viernes, 24 de abril de 2015

El secreto peor guardado

“Para terminar, una confesión: los artículos los escribes tú, ¿verdad, pillina? como hacías con nosotros y luego repartes los nombres de los chavales aleatoriamente, porque me extraña que un rumanito escriba así de bien jejeje. Oye ojalá me equivoque y sea de verdad; pero... Mari, ya nos conocemos jajajaja.”
Su alumno David había descubierto una parte de la verdad, que siempre tiene mil caras. Se lo comunicó por e-mail cuando ella le pidió permiso para referirse a su blog en el periódico de los estudiantes de un prestigioso y reconocido periódico. Llevaba años participando en el concurso, preparando los temas, diseñando las páginas,  pidiendo la colaboración de sus alumnos y obligándoles a escribir una y otra vez los textos, hasta que estuvieran decentes. Empleó mucho tiempo libre y perdió muchas batallas. Nunca les dieron un premio, pero ella se sintió ganadora de la guerra final: muchos alumnos se entusiasmaron, colaboraron bien y descubrieron de esta manera el gusanillo de la escritura. De eso se trataba, de que se acercasen al mundo de la prensa y se interesasen por todo lo que había a su alrededor. Era consciente de que los profesores de los otros centros del concurso hacían lo mismo que ella, se servían de sus amistades para conseguir entrevistas que nunca hubiesen pasado por la mente de un adolescente y se rompían la cabeza buscando historias originales. El último  año, en el anuncio de los semifinalistas a toda plana del periódico, el de su instituto de Madrid estuvo en primer lugar y, en los premios nacionales, misteriosamente había pasado a un segundo. Se enteró de que una profesora, que había sido cocinera antes que monja, es decir, que había hecho lo mismo, la había delatado sin pruebas. Esta vil acusación consiguió que ninguna de las dos optase al premio final. Fue una gran injusticia, porque ese año sus alumnos redactaron ellos solos el mejor periódico y apenas necesitaron ayuda.

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