miércoles, 14 de diciembre de 2016
lunes, 12 de diciembre de 2016
La sombra de la muerte, Encarnación García Amo
El
libro de Encarnación García Amo llegó por casualidad a mis manos y me recordó
que coincidimos en el IES Juana de Castilla, donde hice una sustitución de tres
meses muy agradables a pesar de estar estudiando entonces las oposiciones. Cuando
llegué al IES, situado en el barrio de Moratalaz en Madrid, me llamó la
atención su nombre y el porqué de este. El instituto pasó de llamarse Moratalaz
IV- Fontarrón a Juana de Castilla en 1991, antes se barajaron otros nombres:
Moratín, El Bosco, Mozart, Esfera Armilar, pero la propuesta de Juana de
Castilla salió vencedora en el Consejo Escolar como una reivindicación de los perdedores
en general, y de la mujer, en particular. La propuesta fue realizada por un
profesor que había estado muchos años en el IES Isabel la Católica y que
recordaba a un compañero que, en la vorágine de la transición, había fantaseado
con la idea de que se cambiase el nombre de Isabel, usurpadora al trono, por la
vilipendiada, postergada y maltratada Juana. La
madrileña Juana de Castilla, conocida como Juana La Beltraneja (1462-1530) fue
hija de Enrique IV de Castilla y de su segunda esposa Juana de Portugal. El
apodo fue difundido por los adversarios de su padre quienes, con el fin de
desprestigiarla y alejarla del poder, aseguraron que era fruto de una relación
secreta de su madre con Beltrán de la Cueva. Hasta su muerte, Juana firmó todos sus documentos como “Yo,
la Reina”. Sus restos desaparecieron tras el
terremoto de Lisboa y nunca sabremos si fue realmente hija biológica de Enrique
IV. No confundir por tanto con su prima, Juana I de Castilla, apodada la
Loca, hija de Isabel.
La Sombra de
la muerte (Dossoles, Burgos, 2013) es una novela histórica, muy bien
documentada, cuya acción precisamente transcurre en el año 1482, terminada la
guerra civil, con Isabel I instalada en el trono y su sobrina Juana de Castilla
encerrada en un monasterio en Portugal, en pleno despegue económico y artístico
del reino. Nos cuenta las
peripecias de una doncella, Eguzkilore (Flor del Sol), recién salida del
convento en busca de su identidad, en un viaje iniciático desde Burgos hasta
Zamora. A la pobre huérfana, la siguen dos enamorados con un oscuro pasado,
mientras sobre ellos planea inexorable la sombra de la muerte que va dejando un
rastro de asesinatos. En el trayecto, la jovencita inocente se convertirá en
una mujer que quiere vivir su vida, desarrollar el oficio de pintora, aprender
cosas y no depender de nadie. El descubrimiento de la pintora Teresa Díez y la
ayuda de Doña Mencía de Mendoza y Figueroa, mecenas y coleccionista de arte, la
empujarán en su vocación. En este apasionante paseo literario y artístico por
tierras castellanas, se mezclan personajes reales y ficticios, se plantea la
sempiterna lucha entre el bien y el mal junto con elementos maravillosos; pero,
sobre todo, se reivindica el papel de las mujeres, a las que la historia ha silenciado o colocado en un segundo plano, al mismo tiempo que da voz a los personajes
perdedores, porque la historia se puede escribir de otra manera.
Tal vez la
única crítica que se puede hacer es que la intriga es mínima, la acción muy
lenta y, a veces repetitiva, cargada de diálogos. Sí la novela se aligerase en menos
páginas, con una pizca de humor y mayor tensión sexual, podría convertirse en una
obra para el gran público que leerían con mucho interés los alumnos jóvenes del
instituto.
viernes, 9 de diciembre de 2016
Después de la tormenta, película japonesa
¿Estás contento con la vida que llevas? ¿Qué te hubiese
gustado ser? Esas son las preguntas que se plantea la película japonesa. Muy
pocos somos lo que quisimos ser, no
vivimos a la altura de las expectativas creadas, todos soportamos un fracaso,
el desencanto de mirarnos al espejo y reprobar su reflejo, la melancolía y la
nostalgia de tiempos pasados. Los
personajes "Están abrumados por una realidad sin esperanza, pero son
incapaces de deshacerse de sus sueños", explica el director Koreeda, "por
eso no consiguen alcanzar la felicidad".
La trama se centra en las vicisitudes cotidianas de una
familia desestructurada de clase media. El padre, escritor en crisis, trabaja
como detective privado y dedica su tiempo al juego, demasiado orgulloso para
escribir obras menores, demasiado holgazán para escribir otra novela. Persigue
a su exmujer, que trata de rehacer su vida con otro hombre, y pretende recuperar
a su hijo al que ve una vez al mes. Protegiéndole, su madre, sabia y feliz de
haber enviudado de un hombre tan parecido a su hijo, su hermana y sus
compañeros.
