Algunas
especies arbóreas crecen sin que sus ramas se toquen, bajo sus copas se forma un entramado de líneas azules que se entrelazan
de forma extraña impidiendo que los árboles intercambien las ramas de sus
troncos para no tener que competir con la luz. Este fenómeno excepcional, llamado timidez botánica, suele producirse, sobre todo, entre árboles de la
misma especie. Existen varias conjeturas
sobre su origen, la mayoría de los especialistas consideran que este
desarrollo tiene como objetivo primordial evitar la propagación de plagas
de insectos; otros consideran que es una poda recíproca en zonas donde son
habituales los vientos, realizada por los propios árboles de manera natural, conscientes de las necesidades de sus semejantes. De este modo, los
espacios soleados entre las siluetas de las ramas sólo serían el resultado de una bella competición por la supervivencia.
A veces se
producen extraños paralelismos entre los seres humanos y la naturaleza. A mí estas
fotografías me parecen una hermosa metáfora de la fobia social, del miedo que
produce en algunas personas la interacción con los otros, motivado por factores
genéticos y experiencias traumáticas, que hacen que el individuo se comporte de
una forma tímida al no poder controlar sus emociones. Las personas y los árboles son conscientes de que tienen que protegerse del entorno creando un espacio vital, una coraza defensiva, un cordón sanitario, un foso de cielo, una grieta de timidez.
Por casualidad he vuelto a ver las pinturas de Botticelli
sobre el cuento del Decamerón de Boccaccio (Nastagio
degli Onesti, octava novella de la Quinta Jornada) y en el segundo episodio
he visto plasmada por el artista la timidez de los árboles (1.483).
Museo
del Prado Marta Orriols, Siempre nos quedará la timidez
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