jueves, 8 de diciembre de 2016

Rara avis


Rara avis es una expresión latina que significa ‘ave desconocida y rara’ y se aplica a una persona o cosa que se consideran poco comunes o por tener alguna característica que las diferencia de las demás de su misma especie. También decimos que algo o alguien es más raro que un perro verde para indicar que nos parece poco común.

Los viajes
Antes me gustaban mucho los viajes; pero ahora, cada vez que vuelvo de uno, me digo inútilmente que nunca más lo volveré a hacer. Odio hacer la maleta, la espera en Barajas, la incertidumbre de la compañía, compartir habitación, pelear con el insomnio en territorio desconocido, luchar con mi desconocimiento del inglés, bregar contra mi espíritu hipercrítico que me hace ver problemas donde los demás no los ven, mi sentido del ridículo en las cenas folclóricas a las que son tan aficionados. Me siento ajena a las alegrías de los turistas y próxima a sus debilidades. Lucho contra el deseo de fusionarme con la mayoría y las pocas de ganas de relacionarme, experimento al mismo tiempo el deseo de evasión y el deseo de fusión. Además, nunca me gusta volver a los sitios donde fui feliz porque me acuerdo de mis compañeros de viaje ya desaparecidos. Lo único bueno, la vuelta. ¡Qué bien se está en casa leyendo lejos del mundanal ruido! Los mejores viajes son siempre los de la imaginación.
Asignaturas pendientes
Soy muy cabezota y me empeño en luchar en batallas perdidas de antemano y en aventuras imposibles. Tengo muchas asignaturas pendientes, las más importantes: el inglés, el carné de conducir y la máquina de coser.
Me he apuntado a mil cursos de inglés y ha sido imposible. Voy a las películas de versión original en un intento vano de conseguir aprender. Me resulta tan difícil como imitar un acento o cantar. Entiendo algo porque he aprendido vocabulario, pero me paralizo a la hora de hablar. 
Nunca me saqué el carné de conducir porque me da miedo la velocidad hasta yendo en bici y me pongo nerviosa ante el ruido de los cláxones. Como no veo bien, tengo astigmatismo, soy incapaz de calcular las distancias o de leer los carteles. Me despisto con un color, un árbol o una tienda nueva.
Harta de pedir favores para las cosas más nimias de costura, el año pasado fui por fin a aprender a coser a máquinaNo logré hacerme con el pedal ni seguir una línea recta.
Fotos no
No me gustan las fotos desde nunca. Me hicieron pocas de pequeña porque a mis padres tampoco les gustaban y eso que les regalaron por su boda una máquina alemana estupenda que todavía está en uso. De adolescente me las apañaba para no salir en ellas y de mayor huyo como de la peste. No creo que la cámara absorba mi alma, pero su presencia desencadena en mí una fobia insufrible. Supongo que la razón es muy simple, no me gusto, salgo con una expresión extraña y no me reconozco en la imagen. La verdad es que también huyo de los espejos. Por eso he sustituido mi foto en el blog por un monigote infantil de Poco-Yo. Tampoco entiendo la manía de los “selfies” ni la obsesión de algunas personas por hacerse fotos continuamente adoptando poses estudiadas, que impiden disfrutar de los momentos únicos e irrepetibles. Sé que esto está en contradicción con el gusto por las fotos antiguas en blanco y negro que me enternecen. Pero la vida es así, llena de contradicciones. Y a mí, estas rarezas me parecen de lo más normales. Mi abuelo Emilio, que siempre estaba de buen humor y no se peleaba con nadie, siempre decía que, si todo el mundo fuese igual, esta vida sería una balsa de aceite*, muy aburrida.

Me temo que tengo más fobias: a los dentistas, a los chistes, a los regalos, a las navidades, a la gimnasia, a las compras, a llamar por teléfono, a los lugares comunes, a los gritos, a las amistades tóxicas, a los albañiles, a los leguleyos, a hablar en público, a decir a las personas que las quiero, a ir de copiloto, a interpretar un mapa... 

