Siempre había sido
una niña torpe, calculaba mal las distancias, tropezaba y se caía dentro y
fuera de casa. Dentro, realizaba vuelos
sin motor al salir de la bañera, le bastaba con que una esquina de una alfombra
estuviera levantada o que el edredón de la cama cayera en el suelo para perder
el equilibrio; se despeñaba al bajar de una escalera de mano después de poner los
visillos. Fuera, la punta de su zapato se quedaba encasquillada en el borde de
cualquier baldosa mal puesta o de un alcorque; resbalaba sobre la única hoja
que conservaba el rocío de la mañana; se deslizaba si había agua en el suelo;
perdía el equilibrio en los autobuses. Y esto le ocurría tanto si iba sola o
acompañada. Con el tiempo y con el miedo a las caídas y a los esguinces, fue
siendo más precavida e intentó pisar firme. Cambió su calzado, dejó los zapatos
de tacón y buscó zapatos planos con suela antideslizante. Pero inexplicablemente,
solo consiguió que su pisada se hiciera más firme y a la vez más resbaladiza. Por eso no podía soportar los vídeos,
supuestamente graciosos, de las caídas torpes de seres anónimos que inundaban
las redes sociales, porque siempre se preguntaba si el protagonista se habría
roto algo, si habría acabado en el hospital, cómo se las apañaría después, cómo
habría sido su rehabilitación. Mientras los demás reían, ella sufría. Ahora
estaba viendo la tele sentada en una silla de ruedas alquilada. Su última caída
más dura había sido en el metro cuando trastabilló con su propia pierna y se
rompió el fémur. ¡Menos mal que fue a la
ida del curso de cata de vinos y no fue a la vuelta!, se decía mientras
intentaba no venirse abajo.
viernes, 16 de diciembre de 2016
miércoles, 14 de diciembre de 2016
lunes, 12 de diciembre de 2016
La sombra de la muerte, Encarnación García Amo
El
libro de Encarnación García Amo llegó por casualidad a mis manos y me recordó
que coincidimos en el IES Juana de Castilla, donde hice una sustitución de tres
meses muy agradables a pesar de estar estudiando entonces las oposiciones. Cuando
llegué al IES, situado en el barrio de Moratalaz en Madrid, me llamó la
atención su nombre y el porqué de este. El instituto pasó de llamarse Moratalaz
IV- Fontarrón a Juana de Castilla en 1991, antes se barajaron otros nombres:
Moratín, El Bosco, Mozart, Esfera Armilar, pero la propuesta de Juana de
Castilla salió vencedora en el Consejo Escolar como una reivindicación de los perdedores
en general, y de la mujer, en particular. La propuesta fue realizada por un
profesor que había estado muchos años en el IES Isabel la Católica y que
recordaba a un compañero que, en la vorágine de la transición, había fantaseado
con la idea de que se cambiase el nombre de Isabel, usurpadora al trono, por la
vilipendiada, postergada y maltratada Juana. La
madrileña Juana de Castilla, conocida como Juana La Beltraneja (1462-1530) fue
hija de Enrique IV de Castilla y de su segunda esposa Juana de Portugal. El
apodo fue difundido por los adversarios de su padre quienes, con el fin de
desprestigiarla y alejarla del poder, aseguraron que era fruto de una relación
secreta de su madre con Beltrán de la Cueva. Hasta su muerte, Juana firmó todos sus documentos como “Yo,
la Reina”. Sus restos desaparecieron tras el
terremoto de Lisboa y nunca sabremos si fue realmente hija biológica de Enrique
IV. No confundir por tanto con su prima, Juana I de Castilla, apodada la
Loca, hija de Isabel.
La Sombra de
la muerte (Dossoles, Burgos, 2013) es una novela histórica, muy bien
documentada, cuya acción precisamente transcurre en el año 1482, terminada la
guerra civil, con Isabel I instalada en el trono y su sobrina Juana de Castilla
encerrada en un monasterio en Portugal, en pleno despegue económico y artístico
del reino. Nos cuenta las
peripecias de una doncella, Eguzkilore (Flor del Sol), recién salida del
convento en busca de su identidad, en un viaje iniciático desde Burgos hasta
Zamora. A la pobre huérfana, la siguen dos enamorados con un oscuro pasado,
mientras sobre ellos planea inexorable la sombra de la muerte que va dejando un
rastro de asesinatos. En el trayecto, la jovencita inocente se convertirá en
una mujer que quiere vivir su vida, desarrollar el oficio de pintora, aprender
cosas y no depender de nadie. El descubrimiento de la pintora Teresa Díez y la
ayuda de Doña Mencía de Mendoza y Figueroa, mecenas y coleccionista de arte, la
empujarán en su vocación. En este apasionante paseo literario y artístico por
tierras castellanas, se mezclan personajes reales y ficticios, se plantea la
sempiterna lucha entre el bien y el mal junto con elementos maravillosos; pero,
sobre todo, se reivindica el papel de las mujeres, a las que la historia ha silenciado o colocado en un segundo plano, al mismo tiempo que da voz a los personajes
perdedores, porque la historia se puede escribir de otra manera.
