a la vez la posibilidad de una narrativa de trama, como es la novela de su amigo, frente a la tendencia a la novela psicológica en su época; no deja de ser una cierta incoherencia, o enriquecimiento, que La invención de Morel tenga también simbólicamente una gran carga psicológica.
   En definitiva, Bioy Casares logra en esta breve novela condensar una gran tensión narrativa, a la vez que supera con creces las dos dificultades a que aludíamos al principio. El eco de la novela de H.G.Wells La isla del doctor Moreau (1896) está ya en el título, como indica Borges en el prólogo, pero las tramas de ambas obras no tienen mucha relación. La dramática incomunicación del náufrago y Faustine parece que dio origen a la película de Resnais El año pasado en Marienbad (1961), con guión de Robbe-Grillet, pero el desarrollo es también muy diferente.
Al cerrar el prólogo a la novela de su amigo, Borges (dedicatario, además de la obra) puntualiza de manera significativamente litotética: "No me parece una imprecisión o una hipérbole calificarla de perfecta." ¿No se lo parecía? ¿O lo pensaba de verdad, por encima de la amistad de ambos escritores? Malévolamente podríamos estar tentados de sospechar que el gran autor nos sugiere algo como "esta obra parece perfecta, pero no es grande".


lunes, 30 de junio de 2014

Breveñas: El posmodernismo ¡vaya timo!

BREVEÑAS
Gabriel Andrade, El posmodernismo ¡vaya timo! Prólogo de Mario Bunge. Editorial Laetoli, Pamplona, 2013. 297 págs. 19€
   Desde hace unos años la editorial Laetoli viene publicando una serie de libros dirigidos al gran público con la sana intención de desmontar las creencias irracionales que dominan en buena parte nuestro mundo, con temas tan interesantes y variados como la homeopatía, la inmortalidad, el tarot, la parapsicología, los ovnis... Todos los títulos se completan con la expresión ¡vaya timo!, que da nombre a la colección, dirigida por el conocido astrónomo Javier Armentia, director del Planetario de Pamplona.
   El volumen que nos ocupa está redactado por el joven profesor venezolano Gabriel Andrade, y en él se van repasando y rebatiendo (o intentándolo) los principales temas del pensamiento llamado pos(t)moderno, que ha ocupado en gran medida la primera línea intelectual desde mediados del siglo XX con la pretensión de superar e incluso anular la razón ilustrada que se ha venido imponiendo desde el XVIII, acusándola de ser la causa de casi todos los males de nuestra época. Tras una Introducción  (donde se centran los conceptos de modernismo, modernidad y posmodernismo), hay 11 capítulos, de los que destacaríamos:  “Usos y abusos de la izquierda”  (“el camino a la felicidad está en la continuidad de la modernidad, y no en su ruptura”, en la línea de Habermas) , “El odio a la Ilustración” (los errores y excesos de los ilustrados no autorizan a destruir su proyecto, todavía irrealizado) , “¿Todo es relativo?  (el relativismo cultural no debe llevarnos a negar la razón objetiva) ), “El ataque a la ciencia”  (la ciencia, bestia negra de algunos posmodernos, es el conocimiento racional) , “El bien y el mal”  (el relativismo moral no puede estar por encima de la razón y los derechos humanos) , “La occidentofobia” (la civilización occidental, con todos sus errores y horrores, es superior a las otras en casi todo) . "La obsesión con el poder”  (los excesos del poder político no invalida la búsqueda de una organización racional que proteja a la sociedad de los abusos de los más fuertes) , “El feminismo mal entendido” (la lucha contra el patriarcado no permite suponer, con algunos posmodernos y feministas, que los sexos son construcciones puramente ideológicas)En ellos se analiza el pensamiento, entre otros muchos, de Nietzsche, Foucault, Derrida, Lyotard, Marija Gimbutas, etc., por sus exageraciones y por sus malas derivaciones. El resultado es convincente y brillante, aunque se pueda discrepar en algunos puntos. El autor peca en ocasiones, como otros practicantes de la crítica racionalista, de exceso de simplismo y de una cierta suficiencia que le hace caer a veces en un sarcasmo (y digo caer porque el que menosprecia o denigra se degrada, ante todo, a sí mismo) a todas luces injustificado y, lo que es peor, contraproducente. El componente irracional del ser humano ha de ser tenido en cuenta, porque forma parte de la vida, aunque debamos combatirlo y procurar prudentemente que su influjo disminuya en nuestra sociedad.
   Gabriel Andrade ha publicado también, entre otras obras, dos títulos más de la colección ¡vaya timo!, La inmortalidad y La teología; es un nombre, sin duda, a tener en cuenta dentro del mejor pensamiento en lengua española. Nos recuerda, entre otros, al ensayista argentino Juan José Sebreli (n. 1930), cuya obra El olvido de la razón (2006), citada por Andrade, da también un buen “repaso” a la filosofía contemporánea.