*Balsa de aceite, expresión que se usa para describir una situación caracterizada por su tranquilidad y carencia de problemas, metáfora que hace relación a la manera en que se comporta una balsa de aceite cuando se agita su superficie, la alta densidad del líquido hace que permanezca en calma. 

martes, 29 de noviembre de 2016

Llevar tijeras en el Ave

A la vuelta del balneario, en Calatayud, asistí a una escena digna de Luis Buñuel que me acabó haciendo gracia por lo absurda. La estación del ave es pequeña y con poco tráfico. Veníamos seis señoras del balneario, cinco con problemas de movilidad, y aunque tenían avisado de antemano solicitar la ayuda de un maletero, cuando este llegó, un jovencito de unos veinte años, no podía con todas. Así que me tocó ayudar a transportar las maletas, a subirlas y bajarlas del escáner. Y sorpresa: una ancianita con pinta de Miss Marple llevaba dos tijeras enormes en su maleta y la normativa lo prohibía. A otra señora le pasó lo mismo. Yo no daba crédito; primero, porque para qué quieren en el balneario las tijeras de coser y, segundo, cómo se puede pensar que estas entrañables mujeres iban a utilizarlas como arma terrorista.  Intenté mediar con el trabajador y este me respondió que la ley era muy reciente y que dejase de reírme porque a él un viajero le había clavado las tijeras en la mano. Lo siguiente fue conseguir que no las tirase a una papelera como dictan las normas, sino guardarlas para reclamarlas de alguna manera. Después de una negociación tensa, accedió a preguntar al revisor del tren si se podría hacer cargo de ellas y devolvérselas al llegar a Atocha, como felizmente ocurrió. Por un momento temí que al llegar a la estación con las tijeras en la mano en venganza desgraciasen a algún trabajador. 
Ahora estoy mirando la información de Renfe respecto a los equipajes y no veo en ningún lado que diga lo de las tijeras punzantes como figura en la normativa de los aviones. Tampoco entiendo que, si esa normativa existe, no se hubiese aplicado a la salida en Atocha.
Tranquilos, que los cortaúñas y las tijeras pequeñas se pueden llevar sin problemas

Historia de una pasión (Emily Dikinson, la dulce solterona)

Sabía poco de la escritora Emily Dickinson (Massachusetts 1830-1886), que apenas publicó obra en vida y que permaneció soltera y aislada del mundo dedicándose a hacer pasteles y a escribir poemas, que fueron admirados posteriormente por la crítica. Emily pertenecía a una buena familia, había accedido a la educación y admiraba a las hermanas Brönte. Por tanto, aparentemente, es un ejemplo claro de solterona, criatura desvalida y extravagante, decepcionada con el amor, que se rinde ante la vida, arquetipo literario que he tratado en la entrada anterior.
Pero la película Historia de una pasión de Terence Daves, muy bien documentada, nos ofrece el retrato de una mujer rebelde y apasionada que eligió voluntariamente su forma de vida y su negativa a contraer matrimonio. Aunque pasó retirada en su hogar gran parte de su vida, tuvo una vida interior mucho más intensa que la los que llevan una vida social activa.  Una mujer inteligente, excéntrica y contradictoria, rebelde y puritana, enamorada de hombres y mujeres, que mantuvo grandes amistades y que se fue alejando poco a poco de la vida, sobre todo a medida que fue enfermando, para dedicarse a una frenética actividad literaria en su habitación propia (espacio de respeto y libertad), corrigiendo, experimentando, haciendo listas de palabras, fabricando varias versiones del mismo poema, pasando en limpio e investigando con el lenguaje. En su última etapa huía de la gente que aparecía por su casa, hablaba con los visitantes a través de las puertas. La dulce solterona, como la llamaban algunos, la reina reclusa, la dama de Amherst, nos legó en la belleza de sus verso su voz singular, centrada en ella misma, en su soledad y en su manera de entender el mundo.
La película es bellísima y dura, llena de travellings y elipsis que entronca con esta tradición artística de la pintura y el cine de interiores tan típica del centro y el norte de Europa (Dreyer y Bergman). Sorprende la escena de los daguerrotipos donde vemos uno a uno a los personajes principales, sentados para un retrato, y, a medida que la cámara avanza, implacable como el paso del tiempo, sus rostros se van transformando lentamente, hasta que nos damos cuenta de que han cambiado los actores. Por cierto, la película es inglesa aunque sus principales actores sean americanos;  la actriz principal, Cynthia Nixon, una de las protagonistas de Sexo en Nueva York; el padre de la misma, un envejecido Keith Carradine, el actor que cantó la canción "I'm Easy" en la película Nashville con la que ganó en 1975 el Óscar. ¡Dios, cómo envejecemos!