Marido y mujer se diferencian tanto como el óleo y la
acuarela; en un diálogo se explica que las
mujeres tapan lo ya pintado, cubren las relaciones anteriores empezando desde
cero, olvidando lo sentido, mientras que los hombres, más anárquicos en el uso
de sus pinturas, son acuarelas que no terminan de borrar lo vivido, que no son
capaces de empezar como si el lienzo jamás hubiese estado ya pintado. Y en eso
llega la tormenta que pondrá paz porque la vida merece la pena a pesar
de todo.
Por tanto, una película costumbrista que nos habla de las
relaciones cotidianas y no por eso sencillas, que nos invita a jugar al azar
aunque los sueños sean imposibles, que empieza mejor que acaba, porque el final
es especialmente lento. Sorprenden sus actores de rasgos occidentales, sobre
todo el protagonista Hiroshi Abe con su 1,90 de altura.
Respecto a las preguntas iniciales, me da miedo responder. Tal vez en otra entrada.
Respecto a las preguntas iniciales, me da miedo responder. Tal vez en otra entrada.
jueves, 8 de diciembre de 2016
Rara avis
Rara avis es una expresión latina que significa ‘ave desconocida y rara’ y se aplica a una persona o cosa que se consideran poco comunes o por tener alguna característica que las diferencia de las demás de su misma especie. También decimos que algo o alguien es más raro que un perro verde para indicar que nos parece poco común.
Los viajes
Antes me gustaban mucho los viajes; pero ahora, cada vez que vuelvo de uno, me digo inútilmente que nunca más lo volveré a hacer. Odio hacer la maleta, la espera en Barajas, la incertidumbre de la compañía, compartir habitación, pelear con el insomnio en territorio desconocido, luchar con mi desconocimiento del inglés, bregar contra mi espíritu hipercrítico que me hace ver problemas donde los demás no los ven, mi sentido del ridículo en las cenas folclóricas a las que son tan aficionados. Me siento ajena a las alegrías de los turistas y próxima a sus debilidades. Lucho contra el deseo de fusionarme con la mayoría y las pocas de ganas de relacionarme, experimento al mismo tiempo el deseo de evasión y el deseo de fusión. Además, nunca me gusta volver a los sitios donde fui feliz porque me acuerdo de mis compañeros de viaje ya desaparecidos. Lo único bueno, la vuelta. ¡Qué bien se está en casa leyendo lejos del mundanal ruido! Los mejores viajes son siempre los de la imaginación.
Asignaturas pendientes
Soy muy cabezota y me empeño en luchar en batallas perdidas de antemano y en aventuras imposibles. Tengo muchas asignaturas pendientes, las más importantes: el inglés, el carné de conducir y la máquina de coser.
Me he apuntado a mil cursos de inglés y ha sido imposible. Voy a las películas de versión original en un intento vano de conseguir aprender. Me resulta tan difícil como imitar un acento o cantar. Entiendo algo porque he aprendido vocabulario, pero me paralizo a la hora de hablar.
Nunca me saqué el carné de conducir porque me da miedo la velocidad hasta yendo en bici y me pongo nerviosa ante el ruido de los cláxones. Como no veo bien, tengo astigmatismo, soy incapaz de calcular las distancias o de leer los carteles. Me despisto con un color, un árbol o una tienda nueva.
Harta de pedir favores para las cosas más nimias de costura, el año
pasado fui por fin a aprender a coser a máquina. No logré hacerme con el
pedal ni seguir una línea recta.
Fotos no
No me gustan las fotos desde nunca. Me hicieron pocas de
pequeña porque a mis padres tampoco les gustaban y eso que les regalaron por su
boda una máquina alemana estupenda que todavía está en uso. De adolescente me
las apañaba para no salir en ellas y de mayor huyo como de la peste. No creo
que la cámara absorba mi alma, pero su presencia desencadena en mí una fobia insufrible. Supongo que la razón es
muy simple, no me gusto, salgo con una expresión extraña y no me
reconozco en la imagen. La verdad es que también huyo de los espejos. Por eso he sustituido mi foto en el blog por
un monigote infantil de Poco-Yo. Tampoco entiendo la manía de los “selfies” ni la
obsesión de algunas personas por hacerse fotos continuamente adoptando poses
estudiadas, que impiden disfrutar de los momentos únicos e irrepetibles. Sé que esto está en
contradicción con el gusto por las fotos antiguas en blanco y negro que me enternecen. Pero la vida es así, llena de
contradicciones. Y a mí, estas rarezas me parecen de lo más normales. Mi abuelo Emilio, que siempre estaba de buen humor y no se peleaba con nadie, siempre decía que, si todo el mundo fuese igual, esta vida sería una balsa de aceite*, muy aburrida.Fotos no
Me temo que tengo más fobias: a los dentistas, a los chistes, a los regalos, a las navidades, a la gimnasia, a las compras, a llamar por teléfono, a los lugares comunes, a los gritos, a las amistades tóxicas, a los albañiles, a los leguleyos, a hablar en público, a decir a las personas que las quiero, a ir de copiloto, a interpretar un mapa...
