Ayer sufrí un intento de robo a la vuelta de la compra, cargada con la mochila y una bolsa. En la calle solitaria sentí una presencia silenciosa y de repente un ruido extraño hizo que me volviera. Pegados a mí estaban dos quinquis diciendo: "Señora, que va perdiendo las tarjetas". No dije nada, solo les miré a la cara reteniendo su fisonomía. El silencio era elocuente, yo había cerrado bien la mochila y el monedero estaba a buen recaudo. Las tarjetas que cayeron eran de las bibliotecas, no les interesaron. Mentalmente reconstruí la escena, me siguieron un tiempo, mientras uno sujetaba con sumo cuidado la mochila, el otro abría la cremallera e introducía la mano en el bolsillo interior buscando dinero con tan poca pericia que algunas de las tarjetas cayeron al suelo.
En esta vida he
tenido más robos que amores. Afortunadamente los amantes sólo me han robado el corazón, nunca la cartera, así que puedo decir que me han metido más veces la mano en la faldriquera para sacar dinero que para darme placer. Unos y otros han terminado unas veces bien y otras mal. Debo confesar
que la autoestima no sale bien saldada en ambos ejemplos. Los robos se han sucedido en todas
las edades de mi vida, tanto en la calle como en sitios cerrados, afortunadamente sin violencia física, por hombres de todas las
nacionalidades, a la luz del día y por la noche, en todas las estaciones del año. La vida está llena de buscones como en el siglo de Oro, los profesionales del hurto lo hacen al descuido, los desesperados recurren al acoso, a los gritos y a la violencia.
Lo mejor es olvidar, pero después del suceso de ayer, me he puesto a recordar.
En total he sufrido unos 15 robos, a algunos de ellos les he dedicado hasta una entrada en el blog. No he contado las veces que he prestado dinero y no me lo han devuelto, ni las veces que han robado a los que iban conmigo. No sé si será la media nacional, o es que tengo mala suerte o muy buena memoria. El único elemento en común es que soy mujer e iba sola, era la víctima perfecta, la edad solo es un complemento. Todos me han hecho sentir muy vulnerable. Educada en un cierto machismo, en casos de acoso de todo tipo, me bloqueo, no sé cómo actuar y nunca salgo airosa de la situación.
Robos
-Tenía 18 años, robo de monedero en la
estación de Atocha. Un grupo de familiares portugueses me rodeó porque estaban introduciendo en el oficio al más pequeño.
- En los años 80, los yonkis te pedían dinero de una forma amenazante, como un impuesto revolucionario que teníamos que pagar todos los vecinos de la plaza del Dos de Mayo. Yo lo pagué tres veces.
- El peor: un joven que me había estado siguiendo se introdujo en mi portal detrás de mí. En el ascensor, me amenazó con violencia. La taquicardia y el temblor de piernas me duraron varios días, me sentía vigilada, salía poco a la calle y, siempre, con miedo.
- Mientras me tomaba una caña en los alrededores de Sol antes del teatro.
- En una terraza de las Vistillas, un mendigo me pedía insistentemente dinero para comer, cuando se fue se llevó consigo mi cartera.
- En un semáforo de Alicante, un carterista que se ayudaba con un periódico.
- En el autobús 147.
- Unos okupas se
introdujeron en mi casa del pueblo, robaron todo lo que había de valor y destrozaron parte del mobiliario.
- En el Corte Inglés en la sección de mujeres. Se llevaron el monedero y el jersey que había comprado. Desde entonces me pregunto si tienen cámaras instaladas y para qué las usarán.
- En el instituto, en la sala de profesores.
- En la frutería de mi
calle.
- En la calle Fuencarral, en el cajero del banco.