lunes, 21 de octubre de 2019

Fumar, ni saludable ni feminista (Bernays 4)


La serie Mad men me ha llevado otra vez a la figura de Edward Bernays, el sobrino de Freud que inició la publicidad del siglo XX basada en la manipulación para inculcar el deseo de comprar cosas que no necesitamos aplicando las técnicas del psicoanálisis. Él ideó una campaña barata que dio grandes beneficios a las multinacionales del tabaco cuando estas habían tocado techo en su venta a los hombres, primero de la clases alta y luego a la clase media y baja, incluso a los soldados se les proporcionaba una cajetilla de tabaco en sus raciones. Bernays partió de que el cigarrillo era un símbolo fálico que evocaba el poder dominante de los hombres sobre las mujeres, de tal manera que, si las mujeres fumaban, verían el cigarrillo como símbolo de libertad, ya que tendrían su propio pene. El 31 de marzo de 1928 se celebró en Nueva York la tradicional Eastern Parade o desfile de Pascua, donde un grupo de diez modelos de la revista Vogue encendieron sus pitillos para reivindicar su derecho a fumar. El grupo se había autodenominado "Las antorchas de la libertad". Todos los periódicos se hicieron eco y un año después ya estaba bien visto por parte de la sociedad americana que las mujeres fumasen. Las feministas deseosas de liberarse de los convencionalismos de la sociedad patriarcal se sumaron a ellas.

Antes, en el Madrid de los años 20, un grupo de mujeres de la Generación del 27, entre ellas, Margarita Manso y Maruja Mallo, pasearon por la Puerta del Sol quitándose el sombrero. Esta actitud transgresora pretendía romper la norma y, metafóricamente, en ausencia de la pieza que tapa la cabeza, liberar las ideas y transformar el panorama cultural y artístico. A este grupo de mujeres rebeldes se las llamó "Las Sinsombrero". Inmediatamente fueron apedreadas y silenciadas. Detrás de ellas no había orquestada ninguna campaña de publicidad, ni intereses económicos.

En Europa y en EE UU, en los años cuarenta, comienza la explosión del tabaquismo femenino cuando las mujeres comienzan a trabajar. El cine también contribuyó: en épocas de censura no había nada más sensual que ver a los actores del momento encenderse un cigarro*. En los años cincuenta se demuestra que el tabaco mata, pero se silencia esta información. En España, las mujeres empiezan a fumar a finales de los sesenta y principios de los setenta con la introducción del tabaco rubio que la industria dice que es menos perjudicial, incluso se aplicó mentol para hacerlo del gusto femenino. Las primeras mujeres que fuman son las universitarias y las trabajadoras, no las amas de casa.
Las multinacionales de la nicotina idearon una trampa para vender libertad, sensualidad e igualdad, cuando en realidad vendían nicotina potenciada por numerosos aditivos. Convirtieron a sus consumidores en esclavos y mataron a millones de personas tras hacer estragos en los recursos de los sistemas sanitarios. En el siglo XXI, después de duras batallas políticas y jurídicas, la población finalmente se concienció y, afortunadamente, fumar ya no está bien visto, ni para hombres ni para mujeres.


El humo cegó mis ojos

El humo también cegó mis ojos. Cuando era niña, observaba a mi abuelo fumar puros en las fiestas familiares con un deleite manifiesto. Mi padre fumaba en pipa tras realizar un ritual hipnotizante con el resultado de un olor agradable. Mi madre,  elegante, femenina y comedida, comenzó a fumar a finales de los sesenta Chesterfield: solo un cigarrillo y solo en reuniones sociales. Asimilé que el tabaco era un placer agradable y un signo de distinción que servía para socializar. Estaba deseando ser mayor para sumarme a ellos. Es más, soñaba en convertirme en una mujer libre y fumadora que condujera su propio coche, a ser posible un descapotable, como veía en las películas. Pero me hice mayor y no me gustaron ni el sabor ni el olor que desprendían los cigarros que consumían mis compañeros de facultad (Ducados y Bisonte) y que luego me llevaba a casa impregnados en mi piel y en mi ropa. Entonces se fumaba en todas partes, en los hospitales, en el cine, en los bares, en las clases, hasta que se destapó el pastel y descubrimos que éramos unos borregos que estábamos gastando una fortuna en alimentar los beneficios de las tabacaleras auspiciadas por los gobiernos y que, además, era peligroso para la salud.
El tabaco, esa cosa inequívocamente americana, era una falsa libertad, una licencia para matar, una cortina de humo para el verdadero feminismo. En los noventa, qué mala Fortuna, tres buenos amigos míos murieron prematuramente de cáncer de pulmón, dos eran fumadores empedernidos y el tercero, el padre de mis sobrinos, después de haber fumado de joven, solo era un fumador pasivo. Cuando fui al hospital a ver a Paqui, mi compañera de viajes por el mundo ya herida de muerte, me di cuenta de que el mayor tormento para ella no era la enfermedad, sino no poder fumar en el hospital; nos pedía que le llevásemos tabaco a escondidas, se había convertido en una yonqui de la nicotina. Este año nos ha abandonado otro compañero de uno de los últimos institutos en los que he estado. Todos pagaron un alto precio por ese "placer sensual, genial", que cantaba la tonadillera. Y pensar que la planta del tabaco, trasplantada desde América, en un principio se consideró medicinal...  

* La literatura también se hizo eco de la costumbre de fumar, El Halcón Maltés de Dashiell Hammett contiene una de las descripciones más precisas de cómo liar un cigarrillo y que yo, inconsciente, utilicé en algunas clases en los ochenta: 
"Spade procedió a liar esmeradamente un cigarrillo con sus gruesos dedos: después de echar la cantidad justa de hebra color canela sobre un papel curvado y extenderla de modo que hubiese el mismo volumen en cada extremo y una ligera depresión en el centro, hizo rodar hacia dentro el borde interior del papel con los pulgares y luego hacia arriba, bajo el borde exterior, sin dejar de presionar con ambos índices, deslizando los dedos hacia el exterior del cilindro de papel para sostenerlo recto al tiempo que pasaba la lengua por el borde encolado, y finalmente índice y pulgar izquierdos pellizcaron un extremo mientras, índice y pulgar derechos alisaban la costura humedecida, volvían en su recorrido hacia arriba y llevaban el extremo contrario hasta la boca".

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