Aunque borró de su mente
la relación que mantuvo con el que no puede ser nombrado, no le costaba
reconocerlo cuando sus amigos hablaban de él y lo lo enmascaraban con el
colectivo "los de matemáticas". El eufemismo siempre acaba
contaminándose del nombre al que sustituye. Tal vez en la decisión influyera
que, en los primeros tiempos de la ruptura, ella les dijo que no quería saber
nada de él, que no lo nombraran, que era como si estuviese muerto. Pero se
equivocó, a un muerto se le recuerda, no se le borra del mapa, no se le niega
la existencia. El innombrable, un sicópata emocional, entró en su vida hecho polvo, con un
trabajo alienador, recién separado con un hijo, para volcarle sus problemas. Aligeró su mochila para salir reforzado con la autoestima por las nubes,
mientras que ella terminó exhausta, aplastada por el malestar. Actuó como un
vampiro, en poco tiempo se adueñó de ella y de su entorno. Fue su
peor amante y el amigo más inepto. A un mentiroso se le ve a la legua; pero, a
un actor, henchido de amor propio que interpreta sentimientos para enmascarar
su falta de empatía, cuesta más desenmascararlo. Tiempo cruel, de pesadilla,
del que afortunadamente no quedan ni recuerdos, ni cicatrices. ¿Quién se
acuerda del aire fétido que entra por la ventanilla? ¿Y de esos zapatos que te
destrozaron los pies y tiraste a la basura? El que no tiene nombre no existió,
ni existe.
domingo, 30 de abril de 2017
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