sábado, 26 de noviembre de 2016

La solterona en la literatura

Las mujeres en la literatura se han presentado casi siempre como ángeles o diablos, nunca como iguales al hombre hasta el siglo XX. La literatura está llena de ejemplos de mujeres arquetipicas: la mujer perdida, la mujer fatal, la casada insatisfecha, la solterona, la madre autoritaria. Para mí, uno de los personajes más conmovedores es el de la solterona, porque creo que en el inconsciente colectivo pervive todavía la idea de que el hombre que no se casaba era porque no quería y la mujer que no se casaba era porque no podía. El mundo actual sigue organizado en torno a la pareja y a la familia, el matrimonio, incluso homosexual, se erige como una institución primordial. Véase la exitosa serie televisiva  Sexo en nueva York (1998-2004), donde cuatro amigas exploran el duro papel de ser mujer soltera y sexualmente activa, pero que en el fondo están deseando casarse como lo hicieron sus madres; una serie rompedora de tabúes sexuales y conservadora en el fondo.
El tema se puede abordar en las clases de literatura y en tutoría. Recomiendo utilizar el artículo de Esperanza Goiri La vida en singular:
 " La solterona era objeto de burla o recriminación o ambas cosas, tanto en los casos en que la mujer no había encontrado con quien casarse como en los más raros casos de mujeres que a pesar de la presión social, vivían bien sin marido. Incluso una soltería larga antes de matrimonio se desaconsejaba, porque podía acostumbrar a la mujer a ser independiente y en algún caso a auto mantenerse y luego volverse muy exigente con su marido, cuando éste fuera el único que trabajara (ya que casarse y abandonar el trabajo se consideraba que iban unidos). Sin embargo, el hombre podía quedarse soltero y, a ojos de la sociedad, estaba bien visto. En todos los sentidos, la mujer debía considerarse destinada al lugar más oscuro, a la paciencia e incluso al sufrimiento, pero debía hacerlo siempre con alegría y sin rencores.
Al oír ese término a todos nos viene a la mente la imagen de una mujer madura, ajada, rebosante de resquemor y frustración por no haber sido “capaz” de atrapar al “ansiado” marido. Pese a que el diccionario de la RAE define solterón/na como calificativo referido a una persona entrada en años y que no se ha casado, socialmente las connotaciones para un hombre o una mujer son muy diferentes. En el caso del varón, es un bon vivant, un tío listo que no se ha dejado cazar por ninguna fémina que limite o anule su libertad. Es mirado con simpatía e indulgencia y por muy poco apetecible que sea, en todos los sentidos, se presupone que nunca le van a faltar candidatas para compartir su cuerpo serrano. Sin embargo, en su versión femenina se piensa en una pobre infeliz, poco dotada de belleza o gracia, que vaga por este valle de lágrimas a la búsqueda desesperada de un enamorado que le haga feliz. Hay en la literatura magníficos ejemplos de estos personajes como La solterona de Edith Wharton, Doña Rosita la soltera de Lorca, Washington Square de Henry James o La señorita de Trevélez de Carlos Arniches, llevada luego al cine con el título Calle Mayor por Juan Antonio Bardem, en una estupenda adaptación que omite los aspectos divertidos de la historia original para potenciar los más dramáticos".
Añado la obra de teatro de Mihura La bella Dorotea que, abandonada en el altar, decidirá no volver a quitarse su vestido de novia y comenzar a deambular por el pueblo removiendo la conciencia de sus vecinos. Carmen Martín Gaite en Usos amoroso de posguerra realizó un estupendo análisis de la realidad española de esos años donde la mujer, educada para aparentar y no para vivir su vida, enfocó el matrimonio como objetivo excluyente. Carmen Alborch en Solas hace referencia a los profundos cambios que han sufrido las mujeres españolas en el último tercio del siglo XX y concluye en que vivir sola no es estar sola. Por último, el reciente libro de Kate Bolick Solterona, en el que, a través de su mirada y de su experiencia, consigue explicar cómo la literatura escrita por mujeres la ayudó a apasionarse, a no buscar en los demás sino en ella misma, a vivir como una mujer que no necesita de nadie para construir su identidad.
No es lo mismo estar sola, que permanecer soltera. El tiempo que se pasa en soledad es un tesoro muy valioso. Aprender a vivir por uno mismo, cultivar amistades y dedicarte a tu vocación son actividades que resultan placenteras.  Hasta hace relativamente poco tiempo ser soltera era una tragedia, sobre todo para las que no disfrutaban de una situación económica desahogada. La sociedad les asignaba el papel de cuidadoras de todos los miembros de la familia, siempre dependientes de las decisiones tomadas por los demás y ocupando en los actos sociales el ingrato papel de ser un número impar (Cómo agua para chocolate de Laura Esquivel y la canción La tieta de Serrat).
La mujer soltera no tiene más límites que los que ella quiera ponerse. Ni siquiera la maternidad depende ya de una pareja. Pero la lengua, siempre conservadora, nos ofrece expresiones, que repetimos sin pensar, que apestan a rancio: “Si no espabilas se te va a pasar el arroz”; “Está amargada, claro como no hay perrito que le ladre”; “Algo raro tiene si a estas alturas no ha conseguido pareja”; "Casarse a toda prisa es imprudente pero quedarse soltera es aún peor"; "Se va a quedar para vestir santos". Mientras, a los varones se les alecciona para no dejarse atrapar por una “lagarta” y a disfrutar de su soltería que ya habrá tiempo para sentar la cabeza.  Porque no hay nada mejor que hacer lo que a uno le dé la gana, para lo cual las mujeres debemos alcanzar independencia económica, ser autosuficientes, romper los estereotipos y cultivar la autoestima y la solidaridad con otras mujeres.  