Tal vez la
única crítica que se puede hacer es que la intriga es mínima, la acción muy
lenta y, a veces repetitiva, cargada de diálogos. Sí la novela se aligerase en menos
páginas, con una pizca de humor y mayor tensión sexual, podría convertirse en una
obra para el gran público que leerían con mucho interés los alumnos jóvenes del
instituto.
viernes, 9 de diciembre de 2016
Después de la tormenta, película japonesa
¿Estás contento con la vida que llevas? ¿Qué te hubiese
gustado ser? Esas son las preguntas que se plantea la película japonesa. Muy
pocos somos lo que quisimos ser, no
vivimos a la altura de las expectativas creadas, todos soportamos un fracaso,
el desencanto de mirarnos al espejo y reprobar su reflejo, la melancolía y la
nostalgia de tiempos pasados. Los
personajes "Están abrumados por una realidad sin esperanza, pero son
incapaces de deshacerse de sus sueños", explica el director Koreeda, "por
eso no consiguen alcanzar la felicidad".
La trama se centra en las vicisitudes cotidianas de una
familia desestructurada de clase media. El padre, escritor en crisis, trabaja
como detective privado y dedica su tiempo al juego, demasiado orgulloso para
escribir obras menores, demasiado holgazán para escribir otra novela. Persigue
a su exmujer, que trata de rehacer su vida con otro hombre, y pretende recuperar
a su hijo al que ve una vez al mes. Protegiéndole, su madre, sabia y feliz de
haber enviudado de un hombre tan parecido a su hijo, su hermana y sus
compañeros.
Marido y mujer se diferencian tanto como el óleo y la
acuarela; en un diálogo se explica que las
mujeres tapan lo ya pintado, cubren las relaciones anteriores empezando desde
cero, olvidando lo sentido, mientras que los hombres, más anárquicos en el uso
de sus pinturas, son acuarelas que no terminan de borrar lo vivido, que no son
capaces de empezar como si el lienzo jamás hubiese estado ya pintado. Y en eso
llega la tormenta que pondrá paz porque la vida merece la pena a pesar
de todo.
Por tanto, una película costumbrista que nos habla de las
relaciones cotidianas y no por eso sencillas, que nos invita a jugar al azar
aunque los sueños sean imposibles, que empieza mejor que acaba, porque el final
es especialmente lento. Sorprenden sus actores de rasgos occidentales, sobre
todo el protagonista Hiroshi Abe con su 1,90 de altura.
Respecto a las preguntas iniciales, me da miedo responder. Tal vez en otra entrada.
Respecto a las preguntas iniciales, me da miedo responder. Tal vez en otra entrada.
jueves, 8 de diciembre de 2016
Rara avis
Rara avis es una expresión latina que significa ‘ave desconocida y rara’ y se aplica a una persona o cosa que se consideran poco comunes o por tener alguna característica que las diferencia de las demás de su misma especie. También decimos que algo o alguien es más raro que un perro verde para indicar que nos parece poco común.
Los viajes
Antes me gustaban mucho los viajes; pero ahora, cada vez que vuelvo de uno, me digo inútilmente que nunca más lo volveré a hacer. Odio hacer la maleta, la espera en Barajas, la incertidumbre de la compañía, compartir habitación, pelear con el insomnio en territorio desconocido, luchar con mi desconocimiento del inglés, bregar contra mi espíritu hipercrítico que me hace ver problemas donde los demás no los ven, mi sentido del ridículo en las cenas folclóricas a las que son tan aficionados. Me siento ajena a las alegrías de los turistas y próxima a sus debilidades. Lucho contra el deseo de fusionarme con la mayoría y las pocas de ganas de relacionarme, experimento al mismo tiempo el deseo de evasión y el deseo de fusión. Además, nunca me gusta volver a los sitios donde fui feliz porque me acuerdo de mis compañeros de viaje ya desaparecidos. Lo único bueno, la vuelta. ¡Qué bien se está en casa leyendo lejos del mundanal ruido! Los mejores viajes son siempre los de la imaginación.
Asignaturas pendientes
Soy muy cabezota y me empeño en luchar en batallas perdidas de antemano y en aventuras imposibles. Tengo muchas asignaturas pendientes, las más importantes: el inglés, el carné de conducir y la máquina de coser.
Me he apuntado a mil cursos de inglés y ha sido imposible. Voy a las películas de versión original en un intento vano de conseguir aprender. Me resulta tan difícil como imitar un acento o cantar. Entiendo algo porque he aprendido vocabulario, pero me paralizo a la hora de hablar.
Nunca me saqué el carné de conducir porque me da miedo la velocidad hasta yendo en bici y me pongo nerviosa ante el ruido de los cláxones. Como no veo bien, tengo astigmatismo, soy incapaz de calcular las distancias o de leer los carteles. Me despisto con un color, un árbol o una tienda nueva.
Harta de pedir favores para las cosas más nimias de costura, el año
pasado fui por fin a aprender a coser a máquina. No logré hacerme con el
pedal ni seguir una línea recta.
