A principios de este verano, después del confinamiento, he leído dos biografías, muy completas y necesarias, y una autobiografía exculpatoria que me han hecho recordar por qué no soy asidua al género. La biografía de Yolanda Arencibia, publicada en la editorial Tusquets tras ganar el 32º premio Comillas, nos acerca a la figura de Benito Pérez Galdós en el año del centenario de su muerte, mientras que la de Isabel Burdiel se aproxima a una mujer singular, independiente y libre, la desconocida Emilia Pardo Bazán, amiga íntima del escritor. Las dos son rigurosas en un intento de acercarnos objetivamente a estos autores. Las dos están bien documentadas, servirían como modelo de una tesis doctoral amena. Pero las dos, más que al gran público, están destinadas a los estudiosos y a los curiosos; a veces abruman con ese entramado exhaustivo de nombres, datos históricos, noticias periodísticas, fragmentos de cartas, análisis de novelas, fotografías... Demasiado ruido y muchas nueces. Prefiero como lectora un resumen de la vida de estos autores a un análisis pormenorizado de su vida y sus trabajos.
Ya sabemos que los personajes famosos, como todas las personas, son un compendio de luces y sombras, de aciertos y fracasos, que pueden llegar a ser tan atractivos como siniestros, por eso me gusta más conocerlos a través de sus obras. Siempre pensé que el soltero y mujeriego Galdós era un orgulloso padre soltero, pero he descubierto que solo al final aceptó a su hija en su vida y que a sus amantes les pasaba cuantiosas sumas de dinero; si estas eran costureras, les regalaba una máquina de coser. Aun así, fue capaz de establecer una relación entre iguales con otra escritora, Emilia Pardo Bazán, que era pura contradicción: progresista y católica, amante de las polémicas y celosa de su intimidad, nacionalista y española, emocional e intelectual, apasionada en su vida cotidiana y antisentimental en las novelas, tradicionalista y fascinada por el progreso de la ciencia, que escribía y pensaba como un hombre, como ella misma afirmaba. Condenaba la violencia contra las mujeres, pero silenció el caso de su abuela paterna Joaquina Mosquera asesinada por su segundo marido. El que creo que se merecería una biografía es su marido, José Quiroga, que se retiró y la dejó libre con su ajetreada vida.
Las autobiografías me interesan más, son más amenas porque están escritas con el estilo del propio autor casi siempre a su mayor honra, suponen una información de primera mano, aunque pueden ser tendenciosas: olvidan lo que no les interesa y recuerdan lo que quieren (la autobiografía de Galdós lleva el clarificador título de Memorias de un desmemoriado). Resultan más interesantes si el autor es desconocido. En este sentido, destaco la autobiografía de Stefan Zweig, que leí con la misma emoción que sus novelas, El mundo de ayer (1942), conmovedor y atractivo testimonio del periodo entre las dos guerras mundiales, escrito poco antes de suicidarse, que recuerda en el exilio los momentos fundamentales de su vida, paralela a la desmembración de aquella Europa central que se creía más libre y segura que nunca.
La autobiografía de Woody Allen, A propósito de nada, amena e ingeniosa, nos cuenta en más de cuatrocientas páginas toda su vida, sus relaciones sentimentales, sus éxitos como actor, guionista y director, y su faceta como músico de jazz, en ella lamenta no haber hecho ninguna gran película, a pesar de seguir intentándolo. En las últimas páginas se centra en autodefenderse de Mia Farrow, con quien mantuvo relaciones durante trece años sin estar casados viviendo cada uno en su casa y que le acusó de haber abusado de su hija adoptiva Dylan. Termina afirmando sin mucha convicción que su existencia es feliz al lado de Soon-Yi Previn y de los dos hijos que adoptaron con esta declaración tan inquietante como conmovedora: “Cuando hay sol, me deprimo. Y la ciudad es tan hermosa bajo la lluvia, con el cielo nublado. No sé por qué. Algunos sugieren que es un correlato objetivo de mi estado de ánimo. Mi alma está cubierta de nubes”. Y respecto a su legado: “Más que vivir en los corazones y las mentes de mi público, prefiero seguir viviendo en mi casa”. Como afirma Carlos Boyero: "Woody Allen tiene crudo su deseo, su cine ya está instalado para siempre en los corazones y cerebros de todos esos espectadores a los que nos ha hecho dichosos". Sorprende que un hombre tan inteligente haya caído en manos de una mujer perturbada, manipuladora y mentirosa, y que no hubiese visto llegar la venganza shakespeariana que ella tramó contra él. Tampoco entiendo que no se haya hecho la prueba de paternidad para saber si Ronan es verdaderamente su hijo y no de Frank Sinatra como sospecha.
En definitiva, tres grandes creadores que nos han hecho más soportable nuestra vida con sus obras y que han vivido las suyas como han podido, en tiempos que siempre son difíciles. No creo que puedan servir de ejemplo para nadie como piensan algunos lectores aficionados al género.