Salía de clase y los buscaba con alevosía y nocturnidad. La primera vez fue un
flechazo, lo reconozco, lo miré y acabé con él entre mis brazos, resultó una experiencia laboriosa y apasionante. Poco a poco le fui cogiendo el gusto a la actividad, cuantos más tenía, más quería. Lo
hacía para entretenerme en mi tiempo libre, para tener compañía y para que me
sirviesen de alguna utilidad. A hurtadillas los subía a mi habitación y les iba cogiendo cariño, aunque no sirvieran para nada, solo para quitarme espacio
vital. La vida en común era complicada y los abandonaba con la misma excitación que los encontraba. A veces no sabía cómo quitármelos
de encima y tenía que pedir ayuda a mis
amigas. Hasta que dije basta, no los
necesito, no hacen más que darme quebraderos de cabeza, es absurdo que invierta ganas y tiempo en ellos.
Pensé que ya estaba libre de la obsesión, pero ayer volví a hacerlo, me encontré otro mueble al lado del
contenedor de basura: una escalera de pintor que he subido a casa para aprovecharla no
sé en qué. Desde que fui a clase de restauración colecciono los trastos que
no quieren los demás.viernes, 19 de febrero de 2016
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