Este comentario se me traspapeló, tenía que haberlo puesto en la fecha correspondiente, el 24 de octubre del año pasado.
Según informan los medios, el premier británico Rishi Sunak no ha jurado su
cargo sobre la Biblia, como es tradición, sino sobre el Bhagavad-Gita,
uno de los libros sagrados del hinduismo, religión profesada por este político.
El Bhagavad-Gita (Canto del
Bienaventurado), que consta de 700 versos en sánscrito, está incluído en el
inmenso poema épico Mahabhárata y,
como este, ha sido atribuído al legendario Vyasa,
y por ello se puede considerar anónimo. La fecha de composición, muy dudosa,
puede estar entre los siglos II a. C. y I-II d.C.
Al comienzo de la obra, a punto de librarse una gran batalla, el héroe
Arjuna siente desfallecer su ánimo al pensar en la cantidad de hombres que van
a morir, muchos de ellos, en ambos bandos, parientes y amigos suyos. Tal
derramamiento de sangre sería un gran pecado que le haría infeliz para siempre.
Se pregunta incluso si no sería mejor ofrecerse inerme al enemigo y morir antes
de acometer semejante matanza. Arjuna tira el arco y las flechas y se sienta,
completamente hundido, en el fondo de su carro.
El momento es de una enorme grandeza por lo que significa de evolución
mental y espiritual frente a la barbarie primitiva de la guerra. Bien es verdad
que Arjuna menciona entre los efectos perniciosos de la contienda el que muchas
mujeres, al quedarse sin maridos o novios, se “pervertirían” procurando casarse
con hombres “de otras castas”, y la confusión de castas traería la destrucción
del mundo. Esta postura nos dice ya algo de lo que luego será el mensaje
central de la obra. Pero aun así hay que valorar una de las más claras
prefiguraciones de la objeción de conciencia, con 2000 años de antelación.
Entonces le habla su auriga, que es nada menos que el dios Krishna, y le
reconforta para que se lance sin vacilar al combate. Le explica que lo que
importa no es el cuerpo, ni el dolor, ni la muerte, sino el alma, que es
eterna, no ha sido creada ni puede morir, y cuya meta es mejorar y purificarse
para, tras reencarnarse en otros cuerpos, sumirse en lo divino.
Y Krishna va exponiendo las vías que debe seguir el sabio para lograrlo
y convertirse en verdadero yogui, superando
el karma (ley universal de la
reencarnación), una prolija explicación que llena el grueso de la obra,
repartida en 18 capítulos.
Ante todo, cada uno debe cumplir su dharma
(ley moral individual), que le une a una casta y a una misión concreta. En
todas las posiciones de la vida se puede y se debe aspirar a la perfección, sin
ambiciones ni apegos, para alcanzar la unión con la divinidad o yoga, palabra india de la misma raíz
indoeuropea que nuestro “yugo” y su extensa familia (junto, juntar, conjunción,
junta, yunta, ayuntamiento, conyugal…). Lo esencial es pensar en el alma y no
en el cuerpo. Como dice Krishna en el capítulo 2º, “el hombre iluminado no se
entristece por los vivos ni por los muertos”. Es el desapego. Hay que
entregarse a la acción, pero sin pensar en los frutos de la acción. (¿Renunciará
Sunak a “los frutos de la acción”, o sea a su sueldo como primer ministro?)
Arjuna pertenece a la casta de
los guerreros, y como tal su deber es luchar, sin importarle la victoria o la
derrota, la vida o la muerte. “Si mueres, irás a los cielos; si vences, serás
el señor de la tierra: levántate y lucha”. En el resto de la obra Krishna
despliega su doctrina con todas las vías para alcanzar la perfección: renuncia,
desapego, devoción, meditación, sabiduría… Al final, Arjuna, lleno de valor y
entusiasmo, se lanza a la batalla.
El prenombre de Sunak es Rishi, que significa “sabio inspirado”.
Esperemos que haga honor a ello, aunque no se sabe si sería peor un “ateo
malvado” o un fiel creyente de tales enseñanzas.
Entre otras versiones en español de la Bhagavad-Gita pueden consultarse
la de José Barrio (Madrid-Buenos
Aires, Aguilar 1953)
y la de José Alemany, de fines del XIX y varias veces
reeditada (Barcelona, Orbis 1986). Hay otras más recientes, como la de Consuelo
Martín en Trotta (Madrid, 1997; varias reediciones), con interesante
introducción y un extenso comentario indio medieval que multiplica varias veces
el texto del poema.
Sigo apostando por los estados laicos donde hay una separación Estado-Iglesia y no es necesario jurar sobre un libro sagrado como la Biblia, el Corán o la Torá como es tradición en otros países. Basta con jurar la Constitución, el único libro para todos que supone una apuesta por dejar todo signo religioso en el pasado para entrar verdaderamente en el siglo XXI.