Javier Marías elogia a  Las tías solteras: "Yo vengo disfrutando a esas mujeres solteras o sin hijos desde mi infancia, y creo que son esenciales: risueñas, más despreocupadas y desinteresadas".

Así que todas las mujeres solteras debemos reivindicar el nombre denostado y con él el derecho a estar solas. La soltería elegida no puede ser un problema. 


martes, 22 de noviembre de 2016

Una escribe, la otra no

Estuvieron muy unidas. Vivían en el mismo barrio. Se conocieron en primer curso de Comunes, estudiaron la misma especialidad  (Filología Románica) y en tercer curso comenzaron la carrera de Periodismo. Sacaban más o menos las mismas notas. Compartieron los mismos profesores, confidencias, lecturas y amigos. Realizaron la tesina en el CSIC, una sobre los cantos de muerte y la otra sobre los de nacimiento. Se separaron poco después sin enfadarse, en silencio. Dejaron de caminar al mismo paso cuando se pusieron en evidencia las diferencias de carácter. Una, fuerte y segura, sabía lo que quería desde el principio;  la otra muy frágil, no. Tampoco ayudó que una se hiciera amiga del director, con despacho y beca y su amiga se convirtiera entonces en la muchacha pobre que se sienta en la mesa de los ricos. Una fue profesora de Universidad en el País Vasco; la otra, en un centro de secundaria en la capital.  Una se hizo especialista en literatura medieval; la otra siguió siendo aprendiz de todo. Una es alta y delgada; la otra no. A una, ETA le colocó una bomba lapa en los bajos de su coche; a la otra, unos alumnos un chicle en su silla. Una ha publicado libros, la otra escribe en un blog. En verdad os digo que vivieron vidas paralelas.

