Quiosco en san Bernardo 114 |
En mi casa la lectura de
periódicos era imprescindible, desde pequeña he
disfrutado de revistas y periódicos de todo pelaje. Entonces los había diurnos
y vespertinos. En Madrid, el ritual de los domingos por la mañana consistía en acercarse al quiosco para comprar el periódico con todos sus
suplementos; el económico para mi padre, el semanal
para mi madre, el tebeo para mí. Mis primeras colecciones de libros las realicé
en esa cita semanal. En la transición, cuando la prensa escrita alcanzó su
mayor tirada y se pusieron de moda las urbanizaciones en las afueras de Madrid,
no entendía cómo la gente era capaz de vivir en un lugar sin prensa. Las
vacaciones sin periódicos se me hacían largas. Es más, llegué a pensar, una vez
abandonado el deseo de trabajar en una biblioteca o regentar una librería, en
tener uno para poder acceder a todo ese mundo de imágenes y palabras. Ahora encontrar
en una casa un periódico es tan difícil como descubrir una máquina de escribir,
arrinconados ambos ante el paso arrollador del ordenador y google. Recuerdo cómo
tiznaban las manos; la dificultad de doblar un tabloide; el olor
de la tinta tan agradable como el olor del pan recién hecho; el
saludo del quiosquero, tendero de cultura y pluralidad, detrás de montañas de hojas recién salidas de la rotativa; la pena de tirarlo a la basura una vez leído. Ya nadie
recorta las noticias o las recetas, ni envuelve con sus hojas, que ya ni
siquiera sirven para proteger y guardar.
El declive empezó cuando llegaron los periódicos gratuitos para
amenizarnos los viajes en metro. En mi calle, San Bernardo, desde Santo Domingo
a Quevedo había seis, ahora solo quedan tres sobreviviendo a duras penas.
Quiosco en san Bernardo, esquina Pez, delante del Conservatorio |
Hace unos años se les intentó
renovar con un diseño moderno que uniera lo tradicional con lo confortable para que
el quiosquero no estuviese tan expuesto a las inclemencias del tiempo; algunos,
demasiado grandes, se colocaron en sitios poco apropiados. Ahora son cadáveres abandonados en ataúdes de hierro y cristal, molestan al transeúnte al pasear, estropean la perspectiva y, sin su
decoración de revistas multicolores, son grises, absurdos, tristes.
Solo pido que el Ayuntamiento retire estos esqueletos inservibles de la acera para descongestionar un poco la ciudad y evitar así pintadas y actos vandálicos. Mas los quioscos de prensa eliminados dejarán cicatrices en las calles y en mi alma.
Anónimo dijo...
Pues que coloquen allí las vespasianas.
Otro anónimo dijo...
Mejor que sirvan de refugio a los sin techo.
Un anónimo osado dijo...
Que sirvan de encuentro para amantes clandestinos.
P.D. (4/3/19) Me ha llegado de fuente anónima esta foto tomada hace unos días en la que aparecen libros forrados con periódicos, como hacíamos antaño cuando no había plásticos ni papel especial para forrar los libros del colegio y nuestra vida austera estaba muy cerca de los ideales de reciclaje actuales. El mantel de hule del fondo, rescatado para la ocasión, es otro clásico de nuestra infancia. Así que me retracto, todavía hay gente que envuelve los libros con papel de periódico que, afortunadamente, ya no tizna. Mis ternillas están más enternecidas que nunca ante esta fotoforro.
Solo pido que el Ayuntamiento retire estos esqueletos inservibles de la acera para descongestionar un poco la ciudad y evitar así pintadas y actos vandálicos. Mas los quioscos de prensa eliminados dejarán cicatrices en las calles y en mi alma.
Anónimo dijo...
Pues que coloquen allí las vespasianas.
Otro anónimo dijo...
Mejor que sirvan de refugio a los sin techo.
Un anónimo osado dijo...
Que sirvan de encuentro para amantes clandestinos.
P.D. (4/3/19) Me ha llegado de fuente anónima esta foto tomada hace unos días en la que aparecen libros forrados con periódicos, como hacíamos antaño cuando no había plásticos ni papel especial para forrar los libros del colegio y nuestra vida austera estaba muy cerca de los ideales de reciclaje actuales. El mantel de hule del fondo, rescatado para la ocasión, es otro clásico de nuestra infancia. Así que me retracto, todavía hay gente que envuelve los libros con papel de periódico que, afortunadamente, ya no tizna. Mis ternillas están más enternecidas que nunca ante esta fotoforro.
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