*Balsa de aceite, expresión que se usa para describir una situación caracterizada por su tranquilidad y carencia de problemas, metáfora que hace relación a la manera en que se comporta una balsa de aceite cuando se agita su superficie, la alta densidad del líquido hace que permanezca en calma.
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Equipaje profesora,
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martes, 29 de noviembre de 2016
Llevar tijeras en el Ave
Ahora estoy mirando la información de Renfe respecto a los
equipajes y no veo en ningún lado que diga lo de las tijeras punzantes como figura en la normativa de los aviones. Tampoco entiendo que, si esa normativa
existe, no se hubiese aplicado a la salida en Atocha.
Historia de una pasión (Emily Dikinson, la dulce solterona)
Sabía poco de la escritora Emily Dickinson (Massachusetts
1830-1886), que apenas publicó obra en vida y que permaneció soltera y aislada
del mundo dedicándose a hacer pasteles y a escribir poemas, que fueron
admirados posteriormente por la crítica. Emily pertenecía a una buena familia,
había accedido a la educación y admiraba a las
hermanas Brönte. Por tanto, aparentemente, es un ejemplo claro de solterona, criatura
desvalida y extravagante, decepcionada con el amor, que se rinde ante la vida,
arquetipo literario que he tratado en la entrada anterior.
Pero la película Historia
de una pasión de Terence Daves, muy bien documentada, nos ofrece el retrato
de una mujer rebelde y apasionada que eligió voluntariamente su forma de vida y
su negativa a contraer matrimonio. Aunque
pasó retirada en su hogar gran parte de su vida, tuvo una vida interior mucho
más intensa que la los que llevan una vida social activa. Una mujer inteligente, excéntrica y
contradictoria, rebelde y puritana, enamorada de hombres y mujeres, que mantuvo
grandes amistades y que se fue alejando poco a poco de la vida, sobre todo a
medida que fue enfermando, para dedicarse a una frenética actividad literaria
en su habitación propia (espacio de respeto y libertad), corrigiendo,
experimentando, haciendo listas de palabras, fabricando varias versiones del mismo
poema, pasando en limpio e investigando con el lenguaje. En su última etapa
huía de la gente que aparecía por su casa, hablaba con los visitantes a través
de las puertas. La dulce solterona,
como la llamaban algunos, la reina reclusa, la
dama de Amherst, nos legó en la belleza de sus verso su voz singular, centrada
en ella misma, en su soledad y en su manera de entender el mundo.
La película es bellísima y dura, llena de travellings y elipsis que entronca con esta tradición artística de la pintura y el cine de
interiores tan típica del centro y el norte de Europa (Dreyer y Bergman).
Sorprende la escena de los daguerrotipos donde vemos uno a uno a los personajes
principales, sentados para un retrato, y, a medida que la cámara avanza,
implacable como el paso del tiempo, sus rostros se van transformando
lentamente, hasta que nos damos cuenta de que han cambiado los actores. Por
cierto, la película es inglesa aunque sus principales actores sean americanos; la actriz principal, Cynthia Nixon, una de las
protagonistas de Sexo en Nueva York; el padre de la misma, un envejecido Keith
Carradine, el actor que cantó la canción "I'm Easy" en la película Nashville con la que ganó en 1975 el
Óscar. ¡Dios, cómo envejecemos!
sábado, 26 de noviembre de 2016
La solterona en la literatura
Las mujeres en la literatura se han presentado casi
siempre como ángeles o diablos, nunca como iguales al hombre hasta el siglo XX.
La literatura está llena de ejemplos de mujeres arquetipicas: la mujer perdida,
la mujer fatal, la casada insatisfecha, la solterona, la madre autoritaria.
Para mí, uno de los personajes más conmovedores es el de la solterona, porque
creo que en el inconsciente colectivo pervive todavía la idea de
que el hombre que no se casaba era porque no quería y la mujer que no se casaba
era porque no podía. El mundo actual sigue organizado en torno a la pareja y a
la familia, el matrimonio, incluso homosexual, se erige como una institución
primordial. Véase la exitosa serie
televisiva Sexo en nueva York (1998-2004), donde cuatro amigas exploran el
duro papel de ser mujer soltera y sexualmente activa, pero que en el fondo
están deseando casarse como lo hicieron sus madres; una serie rompedora de tabúes
sexuales y conservadora en el fondo.
