En una entrada del 23 de septiembre sobre Edward Bernays,
sobrino político de Freud y gran creador de la propaganda moderna, se sugería
la aplicación de las teorías psicoanalíticas de su tío a los medios de
persuasión de masas. No está de más recordar que a su vez el gran psiquiatra
austríaco debía al menos parte de su pensamiento a otro Bernays, Jacob, hijo de
Isaac
y tío paterno de su esposa, Martha
Bernays. Jacob Bernays (1824-1881) fue un filólogo clásico alemán que, entre
otros muchos trabajos, publicó dos obras importantes sobre la tragedia griega,
las interpretaciones aristotélicas y la catarsis; se da por seguro que
influyeron decisivamente en el desarrollo del psicoanálisis freudiano
(recuérdense aspectos como el complejo de Edipo, las pulsiones inconscientes, Eros
y Tánatos, etc.). Pero Bernays había editado de joven al gran poeta romano
Lucrecio, heredero y transmisor del materialismo epicúreo, que propugnaba el
principio del placer como motor de la vida humana: y es justamente ese
principio una de las grandes directrices de las teorías de Freud, frente al
principio de realidad. La edición lucreciana de Jacob Bernays apareció en
Leipzig en 1852 siguiendo la estela de Lachmann, creador de las ediciones
críticas modernas, y se publicó en la colección Teubner, que sigue siendo una
de las más importantes editoriales de textos clásicos griegos y latinos. El
Lucrecio de Bernays se reeditó al menos ocho veces durante el siglo XIX, y es
más que probable que el joven Freud lo manejara en sus años de formación humanística,
que sabemos era muy amplia y sólida.
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