domingo, 20 de noviembre de 2016

El balneario Termás de Pallarés y el IMSERSO

Cuando viajaba con poco dinero por Europa en interminables jornadas de autocar, siempre me llamaban la atención los balnearios de Alhama de Aragón por su aire decadente y señorial. El paraje no puede ser más bello con edificios regios y un lago termal, rodeado de jardines y bosques, que permite bañarte incluso en pleno invierno.
Como el año pasado tuve una experiencia muy positiva con el termalismo del IMSERSO en el balneario El Salugral de Hervás, donde los de la tercera edad compartíamos habitaciones y espacios comunes con los  clientes, este año he pedido el balneario de Termas de Pallarés. Antes me documenté: miré fotos y videos del hotel en internet y me enteré de que el recinto cuenta con tres hoteles, dos de cuatro estrellas y uno de tres. Los termalistas de la tercera edad fuimos alojados durante más de diez días en el hotel Parque de inferior categoría que no se parece en nada a la publicidad de su página web:
"El encantador Hotel-Parque del Balneario Termas Pallarés (Alhama de Aragón Zaragoza) alberga la zona de tratamientos termales y lúdicos, lo que brinda la posibilidad de una incomparable inmersión en la cuna del bienestar y la salud. Una sobria elegancia arquitectónica y unas hermosas vistas a los exuberantes 68.000 m2 de jardines del Balneario Termas Pallarés reinan en las 90 habitaciones del Hotel Parque, evocando el clasicismo y el auténtico encanto del histórico Balneario Termas Pallarés del siglo XIX. Desde la galería de baños con bañeras de mármol de 7 toneladas, pasando por cabinas de tratamientos y espacios de bienestar orientados a conseguir relax, vitalidad y salud, como el Termaspa, el Hotel- Parque captura una sofisticación eterna que es tan distintiva como acogedora."


 La primera impresión fue entrar en el túnel del tiempo y volver a la casa de tus abuelos de los años veinte y al comedor del internado de los años sesenta, o dicho con las palabras de mi sobrino: "Es cutre de cojones". Algunas habitaciones y pasillos, como se puede ver en las fotografías, parece que han inspirado al guionista de la película El Resplandor. Nuestra habitación (267), con griferías obsoletas, orientada al norte, con vistas a la carretera y cerramiento de la ventana no aislaba de los ruidos. Imposible leer con la escasa iluminación o ver la televisión obsoleta que solo sintonizaba, y mal, algunos canales. Además no había wifi. La fotografía que ilustra esta entrada fue tomada a las dos de la tarde y todavía no habían arreglado la cama.



 Después sorprende la masificación de los mayores y la  poca información (solo teníamos una monitora, a pesar de ser unos ciento cincuenta, frente a unos cincuenta clientes de los otros dos hoteles de superior categoría). Deambulábamos continuamente de un sitio a otro por pasillos fríos y sombríos como almas en pena, la recepción en un edificio, la recepción termal en otro; las habitaciones en uno, el comedor en otro con dos turnos donde los camareros apenas daban abasto para preparar el segundo. Lo mismo pasaba con los escasos tratamientos ofertados, en el aquaterma, en la niebla y en la cascada apenas podíamos movernos por la cantidad de personas que había. Confieso que en algún momento pensé que la finalidad era gasearnos. Además, los horarios, que no podías elegir, eran absurdos: dos días los tratamientos empezaban a las ocho de la mañana, cuando el desayuno era a las 8,30.  Al mismo tiempo, utilizaban un neolenguaje curioso:  a tomar las aguas, es decir, poner un vaso en una fuente, lo llamaban tratamiento hidropínico y para llegar allí había que pasar un tramo de suelo resbaladizo.
Por tanto, discriminación en horarios, en habitaciones y también, y esto es lo doloroso,  en el lago termal, los clientes "de pago" disponían de tumbonas gratis en primera fila (además del albornoz y las zapatillas) mientras los mayores permanecíamos en sillas detrás de un cerco de madera. Si queríamos utilizar las tumbonas, teníamos que pagar dos euros diarios.  Como el bar del casino tiene precios de un cuatro estrellas, los mayores no acudían (las pensiones no dan para tanto) y, para compensar, disponíamos de una sala con una máquina de café a un euro. De esa manera parecía que estábamos aislados en un asilo para que el resto de los clientes no gozaran de nuestra decrépita presencia.