  Por su parte el director de la colección, Javier Armentia, mantiene un interesante blog crítico, Por la boca muere el pez.

jueves, 9 de enero de 2014

Las tres generaciones

Pocas veces había sentido la llamada de la sangre tan fuerte como aquella. Delante de él iban su hijo y su nieto, ambos, con una guitarra a la espalda, con la melena negra al viento y los mismos andares. Los tres se dirigían hacía el coche que les llevarían a la cena de nochebuena. Una estampa que hubiese querido plasmar con una foto,  pero que solo se quedó impresa en su retina. En ese instante la vida y sus contradicciones merecían la pena. Cuando vieron los ojos vidriosos del abuelo, ajenos a la experiencia mágica, lo achacaron al frío reinante.  

lunes, 23 de septiembre de 2013

Conductas fuguistas



Es bien sabido que a todos nos gustaría ausentarnos alguna vez de la cárcel  en la que vivimos en busca de la libertad y felicidad, pero no nos atrevemos por pereza, cobardía o egoísmo. En la familia García, excepto el abuelo, al que el sentido del deber le impidió hacerlo, todos lo intentaron por lo menos una vez. Todos volvieron. Nunca hablaron de ello. La abuela se escabullía una vez al mes. El hijo menor se escapó cuando era pequeño aprovechando un descuido de la cuidadora. El mayor se fue a vivir a otro país.  Una nuera se fue con la música a otra parte y abandonó el domicilio común. El nieto pequeño con apenas dieciocho meses se fugó de la guardería y se subió en un autobús sin que nadie se diese cuenta y consiguió llegar hasta el final del trayecto.  Otros dos nietos construyeron un túnel del colegio junto a la verja del patio para evadirse con sus compañeros. Incluso lo intentaron los animales domésticos.  La perrita se soltó del collar y apareció una hora después temblando en el garaje debajo del coche familiar. Dos perras rescatadas de una perrera estuvieron perdidas en el campo cuatro días hasta que fueron encontradas casi deshidratadas. El loro se esfumó por la ventana un día nevado. 

martes, 27 de marzo de 2012

TENER O NO TENER (VERGÜENZA)

A veces es sano y normal no tener vergüenza de algo. Yo, por ejemplo, no tengo vergüenza de no saber chino, por muy importante que sea (y cada vez más); puedo decir que es muy difícil, que me ha pillado mayor, que quién iba a pensar, etc. Sí la tengo de no saber inglés, o apenas, y ahí no tengo nada para justificarme.
Resultado de imagen de tener o no tener verguenzaLo malo es que ahora mucha gente, sobre todo entre “los de arriba”, parece no tener vergüenza de cosas que la merecerían. Se ponen sueldos astronómicos para navegar por las más altas esferas de la sociedad, mientras dejan a millones de personas arrastrándose por el subsuelo, e incluso lo proclaman sin complejos: “porque yo lo valgo”. Roban cantidades desmesuradas, y se siguen postulando como un modelo para todos.
Lo peor es que nos estamos acostumbrando, y es un camino muy peligroso. Cuando alguien es capaz de mirar a otro a los ojos y decirle: “Yo tengo de todo y tú nada; por algo será. Es justo que sea así”, ya no estamos en una democracia. Estamos volviendo a las castas y a la esclavitud.
Sería preciso enseñar un poco de vergüenza a nuestras clases dirigentes. Para ser dirigente hay que tener un mínimo de ejemplaridad. Si, como ha dicho un ministro, “estamos en una situación de urgencia y casi de emergencia nacional”, deberían dar un poco de ejemplo: los auténticos jefes viven peor que sus subordinados. Pero, como dice un refrán romano, el pescado se empieza a pudrir por la cabeza. Y, según nuestro dicho popular, se empieza por asesinar viejecitas y se acaba faltando a misa.
Hoy he oído a un presentador, ya algo viejuno, proclamar en una emisora de radio: “Yo he vivido una dictadura, una transición y una democracia...” Esperemos que nuestros actuales jóvenes no tengan que contarles a sus nietos “Yo he vivido una democracia, una transición, una dictadura...”
22 – 3 - 2012

