Son las 7,30, Plaza de España, Conde de Toreno, introduzco
un billete de 20 euros para un bono de diez viajes y me devuelve 4 monedas de
dos euros, dos de ellas falsas. Juro en hebreo y trato de introducirlas para
sacar otro bono. Error, no las admite. No reclamo porque tengo prisa y además
pienso que dudarían de mí. Ahorro monedas de 2 euros para combinarlas con las
falsas. Una semana después lo consigo.
Unos meses después, a la misma hora y en el mismo sitio, con el nuevo abono de transporte, introduzco
55 euros en billetes y pulso la tecla de emitir justificante. Al instante la
máquina, repentinamente loca, me devuelve la cantidad introducida en monedas de
dos euros, algunos de ellas falsas. El ruido ensordecedor que producen al caer es
el mismo que el de una máquina tragaperras, solo faltan las lucecitas y la
musiquilla. Las monedas no me caben en ningún sitio y algunas caen al suelo.
Esta vez, cabreadísima, aviso al altavoz
que amablemente me responde que tengo que ir a la entrada de Leganitos,
justamente a diez minutos de donde estoy. Cuando llego, al contar el dinero me
faltan 2,10 y hay cuatro euros en monedas falsas. Menos mal que la chica es
simpática; después de varias llamadas y de rellenar un impreso, me devuelve el
dinero íntegro sin pedir explicaciones y me ayuda a sacar el nuevo abono.
Deduzco que no es la primera vez que pasa. Llego al instituto veinte minutos
tarde con el justificante en la mano y el jefe de estudios me dice:
-¡Qué imaginación tienes, qué cosas te inventas para
justificar un retraso!
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