jueves, 26 de junio de 2025

Temor y temblor del Papa (2)


   Al iniciar su pontificado, el papa León XIV ha manifestado que se dirigía al pueblo fiel “con temor y temblor”. La expresión está en san Pablo (cum timore et tremore en su versión latina), pero remonta al Antiguo Testamento, para expresar el temor reverencial hacia Dios.

       La frase es el título de una de las obras fundamentales de Kierkegaard (1843), que tanto influyó en el pensamiento posterior como, entre nosotros, Miguel de Unamuno. El libro clásico sobre el tema es el de Rudolf Otto Lo santo (1917), donde se aborda el mysterium tremendum (“misterio ante el que hay que temblar”), lo numinoso (del latín numen ‘divinidad’), lo divino como el abismo que anonada al ser humano cuando se asoma. La obra circula aún ampliamente, aunque sus planteamientos nos parecen ahora algo desfasados, porque estamos en otra fase. Pero ese ámbito debe ser tenido en cuenta, aunque no necesariamente desde un punto de vista religioso. ¿Quién no ha sentido alguna vez el vértigo del abismo por el misterio cósmico, por cierto amor desmedido, por una obsesión, una dependencia, por la belleza de un horizonte?

       Parece que la expresión “con temor y temblor” tenía ya en el “griego común” del Nuevo Testamento un valor muy atenuado, algo así como “me presento ante vosotros con gran respeto”, casi una fórmula de cortesía (lo que, por otra parte, no cuadra mucho con un sujeto tan asilvestrado como Pablo de Tarso). Pero no deja de ser ominoso (por usar otro palabro de la jerga sacra) que la use un pontífice. Porque estamos, efectivamente, en otra fase, una época en que cada vez más gente vive así, con temor y temblor. Por primera vez desde mis lejanos tiempos juveniles bajo una dictadura, al escribir las líneas anteriores he sentido cierto temor de que pudieran ser divulgadas. Esto debería bastar para salir corriendo gritándolas, por tontas que sean. La peor censura es la autoimpuesta, decían ya los primeros filósofos, y nunca se puede dejar de aspirar a lo que un historiador romano celebraba de cierto gobernante, en cuya época “cada uno podía decir lo que pensaba y pensar lo que quería.”

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