lunes, 9 de diciembre de 2019

El eco de la piel de Elia Barceló, un culebrón entre zapatos


Nunca se sabe por qué se elige una novela actual entre otras. Lo normal es que hayas leído una reseña, te la hayan recomendado o te la regalen. Leí El eco de la piel de Elia Barceló, especialista en novela juvenil, por tres motivos extraliterarios: me gustó la portada de la artista Lita Cabellut; la autora es de Elda, pueblo cerca de Villena; y, por último, el tema versaba sobre la historia de una mujer que había creado un entramado empresarial a partir de una fábrica de calzado, actividad a la que se dedicó la familia de mi padre desde finales del siglo XIX.
El argumento, en apariencia simple, enseguida se vuelve complicado. Encargada de escribir una biografía, la mileurista Sandra volverá a su pueblo, Monastil*, para desentrañar la vida misteriosa de una mujer excepcional en su tiempo, Ofelia Arráez. Yo esperaba una novela histórica, bien documentada, sobre una familia de fabricantes de calzado y me he encontrado con una novela sentimental parecida al guion de una telenovela que, partiendo de la guerra civil, trata de manera superficial ambiciones, secretos inconfesables, venganzas, problemas de identidad sexual, mafia rusa... Un Falcón Crest en Levante sobre la industria zapatera. El culebrón acaba siendo una reivindicación del colectivo LGTB. Faltan descripciones y análisis profundos de los personajes cuyas peripecias se ven venir a pesar de los trucos narrativos. La autora escribe bien, tiene técnica, es amena, domina los resortes tradicionales de la narración para crear una intriga, pero no convence, ni emociona, ni destaca por su estilo literario.
Villena solo se cita en el libro en un par de ocasiones como el nudo de comunicaciones más importante de la zona, la última para hacer una leve crítica a la nueva estación del AVE en medio de ninguna parte.
La novela sobre el desarrollo de la industria del calzado en esta zona de Levante por ahora no tiene quien la escriba.

*  Monastil es el poblado íbero-romano que dio lugar a la ciudad de Elda.


viernes, 6 de diciembre de 2019

Dos exposiciones de pintura del siglo XIX: Boldini y colección Masaveu



La exposición Boldini y la pintura española en la Fundación Mapfre me ha parecido una delicia, refleja perfectamente el clima de la sociedad de finales del siglo XIX, la atmósfera y los personajes que envuelven las novelas de Proust. Perfectamente se podía haber titulado En busca del tiempo perdido, un mundo decadente que terminará con la Primera Guerra Mundial. Los retratos de las mujeres son espléndidos, un regalo para los sentidos, con manifiesta influencia española.





No lejos de la La Fundación Mapfre, la Fundación María Cristina Masaveu ha abierto su nueva sede en Madrid que presenta parte de su colección particular bajo el título La pintura española del siglo XIX. De Goya al Modernismo, una selección de 117 obras que arranca con Francisco de Goya y se extiende hasta el Modernismo y el Postmodernismo catalán. Hay que aprovechar que, por ahora, la entrada es gratis, así como las guías. El edificio, un antiguo palacete reformado con un estilo muy actual de líneas rectas, cristal y madera, rezuma frialdad con sus patios sin apenas vegetación, a pesar de la sorpresa de una escultura de 14 metros del escultor Jaume Plensa que representa el rostro de una adolescente que se cubre el rostro y la boca en una actitud de silencio. La iluminación también me parece mejorable, los reflejos de la luz impiden ver toda la belleza de los cuadros que están excesivamente barnizados. Magníficos los esbozos que Sorolla realizaba en la arena de la playa para luego utilizaba en sus composiciones de mayor tamaño en su estudio.
En definitiva, dos exposiciones sobre la pintura del siglo XIX que merecen ser visitadas con detenimiento, pero no en el mismo día. 

