El anorak se lo regaló su chica después de mucho buscar por todas las
tiendas de Madrid. Que sirva para la lluvia, que lleve capucha, que tenga
bolsillos interiores y exteriores, que no sea oscuro. No pasaba desapercibido,
era de color azul eléctrico con forro polar de color gris, por lo menos tenía
seis bolsillos y se hacía impenetrable al frío exterior por medio de varios velcros
que se podían plegar. En el metro ocurrió el extraño fenómeno, se abrió la
cremallera e inmediatamente se le pegó a la cinta adhesiva del velcro la bufanda de una chica rubia
que pasó a su lado. Se deshicieron en excusas. Al día siguiente fue el pelo de
un chaval de cuatro años el que se adhirió a su manga. Hubo lloros. Por la
tarde, virutas de jamón del bocadillo de su vecino inexplicablemente acabaron
en su pechera. Luego fueron las monedas que una anciana intentaba introducir en
la máquina expendedora de billetes. Se las devolvió. Todos los objetos que se caían a su alrededor acababan
misteriosamente imantados por el velcro: periódicos, dientes, pelusas, caramelos, carteras, rosarios, gafas... Por la noche los depositaba en un vaciabolsillos. Harto de ser un cazatesoros de objetos absurdos, decidió cerrar
el anorak a cal y canto. Aunque sudara.
2 comentarios:
El velcro será el arma definitiva contra Gallardón ... lo pescaremos por sus cejas.
Me siento muy identificada, no me gustan nada los velcros. ¡Qué bien lo cuentas!
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