sábado, 1 de octubre de 2011

PEDOLATRÍA Y RECORTES


Desde hace bastantes años se viene produciendo en la sociedad española un proceso de verdadero culto a los niños que podríamos llamar pedolatría, o bien, si el término suena mal en oídos refinados, paidolatría, para evidenciar más su estirpe helénica. Es ya un tópico que se les mima en exceso, no se les niega nada en cosas y en acciones, y los tiernos infantes, ya desde muy pequeños, se creen con derecho a todo, se erigen en dictadorzuelos de sus padres y a veces llegan a la edad adulta convertidos en auténticos tiranos del entorno.
Este proceso tiene diversas causas que sería prolijo desgranar ahora en detalle. Basta recordar que desde máximas como la romana que dice “quien no pega a su hijo es que no le quiere” y nuestro “quien bien te quiere te hará llorar”, la situación ha llegado casi a invertirse.
A tal grado de desenfreno ha debido de llegar nuestra infancia y juventud, que las autoridades educativas han decidido atizarles un zurriagazo de tomo y lomo por medio de lo que más daño puede hacerles: empeorar su educación, para que se vayan enterando de lo que vale un peine. Han decidido acabar de un plumazo con la pedolatría para pasar a la pedofobia, olvidando que el punto justo está en otra máxima romana: “al niño se le debe el mayor respeto.”

martes, 23 de agosto de 2011

BREVEÑAS III - Stéphane Hessel: ¡Comprometeos!

Stéphane Hessel: ¡Comprometeos! Barcelona, Destino, 2011. 95 págs. El casi centenario autor de ¡Indignaos! vuelve con una obrita algo más extensa y estructurada, en forma de conversaciones con el joven escritor Gilles Vanderpooten y publicada este mismo año en Francia. El subtítulo Ya no basta con indignarse expresa claramente la intención del autor: tras la inicial y necesaria indignación por las grandes injusticias del mundo actual, se impone el compromiso concreto, sobre todo para los jóvenes que van a heredar una situación insostenible. Para ello se dan varias pistas en que pueda plasmarse la acción: desarrollo sostenible, ecología y política; actuación frente a las instituciones internacionales; creación de alternativas; preocupación por el mañana de la sociedad y del planeta. En este sentido destaca una de las últimas frases con que S.H. cierra el librito: ¡cuidado con el futuro y vive el futuro! No subestimemos los peligros, dice Hessel, pero sabiendo, a la vez, que se pueden superar. No es lo menos interesante que las páginas finales están ocupadas por la Declaración universal de los Derechos Humanos, en la que él mismo intervino y que sigue teniendo validez, pese a estar algo desfasada en algún aspecto que el propio S.H. resalta y complementa.
Recomendado: para todos los públicos.

