sábado, 9 de marzo de 2019

Semblanza de la poeta Delmira Agustini, víctima de un feminicidio (1914)


El poeta Manuel Martínez Forega, amigo de Ángel Guinda, está subiendo a facebook la conferencia que pronunció en la Universidad de Zaragoza en 2008 (Cátedra "José Martí"); en la Bibliothèque de l'Abbé en Brantôme (francia, 2010); y en el centro "Joaquín Roncal" (2012). En ella analiza una serie de figuras femeninas representativas de la literatura universal. 
Incluyo aquí, por su interés, la primera entrega, la semblanza sobre Delmira Agustini, escritora uruguaya desconocida para el gran público, que fue víctima de un feminicidio.
1. DELMIRA AGUSTINI
Tan contingente es el ejercicio de escribir un poema, que citaré a una poeta que resume dos hechos sustanciales: la afinidad poética de su carácter y la afinidad contemporánea de su destino vital.
Rubén Darío equiparó a Delmira con Teresa de Ávila, advirtiendo en ella la convicción, como en la abulense, de estar expresándose como mujer. Delmira Agustini fue una moderna Safo que murió asesinada a los veintisiete años. Poeta precoz en ese tiempo (escribía desde que era niña), compuso tres libros de poemas (otros tres aparecerían póstumamente). Pero querría destacar uno de su libro "Cálices vacíos", donde vierte un sensualismo iconoclasta considerando que es una mujer nacida en 1886, cuando el erotismo era un asunto clandestino y que, en su versión literaria, tenía, en todo caso, sólo cabida en la experiencia masculina. Delmira fue admirada por sus contemporáneos, pero con qué escasa fortuna ha calado en España esta poeta uruguaya de verso límpido, elegante y, además de modernista, extraordinariamente moderno que se adelantó a las corrientes vanguardistas de los años veinte. Ya no la sensualidad que se aprecia en Safo, sino que su lenguaje aderezado de desinhibida lubricidad confieren a Delmira Agustini la paridad total con la expresión poética reservada a los hombres hasta no hace mucho. Delmira es el antecedente formal de cuantas poetas hoy en el contexto hispanoamericano han abrazado su erotismo como un valor destacado y, por lo tanto, legítimamente expresable tanto desde el sensual y gozoso intimismo como desde su perfil biológico inexcusablemente femenino. A este respecto, podríamos citar, por ejemplo, a Cecilia Vicuña, a Gioconda Belli, a Idea Vilariño o a María Auxiliadora Álvarez. Pero leamos el soneto de Agustini:
Eros, yo quiero guiarte, Padre ciego...
pido a tus manos todopoderosas
¡su cuerpo excelso derramado en fuego
sobre mi cuerpo desmayado en rosas!
La eléctrica corola que hoy despliego
brinda el nectario de un jardín de Esposas;
para sus buitres en mi carne entrego
todo un enjambre de palomas rosas.
Da a las dos sierpes de su abrazo, crueles,
mi gran tallo febril... Absintio, mieles,
viérteme de sus venas, de su boca...
¡Así tendida, soy un surco ardiente
donde puede nutrirse la simiente
de otra estirpe sublimemente loca!
Es el último terceto el que designa con evidencia constatable un argumento en su fondo social y literariamente revolucionario. La poeta no se conforma con expresar un deseo cierto de la carne sobrecogida de amor, sino que está proclamando un cambio de actitud que dé paso a una nueva progenie capaz de equipararse al hombre en la comunicación de sus emociones y anhelos tanto como en la aceptación natural de esos valores.

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