Fotos no
No me gustan las fotos desde nunca. Me hicieron pocas de
pequeña porque a mis padres tampoco les gustaban y eso que les regalaron por su
boda una máquina alemana estupenda que todavía está en uso. De adolescente me
las apañaba para no salir en ellas y de mayor huyo como de la peste. No creo
que la cámara absorba mi alma, pero su presencia desencadena en mí una fobia insufrible. Supongo que la razón es
muy simple, no me gusto, salgo con una expresión extraña y no me
reconozco en la imagen. La verdad es que también huyo de los espejos. Por eso he sustituido mi foto en el blog por
un monigote infantil de Poco-Yo. Tampoco entiendo la manía de los “selfies” ni la
obsesión de algunas personas por hacerse fotos continuamente adoptando poses
estudiadas, que impiden disfrutar de los momentos únicos e irrepetibles. Sé que esto está en
contradicción con el gusto por las fotos antiguas en blanco y negro que me enternecen. Pero la vida es así, llena de
contradicciones. Y a mí, estas rarezas me parecen de lo más normales. Mi abuelo Emilio, que siempre estaba de buen humor y no se peleaba con nadie, siempre decía que, si todo el mundo fuese igual, esta vida sería una balsa de aceite*, muy aburrida.Fotos no
Me temo que tengo más fobias: a los dentistas, a los chistes, a los regalos, a las navidades, a la gimnasia, a las compras, a llamar por teléfono, a los lugares comunes, a los gritos, a las amistades tóxicas, a los albañiles, a los leguleyos, a hablar en público, a decir a las personas que las quiero, a ir de copiloto, a interpretar un mapa...
*Balsa de aceite, expresión que se usa para describir una situación caracterizada por su tranquilidad y carencia de problemas, metáfora que hace relación a la manera en que se comporta una balsa de aceite cuando se agita su superficie, la alta densidad del líquido hace que permanezca en calma.
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Equipaje profesora,
fruslerías,
semántica
martes, 29 de noviembre de 2016
Llevar tijeras en el Ave
Ahora estoy mirando la información de Renfe respecto a los
equipajes y no veo en ningún lado que diga lo de las tijeras punzantes como figura en la normativa de los aviones. Tampoco entiendo que, si esa normativa
existe, no se hubiese aplicado a la salida en Atocha.
Historia de una pasión (Emily Dikinson, la dulce solterona)
Sabía poco de la escritora Emily Dickinson (Massachusetts
1830-1886), que apenas publicó obra en vida y que permaneció soltera y aislada
del mundo dedicándose a hacer pasteles y a escribir poemas, que fueron
admirados posteriormente por la crítica. Emily pertenecía a una buena familia,
había accedido a la educación y admiraba a las
hermanas Brönte. Por tanto, aparentemente, es un ejemplo claro de solterona, criatura
desvalida y extravagante, decepcionada con el amor, que se rinde ante la vida,
arquetipo literario que he tratado en la entrada anterior.
Pero la película Historia
de una pasión de Terence Daves, muy bien documentada, nos ofrece el retrato
de una mujer rebelde y apasionada que eligió voluntariamente su forma de vida y
su negativa a contraer matrimonio. Aunque
pasó retirada en su hogar gran parte de su vida, tuvo una vida interior mucho
más intensa que la los que llevan una vida social activa. Una mujer inteligente, excéntrica y
contradictoria, rebelde y puritana, enamorada de hombres y mujeres, que mantuvo
grandes amistades y que se fue alejando poco a poco de la vida, sobre todo a
medida que fue enfermando, para dedicarse a una frenética actividad literaria
en su habitación propia (espacio de respeto y libertad), corrigiendo,
experimentando, haciendo listas de palabras, fabricando varias versiones del mismo
poema, pasando en limpio e investigando con el lenguaje. En su última etapa
huía de la gente que aparecía por su casa, hablaba con los visitantes a través
de las puertas. La dulce solterona,
como la llamaban algunos, la reina reclusa, la
dama de Amherst, nos legó en la belleza de sus verso su voz singular, centrada
en ella misma, en su soledad y en su manera de entender el mundo.
La película es bellísima y dura, llena de travellings y elipsis que entronca con esta tradición artística de la pintura y el cine de
interiores tan típica del centro y el norte de Europa (Dreyer y Bergman).
Sorprende la escena de los daguerrotipos donde vemos uno a uno a los personajes
principales, sentados para un retrato, y, a medida que la cámara avanza,
implacable como el paso del tiempo, sus rostros se van transformando
lentamente, hasta que nos damos cuenta de que han cambiado los actores. Por
cierto, la película es inglesa aunque sus principales actores sean americanos; la actriz principal, Cynthia Nixon, una de las
protagonistas de Sexo en Nueva York; el padre de la misma, un envejecido Keith
Carradine, el actor que cantó la canción "I'm Easy" en la película Nashville con la que ganó en 1975 el
Óscar. ¡Dios, cómo envejecemos!
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