domingo, 14 de febrero de 2016

Viaje al final de la noche

Guapo, alto, moreno, inteligente. Decidió abandonar el pueblo para estudiar en Barcelona. Allí por casualidad conoció a la “gauche divine” y se enrolló con la presentadora de moda. En ese viaje al final de la noche, no dijo que no a nada; le propusieron ejercer como modelo y lo hizo. Momentáneamente tuvo el mundo a sus pies, como en el anuncio televisivo del afther shave que protagonizó en un cuarto de baño con el torso desnudo donde, después de acariciar su cara con el novedoso producto, por arte de magia aparecían dos espléndidas chicas a las que rodeaba con sus brazos. A finales de los sesenta se convirtió en el icono de un escándalo rompedor contra las mentes pacatas de la época. Debo confesar que en mi casa, era amigo de mi hermana, lo admirábamos. El anuncio, aire fresco, reflejaba erotismo y ganas de vivir, lo que la educación nos había prohibido. Pero algo se rompió en el  interior de su mente, se quemaron sus alas, cayó en picado y, poco tiempo después, volvió al hogar familiar sin oficio ni beneficio. Su estrella se fue apagando para brillar solo en momentos fugaces. Dejó de lavarse y de tomarse la medicación. La enfermedad mental lo apartó del mundo.
Lo vi hace poco con la mirada pérdida, con treinta quilos de más, abotargado, encorvado, envuelto en una carcasa que no le corresponde, convertido a los sesenta y ocho años en un viejo prematuro, en un buda silencioso;  pero conservando su porte aristocrático y una piel inmaculada, tersa y sin arrugas. Ahora vive controlado en el asilo de ancianos porque no hay lugares para los enfermos de la vida.

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