La comida me pareció, en líneas generales, buena y abundante, aunque algo monótona. El equipo médico bien; el resto del personal, desigual, sobre todo en recepción. Los camareros y las encargadas de la limpieza estaban abrumados por unas jornadas interminables (esto es lo que nos ha dejado la crisis): poco personal obligado a estar en dos sitios a la vez, que siempre llegaba tarde y no era muy propenso a dar explicaciones.
A la vuelta, con conocimiento de causa, me he adentrado con paciencia en las páginas de internet y he buscado las críticas de los usuarios del IMSERSO y de algunos clientes de la temporada alta:
"Salvo las habitaciones del 4 estrellas, el resto está impregnado de una decadencia melancólica que tiene cierto encanto, pero que siendo realistas presenta la urgente necesidad de inversión y mantenimiento para estar a la altura de lo que se espera. Hacen una publicidad engañosa. Publicitan una habitación, cuya fotografía supuestamente aparece en la página web, concretamente, para el Hotel de Tres Estrellas, que después no se corresponde con la real de inferior calidad."
Lo sorprendente es la respuesta de la dirección a este comentario y a otros parecidos: "Lamentamos su estancia no fuese satisfactoria pero desde luego no discriminamos en absolutamente nada y disponen de las mismas habitaciones que cualquier cliente. Para nosotros todos los clientes son iguales en cuanto al trato e intentamos que se vayan lo más contentos posibles de cara a que repitan y recomienden nuestro Balneario"; "El grado de satisfacción de los usuarios que vienen por este Programa es realmente alto, como lo demuestra que la gran mayoría repitan la estancia. Es evidente que en un programa social uno no puede recibir lo mismo que una persona que viene a título particular (estaríamos entonces estafando a las personas que pueden permitirse pagar más por otro tipo de Programa y además uno no puede vender por debajo de coste)".
Como podemos ver, primero niega el trato discriminatorio y luego lo justifica. ¿Por qué un jubilado no puede recibir el mismo tratamiento que un cliente cuando paga una cantidad relativamente alta, dada la cuantía de las pensiones en este país, y el IMSERSO subvenciona el resto de la cantidad?  Si yo hubiese ido al  hotel de cuatro estrellas, no me sentiría estafada porque a los mayores le diesen un buen trato: se lo merecen con creces.
Sé que los jubilados de más edad que utilizan este programa no se van a quejar nunca, que comiendo a su hora con vino y, dada la cercanía del ave que va a Calatayud, repetirán la experiencia, porque lo que no quieren es estar solos en sus casas, además de paliar sus dolores. Son poco exigentes y prefieren lo malo conocido a lo bueno por conocer. Me dio pena saber que las compañeras de mesa de comedor de casi ochenta años reclamaron porque pasaban frío en la habitación y no les ayudaron; tuve que subir y descubrir que en vez de calefacción tenían aire acondicionado y no sabían encenderlo.
No me han dado ninguna encuesta para rellenar después de mi estancia, pero creo que los responsables del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad deberían hacer una inspección a fondo para revisar a dónde va el dinero público. Nuestros mayores se merecen lo mejor y no un trato discriminatorio. Todo indica que las subvenciones, que reciben por acoger a los de la tercera edad en temporada baja, se están aprovechando para rehabilitar los edificios de superior categoría. Berlanga, si reviviera, encontraría argumentos para volver a hacer la película Los jueves milagro. 
A pesar de lo expuesto, de la caída que tuve por el suelo resbaladizo y del constipado que me cogí por pasear con el bañador y el albornoz mojados por todo el recinto, he pasado unos buenos días de descanso y tranquilidad  con la experiencia inigualable de bañarme en el lago termal con la esperanza de que sus aguas alivien mi piel atópica este invierno.

Recomiendo esta páginas para saber más de la curiosa historia del balneario que refleja muy bien la realidad española del s. XIX:


domingo, 13 de noviembre de 2016

Todo esto te daré, Dolores Redondo

Me ha costado terminar el libro galardonado con el último premio Planeta, a pesar de haberme leído con mucho gusto La trilogía del Baztán.  Todo parece indicar que esta novela de cartón piedra se escribió antes que las anteriores y que trata de aprovecharse de su éxito.  Se me ha hecho una bola, como ocurre cuando intentas tragar un pescado demasiado hecho aunque bueno. Es una novela como otras tantas, pesada de leer y perfectamente olvidable,  que habla de una muerte accidental que se convierte en un asesinato. La única novedad, que el encargado de averiguar el suceso es el marido del asesinado al que acompañan en sus investigaciones un cura y un guardia civil retirado, que es descrito al principio como el personaje cinematográfico Torrente. El marido, famoso escritor, extrañamente no sabía nada de la vida del hombre con el que llevaba años compartiendo su vida. El pazo gallego, donde transcurre la trama parece Falcon Crest por la cantidad de pasiones y secretos que oculta y a ratos insinúa un ambiente mágico. Es un batiburrillo de descripciones idílicas y soporíferas de la Rivera Sacra, donde deambulan un niño, un camello, un perro feo y leal y unos hombres capaces de llorar durante horas hasta llegar al ridículo.