Para una urbanita como yo, que cultiva la jardinería en macetas, los problemas siempre vienen con la fauna que acompaña a las plantas: hormigas, orugas y pájaros. En primavera comienzan las invasiones de los gorriones y los mirlos. Me gustan los gorriones porque son graciosos,
pequeños y vivaces. La costumbre de alimentarlos la he heredado de mi madre y de mi abuela que siempre guardaban miguitas de pan para dárselas. A veces vienen danzando con sus crías por la barandilla. Como casi están desapareciendo, les dejo que se alimenten de los
nísperos aunque acaben diezmándolos. Son listos y van directamente al grano. En cambio, me desagradan los mirlos, grandes y torpes, que los están reemplazando. Con su pico excavadora de color naranja horadan toda la
tierra de las macetas en busca de comida y lo dejan todo perdido. Hoy uno se ha
despistado y se ha metido en una habitación. Se ha puesto nervioso, no sabía
cómo salir, y se ha dado golpes contra el cristal de la ventana. Parecía un cuervo de mal agüero aleteando frenéticamente. Nos hemos cagado los dos, él literalmente en una
pared blanca y yo metafóricamente del susto con miedo a que se revolviese
contra mí. Ha dejado un chapapote que me ha costado quitar. Ahora tendré que
ser más cuidadosa y no dejar ninguna ventana abierta. Que quede claro que mi invasor era más grande que el que aparece en la foto.
miércoles, 26 de abril de 2017
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