martes, 3 de diciembre de 2019

3 de Diciembre, El blanco de todas las miradas

Foto de la familia ALBA, durante las XIII Jornadas sobre albinismo en Sevilla 2019
Laura es una amiga estupenda, una gran profesora y una madre coraje. Gracias a ella, el trayecto de Madrid a Fuenlabrada, donde estaba el instituto que compartimos, se hizo muy llevadero. Para su sorpresa, su segunda hija nació albina. Ni ella ni su marido recuerdan en su familia ningún caso de albinismo. Es un gen recesivo, les informó el médico, y ambos lo tienen. Le puede pasar a cualquiera. Ella no se amedrentó y, orgullosa, sacaba a pasear a su espléndido bebé de pelo, pestañas y cejas blancos, protegido por unas gafas de sol y embadurnado en protección solar, que parecía un copito de nieve. Enseguida acudió a la asociación ALBA, Asociación de Ayuda a Personas con Albinismo, donde le aconsejaron ponerse en contacto con la ONCE, porque nacer con este trastorno genético puede causar una vista defectuosa, movimientos oculares involuntarios y sensibilidad ante la luz. Gracias a facebook, puntualmente obtengo información de la asociación ALBA, en las fotografías, entre un montón de rostros, descubro el suyo siempre sonriente.
Vivimos en una sociedad en que todo lo que se considera diferente es rechazado. Es una forma ancestral de defensa, pero no tiene razón de ser en el marco de una sociedad culta y civilizada. Por eso hoy, 3 de diciembre, que se celebra el Día Internacional de la Discapacidad, incluyo aquí el vídeo y la entrevista de este joven que, lejos de sentirse inferior, puede bromear sobre su situación: "Es absurdo tener complejos, mejor es ser autocrítico".


Que nos sirva este día para recordar la discriminación y violencia que se genera en nuestro entorno hacia las personas que son diferentes. Recordemos también que en algunos países de África tienen la creencia de que el cuerpo de los que sufren este trastorno genético contiene poderes mágicos, por lo que son atacados, mutilados y asesinados.

No me resulta difícil ponerme en la piel de las personas albinas, mi piel sigue nívea y, con la edad, mi pelo y mis cejas también se han vuelto blancos.

miércoles, 27 de noviembre de 2019

Un robo con final feliz después de casi cuatro horas en comisaría


Me robaron la cartera de la mochila después de un largo paseo, cuando llegaba a casa, no sé si en un semáforo o en una frutería. Volvía cargada con una bolsa llena de compras, confiada y feliz porque después de unos días de perro por fin lucía el sol. Fue un robo de manual, de los que ponen mil veces en televisión, iba descuidada y el amigo de lo ajeno, siempre al acecho aunque no fuera un lugar turístico, aceptó mi invitación al robo. Cuando fui a pagar en la frutería, la mochila estaba abierta y ni rastro del monedero. Me sorprendió la actitud del dependiente, sonrió, mi sexto sentido me dijo que lo había visto pero callaba. Rápidamente se me encendieron todas las alarmas, llamé para anular las tarjetas y me dirigí a la comisaría de mi barrio, la de Leganitos, a denunciar el robo del DNI. Ya en la puerta me disuadieron: estamos saturados, hay entre una hora y media o dos de retraso, te conviene más ir a otra, hay poco personal y no damos abasto.  Con lo nerviosa que estaba, preferí pagar mi descuido lo antes posible y quedarme allí en la sala de espera tercermundista, un cubículo atestado de gente, oscuro, sucio y con el ruido renqueante de una máquina expendedora de comida y bebida. La mayoría eran extranjeros a los que habían robado el móvil o la cartera. De todas formas, si el trámite lo hubiese hecho por internet también tendría que firmarlo allí después de esperar turno. Así que para una gestión de apenas diez minutos estuve esperando desde las 3 de la tarde a las 6,30. Para robarme apenas veinte euros me habían fastidiado bien el día. Supongo que el colapso de la comisaría más céntrica de Madrid hace que la mayoría se vaya sin denunciar y esos robos no figuren en las estadísticas para dar una imagen más segura de la ciudad. Impresentable me pareció también que los policías, entrenados para otras tareas, se encargaran de la burocracia más fácil, un administrativo lo hubiese hecho de una forma más rápida y eficaz. Se requiere una reorganización del servicio. Las mujeres policías con las que traté, muy competentes.
Al día siguiente, a las 11 de la mañana, subió el portero a mi casa y me devolvió la cartera con la documentación dentro, un barrendero la había encontrado en la calle Santa Cruz de Marcenado. Casi me lo como a besos. Sentí no poder agradecérselo en persona al barrendero que se tuvo que desviar de su ruta, porque no sabe la de trámites y tiempo que me ha ahorrado. Siempre hay buenas personas que te hacen recobrar la esperanza en la humanidad. Ahora ando documentada pero sin un euro. 
A partir de ahora, en el bolso el dinero irá por un lado y la documentación y las tarjetas por otro, como hacía antes de estar jubilada y me pasaba el día en transporte público.
Recordando, creo que me han robado por lo menos unas diez veces en toda mi vida, con y sin violencia, conocidos y desconocidos (los robos del corazón no cuentan en esta estadística). La última, en la sala de profesores de un Instituto, a última hora de la mañana. Tenía un principal sospechoso y para avisar a mis compañeros de posibles hurtos puse un papel junto a la fuente de agua: 

ESTIMADO LADRÓN:
VIVIMOS TIEMPOS DUROS POR LA CRISIS. ME HUBIESE GUSTADO QUE, EN VEZ DE ROBARME, ME HUBIERAS PEDIDO AYUDA. POR FAVOR, DEVUÉLVEME EL MONEDERO, QUE LE TENGO CARIÑO. Y LAS FOTOS DE MIS SOBRINOS QUE SON IRREEMPLAZABLES.
GRACIAS.

