A principios del siglo XX Rusia se consolidó como uno de
los centros de la vanguardia artística mundial del que surgieron algunas de las
propuestas más radicales y revolucionarias del arte y el diseño modernos.
Muchos artistas del país viajaron a Francia y Alemania, donde entraron en
contacto con los movimientos culturales más avanzados. Estos artistas
anunciaron y acompañaron al proceso revolucionario que desembocó en la
Revolución de Octubre, hasta los años treinta, momento crítico en que ven
reducida su capacidad de acción ante la evolución del régimen a un estado
totalitario. La muestra de la Fundación Mapfre tiene como figuras de referencia
a Marc Chagall y Kazimir Malévich,
que representan dos polos opuestos en las innovaciones de la vanguardia
pictórica: el caso de Chagall, más poético y narrativo, abre el camino al
surrealismo; el de Malévich, más radical y tendente a la abstracción
geométrica. Entre ambos se despliega la obra de otros veintisiete artistas,
entre ellos, Natalia Goncharova, Liubov
Popova, El Lisitski, Vassily Kandinsky o Alexandr Ródchenko.
La mujer leía esto en el programa de la exposición, mientras pensaba que hubiese
sido mejor dejarse llevar por el placer de observar unas obras tan originalmente bellas y dejarse de tanta información previa. En casa ya buscaría el
verdadero significado de la jerga artística: constructivismo, suprematismo, cubofuturismo, neopositivismo, rayonismo.
El cuadro de Chagall El
paseo (1917) la tenía hipnotizada, por ser un canto a la alegría y al
enamoramiento a los que hay que agarrarse porque son efímeros. La pintura, nada
realista, muestra a una pareja paseando por el campo en un día luminoso: el pintor y su esposa
Vera. Ligeramente a la izquierda está la figura masculina que parece empequeñecida al lado de la mujer que, como una cometa, vuela a la derecha con un
vestido violeta, cogida a la mano de su amado que sostiene con la otra mano un
pájaro. Los dos van elegantemente vestidos, con una vestimenta no apropiada para
un picnic. De fondo Vitebsk, la ciudad natal del pintor, con casas cubistas de
madera tapizadas con el mismo verde que el campo y un templo en rosa. En la parte inferior
izquierda aparece un bodegón sobre el rojo brillante de la tela del mantel. Contraste
de colores sutiles, de figuras esbeltas, de libertad, de realidad y deseo, que reflejan un mundo onírico.
De Malévich la sorprendió el cuadro Deportistas
(1930) por su aparente simplicidad, en él aparecen cuatro figuras masculinas idénticas, realizadas con formas geométricas, sobre las que combinan los colores primarios aleatoriamente a modo de vestimenta deportiva. Todas en la misma postura rígida del cuerpo, no presentan
ningún rasgo de un rostro que los individualice. Parecen atrapados
en una habitación. Pese al título, no hay nada que los identifique
como deportistas, porque también podrían ser maniquíes vestidos con uniformes militares o disfrazados de arlequines. En el cuadro no hay emoción, solo geometría y uniformidad, arte abstracto puro. La postura de
sus manos en forma de gancho le recordaba a las figuras de Playmobil. Al
llegar a casa leyó que el artista, poco antes de iniciarlo, había pasado por
prisión por sus desacuerdos y críticas a la política cultural de Stalin, que apostaba fuerte por el realismo socialista y la supremacía del deporte. Los autorretratos de los dos pintores explican sin palabras la forma de entender cada uno de ellos el arte de la pintura.
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