Apostillas En esta y en otras obras recientes sobre los mismos temas, así como en los debates y tertulias, se echan de menos algunos puntos que nos parecen pertinentes:
- La llamada crisis financiera, que lo es, y seria, es de risa, por ahora, si la comparamos con la situación de muchos países del 3er mundo (véase lo que pasa ahora mismo en el llamado Cuerno de África).
- Buena parte del problema general es un conflicto entre ricos y pobres, aunque con muchos grados.
- Los más ricos parecen ser los mercados, que disponen de dinero contante y arruinan a millones de personas pulsando una tecla. ¿De dónde viene ese dinero? ¿Quién lo gestiona? ¿Dónde tributa? El mercado es inevitable y necesario, pero debe ser regulado, como ha ocurrido desde los albores de la sociedad. La desregulación salvaje que empezó en los 80 con Reagan y Thatcher nos ha traído, en buena parte, a la actual situación.
- La coartada que subyace es el llamado darwinismo social, por el que de modo natural se producirá la supervivencia de los más aptos, pero es una teoría tan desmoralizadora que se procura encubrirla y maquillarla ante el conjunto de la población. Aquí hay un punto de cinismo en la derecha política, que actúa bajo esos principios pero a la vez se alía con la Iglesia, que se supone debe defender el amor evangélico como norma suprema. Parece que el calvinismo, con su teoría de la predestinación, se ha impuesto en el cristianismo, continuador en su momento de la filantropía helénica.
- La ausencia de los intelectuales, cuya misión debería ser el desvelamiento de las mentiras del poder y la desfascinación de las masas. Menos mal que quedan algunos como Hessel, Sampedro y otros (y no precisamente de los más jóvenes) que nos animan con su ejemplo y su vitalidad a sacudirnos el muermo que nos ha hecho caer en esta crisis.

Sobre todo ello hay algunos breves informes de interés: Las manos que mecen los mercados, de David Fernández (El País, 4-8-11); Las tretas de los especuladores, de Miguel Ángel García Vega (El País-Negocios, 14-8-11); y las intervenciones radiofónicas del economista Paco Álvarez, así como sus páginas web La bolsa y la vida y No le digas a mi madre que trabajo en bolsa.

martes, 2 de agosto de 2011

BREVEÑAS-II

Elvira Lindo, Lo que me queda por vivir (novela). Barcelona, Seix Barral, 2010. 267 págs. Un reaccionario de mediados del XX, Camón Aznar, escribió en sus Aforismos del solitario: “Contra Schopenhauer: veo en el mundo no una gran voluntad, sino una gran resignación”. Y 20 años antes D. José Ortega cerraba La rebelión de las masas declarando que el papel de las masas era la obediencia y, también, la resignación. (El pensamiento raccionario del XIX y del XX está en la base de buena parte del mundo actual) La novela de Lindo está “bien”: bien escrita, bien construída (o casi), bien llevada para enganchar (casi siempre)... y es bien triste. No una gran tristeza de esas trágicas que ahora no se llevan, una tristeza pequeña y un poco cutre, con personajes menos que mediocres, empezando por la protagonista (una veinteañera separada con un niño en los años ochenta). Y el regusto (casi mensaje) final es de resignación: parece que no hay manera de romper los moldes sociales y psicológicos. El periplo de los personajes acaba por no interesar gran cosa, todo suena un poco a déjà vu, déjà entendu. La época ambiental (incluídos los saltos atrás) es de las más narradas en la España actual y el trasfondo futuro que insinúa una especie de happy end sigue rezumando el mensaje que Lindo y otros compañeros de grupo mediático repiten a menudo: el amor es tóxico, y más vale un plácido acomodo. Todo está aplastado por la grisura conservadora reaganiana-thatcheriana de aquella época, o aguirre-merkeliana de ahora.
Recomendado: ni se sabe; quizá para jóvenes (raros) que quieran saber algo sobre la generación de sus padres.

José Carlos Llop, El informe Stein (novela). Madrid, Anaya&Mario Muchnik, l995. 128 págs.
Una novela corta en formato bolsillo, cuyo autor se consagró antes como poeta y ensayista que como narrador. Situada en la Mallorca de los 60 (nada que ver con las grandes novelas mallorquinas de Llorenç Villalonga), narra la vida de unos adolescentes acomodados en un colegio de jesuítas, entreverada con una leve intriga casi policíaca, que luego se revela más bien política, con los antecedentes y consiguientes de la guerra civil. Algunos tipos bien caracterizados, y un estilo que retiene al lector, quizá por una concisión que recuerda un poco a Umbral en sus obras “de iniciación”, especialmente Memorias de un niño de derechas. Obra menor, pero estimable.
Recomendado: para jóvenes que necesiten aprender a valorar lo que tienen; pero también para todos aquellos lectores que gusten de un respiro, un agradable intermezzo entre cosas mayores, pero más fatigosas; los poetas pasados a narradores suelen, al menos, escribir decentemente.

