domingo, 29 de septiembre de 2013

El velcro imantado

El anorak se lo regaló su chica después de mucho buscar por todas las tiendas de Madrid. Que sirva para la lluvia, que lleve capucha, que tenga bolsillos interiores y exteriores, que no sea oscuro. No pasaba desapercibido, era de color azul eléctrico con forro polar de color gris, por lo menos tenía seis bolsillos y se hacía impenetrable al frío exterior por medio de varios velcros que se podían plegar. En el metro ocurrió el extraño fenómeno, se abrió la cremallera e inmediatamente se le pegó a la cinta adhesiva del  velcro la bufanda de una chica rubia que pasó a su lado. Se deshicieron en excusas. Al día siguiente fue el pelo de un chaval de cuatro años el que se adhirió a su manga. Hubo lloros. Por la tarde, virutas de jamón del bocadillo de su vecino inexplicablemente acabaron en su pechera. Luego fueron las monedas que una anciana intentaba introducir en la máquina expendedora de billetes. Se las devolvió.  Todos los objetos que se caían a su alrededor acababan misteriosamente imantados por el velcro: periódicos, dientes, pelusas, caramelos, carteras, rosarios, gafas... Por la noche los depositaba en  un vaciabolsillos. Harto de ser un cazatesoros de objetos absurdos, decidió cerrar el anorak a cal y canto. Aunque sudara. 

2 comentarios:

Anónimo dijo...

El velcro será el arma definitiva contra Gallardón ... lo pescaremos por sus cejas.

Aurora dijo...

Me siento muy identificada, no me gustan nada los velcros. ¡Qué bien lo cuentas!

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