Irantzu Varela nació en Portugalete (Vizcaya) en 1974. Periodista y activista feminista desde hace muchos años, es conocida por su
microespacio feminista en La Tuerka, llamado El Tornillo. Sus vídeos se
encuentran en la web de la cadena, en Público TV o en Youtube. En ellos vemos
como semanalmente con mucho humor aborda en cuestión de cinco minutos, un tema específico sobre
feminismo, que puede ir desde la custodia compartida, hasta una crítica al
machismo en los medios de comunicación, pasando por una protesta a los cánones
de belleza que impone el patriarcado. “Yo creo que como dice Simone de Beauvoir
que mujer no se nace, sino que se hace a través de un proceso de socialización
que te impone cómo debes vivir; lo que se considera feminidad en esta
sociedad”.
Regalar es un arte y regalar arte lo es aún más. Siempre me acuerdo de la anécdota que contaba Agustín, un
compañero de instituto, para ejemplificar los regalos envenenados. Un amigo
suyo pintor les regaló un cuadro. No les gustaba y, después de ponerlo en un
pasillo, decidieron bajarlo al trastero. El problema era que ese amigo los
visitaba una vez al año y estaban obligados a subirlo, hasta que se les olvidó
y pasaron el momento más vergonzoso de su vida. Esto pasó mucho antes de que en
la película francesa Dios mío, ¿pero qué
te hemos hecho? (2014), en una escena hilarante los padres de Ségolene, artista plástica, casada con un banquero chino, hicieran exactamente lo
mismo que mi amigo Agustín.
A mí, que solo soy aprendiza, me ha ocurrido algo parecido al revés. Se casaba la hija de mi mejor amiga y, como tenía de todo, decidí
regalarle un cuadro hecho por mí a propósito que me llevó algunas horas y que me parecía moderno y colorista, de acuerdo con la personalidad de la regalada. Y cuál fue mi sorpresa cuando su
madre me contó que no era del agrado del novio y que no lo iban a colgar en su
casa. No sé si agradecer tanta
sinceridad. Ahora me explico por qué tengo mis paredes llenas de óleos
pintados por mí.
Aunque borró de su mente
la relación que mantuvo con el que no puede ser nombrado, no le costaba
reconocerlo cuando sus amigos hablaban de él y lo lo enmascaraban con el
colectivo "los de matemáticas". El eufemismo siempre acaba
contaminándose del nombre al que sustituye. Tal vez en la decisión influyera
que, en los primeros tiempos de la ruptura, ella les dijo que no quería saber
nada de él, que no lo nombraran, que era como si estuviese muerto. Pero se
equivocó, a un muerto se le recuerda, no se le borra del mapa, no se le niega
la existencia. El innombrable, un sicópata emocional, entró en su vida hecho polvo, con un
trabajo alienador, recién separado con un hijo, para volcarle sus problemas. Aligeró su mochila para salir reforzado con la autoestima por las nubes,
mientras que ella terminó exhausta, aplastada por el malestar. Actuó como un
vampiro, en poco tiempo se adueñó de ella y de su entorno. Fue su
peor amante y el amigo más inepto. A un mentiroso se le ve a la legua; pero, a
un actor, henchido de amor propio que interpreta sentimientos para enmascarar
su falta de empatía, cuesta más desenmascararlo. Tiempo cruel, de pesadilla,
del que afortunadamente no quedan ni recuerdos, ni cicatrices. ¿Quién se
acuerda del aire fétido que entra por la ventanilla? ¿Y de esos zapatos que te
destrozaron los pies y tiraste a la basura? El que no tiene nombre no existió,
ni existe.
Para una urbanita como yo, que cultiva la jardinería en macetas, los problemas siempre vienen con la fauna que acompaña a las plantas: hormigas, orugas y pájaros. En primavera comienzan las invasiones de los gorriones y los mirlos. Me gustan los gorriones porque son graciosos,
pequeños y vivaces. La costumbre de alimentarlos la he heredado de mi madre y de mi abuela que siempre guardaban miguitas de pan para dárselas. A veces vienen danzando con sus crías por la barandilla. Como casi están desapareciendo, les dejo que se alimenten de los
nísperos aunque acaben diezmándolos. Son listos y van directamente al grano. En cambio, me desagradan los mirlos, grandes y torpes, que los están reemplazando. Con su pico excavadora de color naranja horadan toda la
tierra de las macetas en busca de comida y lo dejan todo perdido. Hoy uno se ha
despistado y se ha metido en una habitación. Se ha puesto nervioso, no sabía
cómo salir, y se ha dado golpes contra el cristal de la ventana. Parecía un cuervo de mal agüero aleteando frenéticamente. Nos hemos cagado los dos, él literalmente en una
pared blanca y yo metafóricamente del susto con miedo a que se revolviese
contra mí. Ha dejado un chapapote que me ha costado quitar. Ahora tendré que
ser más cuidadosa y no dejar ninguna ventana abierta. Que quede claro que mi invasor era más grande que el que aparece en la foto.
Cuando oí por primera
vez la expresión "cacoethes loquendi" me quedé prendada de ella. Como tengo una
ligera dislexia y tiendo a cambiar de sitio las sílabas y letras que oigo o
escribo por primera vez (además de que si no sé una cosa, me la invento), en mi
cabeza se quedó grabada como "cacahuetes para los loros" o "cacatúas".
