viernes, 12 de junio de 2020

Dos relatos de ciencia ficción sobre la enseñanza telemática

Hoy traigo dos relatos de ciencia ficción escritos hace ya un tiempo por especialistas del género, los dos tratan sobre cómo sería la enseñanza del futuro y están de rabiosa actualidad. Son entretenidos y hacen reflexionar sobre la enseñanza telemática a la que se han visto abocados los profesores y alumnos por el coronavirus en estos meses. La ciencia ficción reflexiona desde la interpretación del ahora alertándonos en lo que podemos convertirnos, lo que solemos considerar como progreso no siempre tiene los efectos deseados. No es que estos autores no aprecien lo positivo que han logrado los conocimientos científicos y tecnológicos, sino que nos hacen ver las dos caras de la moneda, enfrentando lo nuevo con lo viejo.
El primer relato, Enseñar locamente, fue publicado en inglés en 1966 y en castellano en 1971 por Bruguera. Su autor, el americano Lloyd Biggle, luchó en la II Guerra Mundial y enseñó historia en la Universidad de Michigan antes de dedicarse por completo a la literatura. La protagonista, Mildred Boltz es una profesora de inglés que ha ejercido su profesión veinticinco años. Es lo que la apasiona y lo que en un principio la llevó a enseñar en una colonia en Marte. Sin embargo, problemas de salud la obligan a regresar a la Tierra, donde descubre que el sistema escolar de este planeta es completamente distinto y su metodología -clases presenciales, exámenes, jerarquías- es considerada obsoleta. En la Tierra, la educación se imparte a través de las pantallas a miles de jóvenes al mismo tiempo. Sin exámenes ni la presencia de los estudiantes, la única forma de medir la calidad de un profesor es a través de una especie de rating; el Trendex. Por esa razón los profesores, en lugar de esforzarse por enseñar bien, tienen que esforzarse por entretener lo mejor posible a su audiencia y así evitar que cambien de canal. Boltz deberá competir contra estas insólitas formas de enseñanza para poder mantener su puesto. A través de su protagonista, Biggle nos recuerda que la educación no sólo es impartir “conocimientos”, sino también fomentar los espacios de interacción que, en un mundo en donde priman las pantallas, se hace sumamente necesario.
El segundo relato Cómo se divertían (The fun they had) es de Isaac Asimov (1951). María y Tomás, en 2157, acaban de encontrar un libro de verdad, de los que usaba el abuelo del abuelo, se sorprenden al enterarse que los chicos iban a la escuela, se reían y gritaban en el patio, se sentaban juntos en el aula y regresaban a casa al final del día. Nada que ver con la enseñanza moderna, automatizada, con robots, en casa.
 Los relatos enfatizan la necesidad del contacto humano para poder aprender. Podemos aprender de libros y pantallas, pero es en la retroalimentación con otros en donde se encuentra la riqueza del conocimiento.








1 comentario:

Guillermo Cabañas dijo...

Justamente cuando hice el comentario a la entrada del blog "Ceci n´est pas une école" estaba recordando el cuento de Assimov. Recuerdo comentarlo con mis amigos, y la opinión de mi primo Jorge que aseguraba que la escuela presencial sería un privilegio solo para niños ricos. Yo ahora añado niños sanos y bien confinados en sus urbanizaciones privadas.

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