Leí el artículo de Muñoz Molina La narración ilimitada sobre las novelas de Don Winslow e inmediatamente rescaté del olvido La frontera, que había arrinconado solo por su portada y por el excesivo número de páginas. Su lectura me ha parecido apasionante, porque cuenta con un estilo preciso y claro, no exento de poesía, lo que hay detrás de las noticias que nos llegan de EEUU y de México sobre el narcotráfico, como la muerte de los 43 estudiantes desaparecidos en Iguala. Debo confesar que en algunas ocasiones tuve que abandonar la lectura, impactada por el relato.
Winslow, tras años de investigación, traza con precisión el camino del dinero desde los campos de amapolas de Sinaloa y Jalisco hasta los despachos de Washington y Wall Street. En medio, un gigantesco mosaico social en el que tienen voz propia narcos y yonquis, políticos y camellos, policías e informantes. El narcotráfico ha propiciado la aparición de grandes capos y ha poblado el escenario de asesinos psicópatas; ha causado la muerte violenta de centenares de periodistas comprometidos, de más de cien mil mexicanos y decenas de miles de estadounidenses en tiroteos o por adicción a sustancias como el crack o la heroína. Además, ha marcado la política de EEUU al más alto nivel (con la aparición de convincentes trasuntos de Donald Trump, John Dennison en la novela, y su yerno). Todos acaban, de una u otra manera, con las manos manchadas de sangre porque en esta trama de intereses económicos la vida no vale nada. Un mosaico compuesto por varios hilos narrativos, cada uno de ellos centrado en un personaje diferente, reconocible o anónimo, que nos transmite la realidad del día a día de los afectados por estas organizaciones criminales. Resulta sobrecogedora la historia del joven Nico que huye de Guatemala para tratar de vivir con sus tíos en Nueva York y cae en otro de los negocios generados por el narcotráfico: los correccionales y las cárceles.