lunes, 12 de diciembre de 2016

La sombra de la muerte, Encarnación García Amo

El libro de Encarnación García Amo llegó por casualidad a mis manos y me recordó que coincidimos en el IES Juana de Castilla, donde hice una sustitución de tres meses muy agradables a pesar de estar estudiando entonces las oposiciones. Cuando llegué al IES, situado en el barrio de Moratalaz en Madrid, me llamó la atención su nombre y el porqué de este. El instituto pasó de llamarse Moratalaz IV- Fontarrón a Juana de Castilla en 1991, antes se barajaron otros nombres: Moratín, El Bosco, Mozart, Esfera Armilar, pero la propuesta de Juana de Castilla salió vencedora en el Consejo Escolar como una reivindicación de los perdedores en general, y de la mujer, en particular. La propuesta fue realizada por un profesor que había estado muchos años en el IES Isabel la Católica y que recordaba a un compañero que, en la vorágine de la transición, había fantaseado con la idea de que se cambiase el nombre de Isabel, usurpadora al trono, por la vilipendiada, postergada y maltratada Juana. La madrileña Juana de Castilla, conocida como Juana La Beltraneja (1462-1530) fue hija de Enrique IV de Castilla y de su segunda esposa Juana de Portugal. El apodo fue difundido por los adversarios de su padre quienes, con el fin de desprestigiarla y alejarla del poder, aseguraron que era fruto de una relación secreta de su madre con Beltrán de la Cueva. Hasta su muerte, Juana firmó todos sus documentos como “Yo, la Reina”. Sus restos desaparecieron tras el terremoto de Lisboa y nunca sabremos si fue realmente hija biológica de Enrique IV. No confundir por tanto con su prima, Juana I de Castilla, apodada la Loca, hija de Isabel.
La Sombra de la muerte (Dossoles, Burgos, 2013) es una novela histórica, muy bien documentada, cuya acción precisamente transcurre en el año 1482, terminada la guerra civil, con Isabel I instalada en el trono y su sobrina Juana de Castilla encerrada en un monasterio en Portugal, en pleno despegue económico y artístico del reino. Nos cuenta las peripecias de una doncella, Eguzkilore (Flor del Sol), recién salida del convento en busca de su identidad, en un viaje iniciático desde Burgos hasta Zamora. A la pobre huérfana, la siguen dos enamorados con un oscuro pasado, mientras sobre ellos planea inexorable la sombra de la muerte que va dejando un rastro de asesinatos. En el trayecto, la jovencita inocente se convertirá en una mujer que quiere vivir su vida, desarrollar el oficio de pintora, aprender cosas y no depender de nadie. El descubrimiento de la pintora Teresa Díez y la ayuda de Doña Mencía de Mendoza y Figueroa, mecenas y coleccionista de arte, la empujarán en su vocación. En este apasionante paseo literario y artístico por tierras castellanas, se mezclan personajes reales y ficticios, se plantea la sempiterna lucha entre el bien y el mal junto con elementos maravillosos; pero, sobre todo, se reivindica el papel de las mujeres, a las que la historia ha silenciado o colocado en un segundo plano, al mismo tiempo que da voz a los personajes perdedores, porque la historia se puede escribir de otra manera.
Tal vez la única crítica que se puede hacer es que la intriga es mínima, la acción muy lenta y, a veces repetitiva, cargada de diálogos. Sí la novela se aligerase en menos páginas, con una pizca de humor y mayor tensión sexual, podría convertirse en una obra para el gran público que leerían con mucho interés los alumnos jóvenes del instituto. 

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