El artículo de El Comidista ¿Qué fue del regaliz de palo? Historia de una golosina natural me ha hecho recordar que hace
mucho tiempo que no veía palo de regaliz en los puestos callejeros, porque ahora el dulce
tradicional está relegado a herbolarios y tiendas de especias. A la planta del
regaliz se la conoce por multitud de nombres: agarradera, alcancuz, alcarzuz,
alcazul, alfendol, bena, chocolate del moro, erregaliz, fendoces, findoz,
fustdolz, melosa, orojué, ororuz, orozú, orozuz, paliduz, palulú, palo dulce,
palo-luz, palodul, palodulce, regalicia, regalistia, regaliz, regaliza y
rogalicia. Yo la he llamado siempre palulú.
Esta raíz medicinal se obtiene del arbusto Glycyrrhiza glabra L., una planta herbácea vivaz, originaria del sur de Europa y de Asia menor que puede llegar a alcanzar el medio metro de altura, cuyas raíces son cilíndricas, largas y leñosas. Su nombre científico significa raíz dulce en griego. En la antigua Grecia utilizaban el regaliz por sus cualidades terapéuticas para tratar cuestiones de salud tan diversas como: úlcera de estómago, virus, gastritis, tos, catarros o dolencias del sistema respiratorio. Su recolección sigue siendo artesanal.
Para mí, el palulú y las pastillas Juanola van unidos en el recuerdo. En los años sesenta no teníamos tantas chucherías como ahora, apenas caramelos, chicles y alguna chocolatina en determinadas fiestas. En las ferias, el lujo era comer trozos de coco. Los chavales nos entreteníamos comiendo pipas, chupando regaliz y ablandando castañas pilongas. En el pueblo el repertorio aumentaba con "torraos" (garbanzos tostados), chufas y altramuces. Mi padre era nuestro proveedor porque de pequeño invertía parte de su paga semanal en esos sanos manjares a su alcance y nos comprendía mejor que nadie. Se ponía contentísimo cuando conseguía raíces de regaliz y en sus bolsillos siempre llevaba una pequeña caja de juanolas de distintos colores con tapa de plástico trasparente que contenía pequeñas pastillas de un negro brillante y forma romboidal. Por arte de magia aparecía en el momento oportuno para aclarar la garganta y, de paso, hacer amigos, costumbre que había heredado de su padre. Incluso tenía una estrambótica teoría elaborada con datos reales: era más barato comprar una caja de Juanolas que comprar un periódico.
Tenía razón, hoy un periódico cuesta 2 euros y una caja pequeña de pastillas 2,20. Ahora mismo me acerco al quiosco y a la farmacia.
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