Para mayor
claridad, después de consultar con un experto, dejo aquí sus sabias palabras:
"Cacoethes es una palabra latina tomada del griego y formada por kakós 'malo' y êthos 'modo de ser, carácter' y significa 'mala costumbre, manía'; loquendi y scribendi son genitivos de gerundio; por tanto, cacoethes loquendi significa 'manía de hablar' y cacoethes scribendi 'manía de escribir'.En "Diccionario
de expresiones y frases latinas" de Herrero Llorente (Gredos, varias
ediciones) están recogidas las dos
frases. La expresión cacoethes scribendi está en Juvenal (s.II d.C.), Sátira VII
52: insanabile scribendi cacoethes
'incurable manía de escribir' (esa sátira está dedicada a la mala situación de
los escritores, en su época como en todas). La palabra cacoethes aparece también
en otros autores latinos, y ya antes en los griegos. No he encontrado citas de c. loquendi en
autores antiguos latinos; pero la expresión está en el latín culto moderno, y
puede ser (digo yo) de origen medieval o humanista, quizá creada a partir del
verso de Juvenal".
Esta fiebre u obsesión por hablar o escribir es irrefrenable y afecta sobre todo a los escritores y a aspirantes a serlo. Nada que ver (eso espero) con la grafomanía, enfermedad mental que se expresa en la pasión de una persona para escribir sin habilidades literarias. Pensándolo bien, prefiero padecer verborrea antes que gonorrea y grafomanía antes que ninfomanía.
Los profesores no dejamos nunca de serlo. Mientras yo les
explicaba a mis colegas jubilados el relato de Elsa Bornemann Mil grullas y la
actividad tan interesante que hice con mis alumnos en clase, Juan Bautista
realizaba con movimientos sabios y precisos una grulla en papel verde. ¡Cuánta belleza puede salir de unas manos delicadas! Hoy he
recibido esta hermosa reflexión sobre la figura mítica de la grulla en la
cultura nipona.
LAS MIL GRULLAS
La grulla es la figura más famosa y más
mítica de la papiroflexia mundial (lo que llaman origami en japonés). Tiene un
origen tradicional, lleva siglos haciéndose en Japón. Igual que la pajarita en
España, otra figura mítica para nosotros, tradicional y ya citada por
escritores desde hace siglos. La grulla se difundió por todo el mundo a lo
largo del siglo XX, como se difundió toda la papiroflexia tradicional de cada
zona al resto del mundo.
Había en Japón una leyenda según la cual
plegar una grulla produce un efecto beneficioso, se cumple un deseo del
corazón, y regalarlas es transmitir un deseo. Estas grullas se pueden colgar del
techo insertadas en un hilo, como las cuentas de un collar, en un grupo de
cinco, número básico en la cultura japonesa. No en vano tenemos cinco dedos.
Nosotros al comprar vasos, platos o huevos, los compramos de seis en seis, el 6
es un número básico en nuestra cultura. En Japón es el número 5.
Pero si se doblan mil grullas, se
consigue un deseo importante, como la curación de una enfermedad o una larga
vida. Las mil grullas se van insertando en hilos, y las ristras se apilan o se
cuelgan juntas, en número par, por ejemplo 50 de 20 grullas, o 40 de 25,
formando un tapiz multicolor, que recibe el nombre se "senbazuru", lo
que significa exactamente "mil grullas". Es un valioso presente para
un recién nacido, o para un profesor hospitalizado, realizado colectivamente por
los alumnos. (En Japón es muy valorada la profesión de maestro. Toda la
población, excepto los profesores, está obligada por tradición a inclinar la
cabeza ante el Emperador).
La realización colectiva es una actividad
muy emotiva. La noche posterior al tsunami de marzo de 2011, en la casa de Japón
en Madrid se juntaron docenas de aficionados para plegar grullas durante horas.
Es un acto teñido de espiritualidad, algo parecido al rezo en las religiones
mediterráneas.
En 1945 Sadako Sasaki, una niña de dos
años, que vivía cerca de Hiroshima, sufrió los efectos de la radiación de la
bomba atómica. Diez años después, como muchas otras personas, y más los niños,
desarrolló una leucemia maligna. Sadako en el hospital comenzó a plegar
grullas, esperando llegar a 1000, y esperando su curación. Lo difícil era
conseguir el papel, utilizaba envoltorios de todo tipo, sus amigos le traían
papel, pero solo consiguió 644. Sus compañeras de colegio completaron las 1000
grullas y la enterraron con ellas. La historia de Sadako se difundió mucho y se
hizo muy popular, hoy diríamos viral, y ha dado pie a documentales, cuentos, e
incluso hay un monumento a Sadako en el parque de Hiroshima. Hoy día, más de
sesenta años después de su muerte, siguen llegando cada día a la tumba de
Sadako grullas realizadas por escolares de todo el mundo.
La grulla se ha convertido, a partir de
esta historia, en un símbolo de la paz mundial, en un referente para los
movimientos pacifistas. Cada vez que plegamos una grulla estamos contribuyendo
un poquito a la paz mundial. Y si la regalamos, estamos transmitiendo un deseo,
un sentimiento de solidaridad, de hermandad entre los seres humanos.
Realizar una grulla es muy fácil, solo son
diecisiete pliegues. Hoy con vídeos, o mejor con un amigo al lado que te dirija,
es muy fácil. Busca un cuadrado de papel, y... anímate.