No hice denuncia, pero un año después me llamó la policía porque había encontrado mi cartera en un registro de una vivienda relacionada con drogas. Las sospechas se hicieron ciertas: era el conserje.

P.D. La frutería sospechosamente está cerrada y mi mochila en el armario. Mis amigos alicantinos, directos descendientes de los fenicios, me recordaron que hay algunos seguros que contemplan en sus pólizas el robo de pertenencias fuera de la vivienda. Así que al final me sirvió la denuncia para reclamar al seguro que en breve me dirá a cuánto asciende.  


miércoles, 20 de noviembre de 2019

La crisis, los laboristas y Ken loach



 En el debate del Brexit, ePartido Laborista inglés ha lanzado en sus redes sociales un anuncio que retrata de forma satírica todos los estereotipos racistas, xenófobos y clasistas que se entremezclan en los discursos de muchos dirigentes. 
Los partidarios del Brexit (como Trump, como Vox) atribuyen todos los problemas políticos a los extranjeros que han venido para quitarnos el trabajo y aprovecharse de nuestros servicios sociales. Pero la crisis es un problema del conjunto de la sociedad, dominada por grandes corporaciones cuyo único interés apunta a reducir costes: de fabricación, de mano de obra, de envío… Un capitalismo salvaje que conduce al individuo a la autodestrucción.






La última película de Ken Loach ‘Sorry We Missed You’ nos refleja con un naturalismo tremendo la caída a los infiernos de un matrimonio británico con dos hijos que vio cómo se desvanecían sus sueños de comprarse una vivienda cuando un banco se quedó con sus ahorros. La única salida que ve el padre, después de muchos trabajos temporales precarios en la construcción, es dedicarse al servicio domiciliario de paquetería para lo que tiene que comprarse su propia furgoneta, convirtiéndose en un falso autónomo que llegará a trabajar catorce horas seguidas, seis días a la semana, sin posibilidad de poder faltar al trabajo y sin vacaciones. Mientras, la mujer se desvive cuidando ancianos en jornadas interminables como resultado de los recortes sociales. Salí del cine tocada al asistir al terror cotidiano de la lucha por la supervivencia de dos buenas personas que lo tienen todo en contra, no había respiro en la sucesión de episodios de mala suerte y de violencia con leves rasgos de humor.
Siempre nos quedará el cineasta Ken Loach que, como ya hizo Zola en el siglo XIX, sigue su inagotable lucha en favor de los derechos de la clase trabajadora haciendo películas que nos muestran una verdad incómoda, lo que no queremos ver y lo que ocultan los periódicos. La película se debería poner en los colegios (la charla del policía al hijo absentista es antológica) para que los jóvenes salgan de su propia comodidad egoísta y vean más allá de sus narices.


martes, 5 de noviembre de 2019

Cafés de Malasaña, Peter Hassell

Esta vez Peter pintó en su cuaderno de dibujo, no quedó más remedio que hacer fotos, de ahí que aparezcan claroscuros que no estaban en el original. Los dibujos resultan de esta manera más bellos y misteriosos. En apenas media hora, lo que tardamos en tomarnos una cerveza, realizó cada una de estas obras de arte sin darle la menor importancia.

Café Pepe Botella 
Café Ruiz 

Punto de partida: Metro de Cuzco

Días más tarde, con más tiempo, exterior café Pepe Botella 

domingo, 27 de octubre de 2019

Más que un café con leche

Sí algo he odiado siempre, cuando en los desayunos tienes que pedir café, son las pijaditas: yo corto de café, yo café americano, yo descafeinado de sobre, yo descafeinado de máquina, el mío con leche desnatada, el mío con leche de soja... Por eso cuando, después de mucho tiempo, me reuní con algunos compañeros del comité de Empresa, pisé territorio conocido, volví a Ítaca. Los tres pedimos un café con leche (bueno yo también una tostada porque era mi primer desayuno), sin complicaciones, sin edulcorantes. Los tres pensamos lo mismo sobre la situación política, los tres supimos dejar hablar y escuchar sin tener que demostrar nuestra poca o mucha erudición. Nadie consultó el móvil. No fuimos políticamente correctos, a ninguno nos gusta el verbo empoderar. Volvimos a reír recordando lo vivido.
Con ellos podría tomar todos los días un café con leche.