José Luís Sampedro – Olga Lucas, Cuarteto para un solista. Barcelona, Plaza Janés, 2011. 206 págs.
El joven nonagenario Sampedro sigue produciendo todo tipo de obras, y esta vez con su esposa nos ofrece una “novela de ideas o ensayo novelado” (como lo presenta el editor) donde el personaje de un viejo profesor es ingresado en un psiquiátrico por asegurar que mantiene contactos con figuras imaginarias: los cuatro elementos de la naturaleza, Fuego, Tierra, Aire y Agua, que dialogan entre sí, con el profesor y con Vida, otro personaje alegórico al que es preciso salvar. El libro discurre entre la tensión del protagonista con su entorno familiar y psiquiátrico y la relación superreal que sostiene con sus interlocutores, siempre en torno a los grandes desastres que afligen al mundo actual y la necesidad de actuar de inmediato para evitar el desastre total. Estamos, pues, en la línea de combate que sigue manteniendo Sampedro desde hace mucho tiempo. Novelita fantástica, alegórica, filosófica, provocativa, revulsiva, incitadora... todo ello servido en una buena escritura, con algún ligero galicismo nada frecuente en el autor (pero Olga Lucas nació en Toulouse).
Recomendado: para jóvenes de 10 a 100 años que quieran volar unas horas en alas de la fantasía para aterrizar de vez en cuando en las más duras realidades de este mundo.

viernes, 15 de julio de 2011

BREVEÑAS (breves reseñas) I: Reacciona


A.A.V.V., REACCIONA. Madrid, Aguilar, 2011. 169 p. 9,50 €.
Se trata de una de las secuelas del ya famoso pliego “¡Indignáos!” del casi centenario Stéphane Hessel, que prologa este otro libro. Una docena de personas que trabajan en diversos campos, algunas tan conocidas como Baltasar Garzón y José Luís Sampedro (otro hombre-siglo), analizan los principales problemas de la sociedad actual.
Federico Mayor Zaragoza, por ejemplo, hace una presentación tan demoledora de las grandes injusticias de nuestro mundo, que de momento le entra a uno tal depresión que sólo dan ganas de meterse bajo el edredón, si es invierno, o frente al ventilador, si verano, a esperar el fin del mundo (a ser posible en buena compañía), o bien echarse a la calle con un cartucho de dinamita entre los dientes y no parar hasta tirar por la ventana al último banquero de Wall Street. Don Federico, mayor en edad, saber y gobierno (ha sido ministro y director de la UNESCO, entre otras cosas), es un hombre ponderado e incluso pío (dicen que del Opus), y al presentar tales atrocidades de los poderes mundiales deja la impresión de que no es que el río lleve agua, sino que la riada y la inundación ya nos han anegado y estábamos en la inopia.
Pero el resto de las aportaciones no desmerecen de las mencionadas. La intención de todas ellas es suscitar, como dice el título, la reacción de la gente ante los desmanes de las fuerzas financieras, industriales y políticas, entre otras, y hacer tomar conciencia de que la población pasiva, si está informada y organizada, puede revertir la tremenda situación actual de crisis económica y social. Publicado en abril de este año, es decir, días antes del estallido del 15-M, este libro puede ser uno de los síntomas, o causas, de los movimientos sociales que ahora presenciamos.
Recomendado: para jóvenes que necesiten ponerse las pilas ante el mundo que les está tocando vivir y en el que son, a la vez, víctimas principales de una situación injusta, e igualmente principal esperanza de cambio; pero también para viejos carcas, a los que se les cae la baba, y hasta el moco, de emoción ante las retrógradas arengas de los mismos que les están recortando las pensiones, destruyendo la sanidad y la educación, dejando sin futuro a sus hijos y nietos; a ver si se les cae alguna venda de los ojos. Ya era hora de ver en la plaza pública a los intelectuales, como aquellos tan añorados que hasta la mitad del siglo XX denunciaban las falacias del poder.