Una pequeña muestra de los colirios que he utilizado |
El término catarata define a una cascada o un
salto grande de agua. En medicina, es la opacidad del cristalino del ojo que,
al impedir el paso de los rayos luminosos, dificulta la visión.
La cuarentena la
estoy pasando luchando contra el wifi de Movistar que falla más que una
escopeta de feria, poniéndome colirios continuamente y atándome las manos para
evitar restregarme los ojos, porque me acaban de extirpar las cataratas, justo
a la edad que tenía mi madre cuando la operaron de las suyas. Ilusa de mí, fui
al oculista para pedirle un colirio con antibiótico porque creía que tenía
conjuntivitis, ya que ninguno de venta libre en farmacia me solucionaba el problema. Avergonzada,
salí con un diagnóstico de cataratas bastante formadas, sobre todo la del ojo
derecho, después de una sencilla prueba que consistía en taparme un ojo e intentar leer
unas letras que se escondieron detrás de un velo blanco, como si estuviese paseando
por el Londres del siglo pasado. Rápidamente comprendí por qué las luces de mi
casa cada vez daban menos luz y mi sofá rojo había pasado a ser granate. Esa
era la explicación de que ya no necesitara gafas de presbicia. La operación
bien, rápida e indolora; es más, en el segundo ojo pensé que no me habían
intervenido porque me desperté justo en la misma posición en la que me habían
puesto la sedación, sentada en la camilla del quirófano, pero con el pelo
mojado.
El delirio de los
colirios empezó antes de la operación: gotas para dilatar la pupila y
anestesiar. Pero lo peor vino después, y nadie habla de ello, durante seis
semanas te los tienes que poner a distintas horas que van cambiando cada siete días (etiquetados con un código de
colores): antibióticos, antiinflamatorios, humectantes... Ni que decir tiene que se me ha olvidado ponérmelos, los he puesto repetidos, se los he puesto al ojo que no correspondía, o no he respetado la
pausa de los cinco minutos. Durante este tiempo a veces he tenido los ojos rojos y llorosos, los párpados hinchados con legañas, además de destellos de luces y
deslumbramientos. Salía a la calle con las gafas de sol de Martirio aunque cayesen chuzos de punta. Los colirios me han llevado al delirio, a una gran alteración
mental e intranquilidad. Menos mal que mi sobrina (la hija de mi prima), que
casualmente estaba en Madrid en mi casa, se ha convertido en mi enfermera y ha
tomado las riendas del asunto después de verme poner una cafetera sin agua y de haber dicho que a santo de qué los pájaros tienen que cantar. A
veces, sarcástica, para hacerme la toma más fácil, me ponía en el móvil el sonido
de las cataratas del Niágara o las de Iguazú. Me he dejado mimar como una niña pequeña, asistiendo con
pasividad al suplicio de la gota china*.
Qué delirio de colirios. Agotada de la gota, cansada de las
cataratas, todavía me quedan quince días de cuidados intensivos en el ojo derecho, los mismos que
nos quedan de la cuarentena. Cuando pase este tiempo de inactividad, ya veremos en todos los sentidos.
* Método de tortura
psicológica que consiste en inmovilizar a un reo decúbito supino- tumbado boca
arriba-, de modo que cayera sobre la frente una gota de agua fría cada cinco
segundos que le impedía dormir y beber agua, y le llevaba a la muerte. Esta tortura no se debe confundir con
la bota malaya, otro método de tortura que por su homofonía a veces se oye mal
como "gota malaya".
Así veía por mi ojo izquierdo antes operación |
Así por el derecho después operación |
P.D. Mi colección de colirios y cremas se vio aumentada a causa de una blefaritis (inflamación de los párpados) que me duró exactamente noventa días. Tuve mala suerte.
P.D. En octubre me sometieron a una capsulotomía YAG en los dos ojos en el intervalo de una semana, a este procedimiento, breve e indoloro, se le conoce como "limpieza de lentilla". El láser retira la cápsula opacificada en la zona del eje visual sin realizar cortes, lo peor es el ruido, los disparos se asemejan al sonido que produce el mosquito al ser electrocutado. Tuve que volver al suplicio de los colirios. Y ahora ando enganchada a la lágrima artificial.