martes, 31 de agosto de 2010

Seudónimos y heterónimos en literatura


Cada vez proliferan más los heterónimos, seudónimos, alter-egos y avatares que ocultan nuestra identidad real. En el correo electrónico, en los registros a determinadas páginas, en las redes sociales, todos utilizamos un alias o nick. Así que, de una forma o de otra, todos tenemos un seudónimo.
La lista de personajes célebres que alguna vez han firmado su obra con un nombre que no era el suyo es larga y variada, casi tanto como las razones que les empujaron a ello. En todo caso, el seudónimo es inherente a todo ámbito de creación y se puede considerar una creación en sí mismo. El seudónimo era y es obligatorio para participar en concursos. Se busca, obviamente, no influir en el al jurado.

Son muchas las razones por las cuales se utiliza un seudónimo:
·Para ser más libres a la hora de escribir.
·Para evitar la censura y persecución.
·Para protegerse y recibir menos críticas externas.
·Para preservar el “buen nombre” de una familia.
·Para ocultar el nombre de una mujer escritora.
·Porque “suena” mejor.
·Para seguir una moda.
·Por estrategias comerciales.
·Para ocultar otra profesión.

Miedo, discreción, orgullo, temática, discriminación, placer, opiniones controvertidas, o simplemente negocio, se esconden detrás de estos cambios. Incluso existen catálogos de seudónimos de escritores.
Primero fueron los textos voluntariamente anónimos como El Lazarillo.  El licenciado Tomé de Burguillos es el seudónimo de Lope de Vega con el que se disfraza, un puro divertimento literario para criticar con ironía y desengaño los males de su tiempo.

Luego vino la moda de los seudónimos que llegó incluso a eclipsar el verdadero nombre del escritor.
Francois Marie Arouet firmó tanto con el nombre de Voltaire que nadie recordaba su nombre real ni siquiera en su época. En el siglo XVIII abundaban los seudónimos porque nadie quería que trascendiera que una persona respetable estaba metida en el sucio oficio de escribir novelas, algo impropio y frívolo para la época.
En el caso de Larra y alguno de sus coetáneos no es un medio de ocultamiento, es un filtro mediador entre el autor y el lector porque todo el mundo sabe quién se oculta detrás, es una creación de un personaje al que se caricaturiza y servía como recurso para mantener una actitud de diálogo consigo mismo, con el público o con varios personajes.
Eric Arthur Blair adoptó en 1932 el nombre George Orwell por el cual se hizo conocido. Se dice que lo tomó para no avergonzar a sus padres cuando publicó Down and out, el libro donde relata su miserable paso por Paris. Lo mismo les pasó a los chilenos Pablo Neruda (Neftalí Reyes Basoalto) y a Gabriela Mistral (Lucila Godoy Alcayata), quienes cambiaron nombre por seudónimo de manera definitiva.
Siguiendo este modelo, los hay de una sola palabra: conocidos son los casos de Stendhal, que es el seudónimo literario de Henri Beyle; José Martínez Ruiz adoptó el seudónimo literario de Azorín; Clarín era en realidad Leopoldo Alas.
A veces, el seudónimo oculta a varios autores; como H. Bustos Domecq, sobrenombre tras el que escribían Jorge Luis Borges y Bioy Casares.
Otras veces, es una mujer la que se esconde detrás de un nombre masculino, como en el caso de Fernán Caballero: su verdadero nombre era Cecilia Böhl de Faber. También hay casos inversos, sobre todo en estos últimos tiempos, para aprovechar el tirón de la literatura femenina y en femenino.
Otras veces, seguramente la causa sea la de no mezclar actividades diferentes. Dámaso Alonso usó como traductor el seudónimo de Alfonso Donado; o Jaime de Andrade, seudónimo bajo el que se ocultó el dictador Francisco Franco para escribir el panfleto de la época que con tanto éxito fue llevado al cine: “Raza”.
Se comenta que Stephen King tuvo que publicar bajo el seudónimo de Richard Bachman a petición de sus editores, cansados de ver su nombre en todas las librerías.
Diferente a todos estos casos es el de la ganadora del Premio Nobel, Doris Lessing que decidió poner en evidencia las dificultades con que se encuentran los nuevos escritores a la hora de publicar. Fue así que adoptó el "pen name" (en inglés existe este término para el seudónimo literario) Jane Somers.
Curiosamente también hay escritores que ocultaron su identidad con un pseudónimo femenino.

Los Heterónimos

Los heterónimos son seudónimos que poseen una personalidad definida e incluso una biografía inventada. Palacio Valdés, convertido en narrador, recibe el libro de su amigo el Doctor Angélico, creado  para mostrar el proceso de la evolución ideológica del novelista. El poeta portugués Fernando Pessoa introdujo la noción de heterónimo en teoría literaria y es el mayor y más famoso ejemplo de producción de heterónimos. Para él ellos eran otros de él mismo, personalidades independientes y autónomas que vivían fuera de su autor con una biografía propia, son, por así decirlo, una especie de alter ego u otro yo del autor. Así fueron creados los autores Álvaro de Campos, Alberto Caeiro, Ricardo Reis, Bernardo Soares.
Antonio Machado también creó varios heterónimos, que él llamó apócrifos o complementarios, entre los cuales los más importantes fueron el profesor de gimnasia Juan de Mairena y su maestro Abel Martín y el poeta Miguel de Unamuno engendró también a un heterónimo suyo, el poeta Rafael, un escritor becqueriano autor de Teresa, e hizo que otro heterónimo Víctor Goti le escribiera el prólogo de su novela Niebla. Félix Grande se sacó de sí al heterónimo Horacio Martín. Max Aub creó al falso escritor y pintor Jusep Torres Campalans, para el cual incluso pintó cuadros. En su novela "Rayuela", Julio Cortázar incluyó a un personaje llamado Morelli, un escritor a quien se le atribuye ser el heterónimo del autor del libro.
El escritor irlandés John Banville recurre a su alter ego, Benjamin Black, para firmar sus novelas negras.

Para saber más:

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