sábado, 14 de agosto de 2010

Una de vaqueros


Nunca sé elegir una película favorita, ni un libro, ni un poema. Menos mal que no soy famosa y nunca me lo preguntarán. Si tuviese que elegir un género cinematográfico, elegiría el western. ¿Por qué? viví de pequeña en en una fábrica de pólvoras donde mi padre estaba destinado. Todos los sábados y domingos había cine y la mayoría de las películas eran “de vaqueros” como las llamábamos entonces. Supongo que esas películas de ambiente masculino pasaban fácilmente la censura y contribuían a crear el espíritu heroico que la época requería.
Mis recuerdos están fuera de todo contexto social. Sólo sabía que había oficiales, los que tenían las mejores casas e iban al casino, y obreros, con casas muy pequeñas en las que se pasaba mucho frío y que, por supuesto, no iban al casino. Menos mal que a la escuela, donde nos daban leche en polvo de los americanos, y al cine íbamos todos juntos.
Creo que vi todas las de los años cincuenta, de la serie A y de la serie B, en color con actores conocidos y en blanco y negro con secundarios. Me entretenían y me contaban buenas historias. Ha pasado el tiempo y creo que esas películas crearon las bases de algunos rasgos de mi personalidad:
-La defensa de los ideales luchando contra todos los impedimentos.
-La solidaridad y el apoyo a los más débiles.
-El odio a la guerra y a las batallas que solo traen destrucción.
-La certeza de que no hay héroes ni cobardes.
Aparecían rasgos narrativos que se acercaban a la épica: la conquista y colonización de las tierras del west caracterizadas por la matanza de los indios. Se repetían los temas pero también había variaciones. No me extraña que Anthony Mann fuese el encargado de hacer la versión cinematográfica de “EL Cid”. En “las pelis”, no en la vida cotidiana, siempre se recompensaba al héroe. Mis sueños por entonces estaban poblados de color azul, el de los ojos del protagonista y el de su uniforme. Lo único que me fastidiaba era el papel secundario que desempeñaban las mujeres, parecidísimo al de la mujer en la España de entonces.
Algunas características del género:
· La identificación con el héroe casi mítico, hombre solitario que asume el fracaso.
· La presencia de personajes arquetipos –el vaquero, el sheriff, el villano, la chica del saloon y grandes escenarios como el Gran Cañón del Colorado o el Monument Valley.
· El principio del viaje o desplazamiento: la lenta odisea de las caravanas, el escuadrón de reconocimiento o un grupo de bandidos tratando de huir de la justicia.
· Las discusiones y desacuerdos que dividen a las comunidades. Conflictos entre Norte y Sur, entre ganaderos y agricultores.
· La búsqueda de una sólida ética universal y un ideal colectivo: soldados desconocidos, pioneros que levantan nuevos estados, habitantes de unas ciudades que quieren crear una sociedad basada en la Ley y el Orden.
· Homenaje a los indios desposeídos de las tierras (John Ford).
· El duelo final y el triunfo del bien.
· Visiones del pasado histórico desde problemas ideológicos contemporáneos.
· Noches de tensión al cobijo de un fuego de campamento donde nunca faltaba un café (por cierto, ¿dónde llevaban la enorme cafetera de cinc?).
· Diálogos lacónicos y concisos con cierto sentido del humor.
· Conflictos familiares con tintes shakesperianos: conflictos entre los hermanos, deseos de matar al padre (películas de Raoul Walsh y Mann). Este Clasicismo mantiene incluso la regla de las tres unidades (La diligencia).
· La violencia física y psicológica: odio, venganza, rebelión.
· Tono entrañable y familiar donde un baile podía tener más importancia que una batalla.
· La transmisión de conocimientos en los western crespusculares: un viejo vaquero enseñando a disparar a uno joven.
Más que un western

La película que me parece más representativa y que ha resistido muy bien el paso del tiempo es Sólo ante el peligro (1952) de Fred Zinnemann, director europeo, western psicológico y de suspense, que supone la exaltación del heroísmo.
La película dura 85 minutos, los mismos que la acción, comienza a las 10,35 y de la mañana cuando Kane, el protagonista, se casa con su novia y termina justo a las doce. En esa hora y veinticinco minutos cuenta la angustiosa espera de Kane a que lleguen sus perseguidores en el tren del mediodía, el tenso duelo en el que cada callejuela y esquina parecen reservar una bala para el solitario sheriff y el breve final en el que estrecha a su esposa y da la espalda a la ciudad. De todas las escenas, destaca el momento en el que el protagonista se encierra en su oficina y se pone a llorar desconsoladamente.
La película es también una alegoría sobre el maccarthismo, con el protagonista como hombre acosado pero integro, que sigue los dictados de su conciencia, y los cobardes habitantes de Hadieyville como la insensible población americana, que cerró los ojos ante la persecución que se estaba desarrollando delante de ellos. Al final de la película, tras haber acabado con sus enemigos, Kane tira al polvo la estrella de sheriff, manifestando así su opinión sobre la justicia y la sociedad americana.
Ocaso del género
Creo que ahora ya no hay sitio para los héroes. Este género típicamente americano ha dado de sí todo lo que ha podido. EEUU ya no tiene sólidos principios éticos que exportar. De vez en cuando se hacen revisiones del género (“Sin Perdón”) que son mejor recibidas por la crítica que por el público.

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