El tema se puede abordar en las clases de literatura y en
tutoría. Recomiendo utilizar el artículo
de Esperanza Goiri La vida en singular:
" La solterona era objeto de burla o recriminación o
ambas cosas, tanto en los casos en que la mujer no había encontrado con quien
casarse como en los más raros casos de mujeres que a pesar de la presión
social, vivían bien sin marido. Incluso una soltería larga antes de matrimonio
se desaconsejaba, porque podía acostumbrar a la mujer a ser independiente y en
algún caso a auto mantenerse y luego volverse muy exigente con su marido,
cuando éste fuera el único que trabajara (ya que casarse y abandonar el trabajo
se consideraba que iban unidos). Sin embargo, el hombre podía quedarse soltero
y, a ojos de la sociedad, estaba bien visto. En todos los sentidos, la mujer
debía considerarse destinada al lugar más oscuro, a la paciencia e incluso al
sufrimiento, pero debía hacerlo siempre con alegría y sin rencores.
Al oír ese término a todos nos viene a la mente la imagen
de una mujer madura, ajada, rebosante de resquemor y frustración por no haber
sido “capaz” de atrapar al “ansiado” marido. Pese a que el diccionario de la
RAE define solterón/na como calificativo referido a una persona entrada en años
y que no se ha casado, socialmente las connotaciones para un hombre o una mujer
son muy diferentes. En el caso del varón, es un bon vivant, un tío listo que no
se ha dejado cazar por ninguna fémina que limite o anule su libertad. Es mirado
con simpatía e indulgencia y por muy poco apetecible que sea, en todos los
sentidos, se presupone que nunca le van a faltar candidatas para compartir su
cuerpo serrano. Sin embargo, en su versión femenina se piensa en una pobre
infeliz, poco dotada de belleza o gracia, que vaga por este valle de lágrimas a
la búsqueda desesperada de un enamorado que le haga feliz. Hay en la literatura
magníficos ejemplos de estos personajes como La solterona de Edith Wharton, Doña
Rosita la soltera de Lorca, Washington
Square de Henry James o La señorita
de Trevélez de Carlos Arniches, llevada luego al cine con el título Calle Mayor por Juan Antonio Bardem, en
una estupenda adaptación que omite los aspectos divertidos de la historia
original para potenciar los más dramáticos".
Añado la obra de teatro de Mihura La bella Dorotea que, abandonada en el altar, decidirá no volver a quitarse su vestido de
novia y comenzar a deambular por el pueblo removiendo la conciencia de sus
vecinos. Carmen Martín Gaite en Usos amoroso de posguerra realizó un estupendo análisis de la
realidad española de esos años donde la mujer, educada para aparentar y no para vivir su vida, enfocó el
matrimonio como objetivo excluyente. Carmen Alborch en Solas hace referencia a los profundos cambios que han sufrido las mujeres españolas en
el último tercio del siglo XX y concluye en que vivir sola no es estar
sola. Por último, el reciente libro de Kate Bolick Solterona, en el que, a través de su mirada y de su
experiencia, consigue explicar cómo la literatura escrita por mujeres la ayudó
a apasionarse, a no buscar en los demás sino en ella misma, a vivir como una
mujer que no necesita de nadie para construir su identidad.
No es lo mismo estar sola, que permanecer soltera. El
tiempo que se pasa en soledad es un tesoro muy valioso. Aprender a vivir por
uno mismo, cultivar amistades y dedicarte a tu vocación son actividades que
resultan placenteras. Hasta hace
relativamente poco tiempo ser soltera era una tragedia, sobre todo para las que
no disfrutaban de una situación económica desahogada. La sociedad les asignaba el papel de cuidadoras de
todos los miembros de la familia, siempre dependientes de las decisiones
tomadas por los demás y ocupando en los actos sociales el ingrato papel de ser
un número impar (Cómo agua para
chocolate de Laura Esquivel y la canción La tieta de Serrat).
La
mujer soltera no tiene más límites que los que ella quiera ponerse. Ni siquiera
la maternidad depende ya de una pareja. Pero la lengua, siempre conservadora,
nos ofrece expresiones, que repetimos sin pensar, que apestan a rancio: “Si no
espabilas se te va a pasar el arroz”; “Está amargada, claro como no hay perrito
que le ladre”; “Algo raro tiene si a estas alturas no ha conseguido pareja”;
"Casarse a toda prisa es imprudente pero quedarse soltera es aún peor"; "Se va a quedar para vestir santos".
Mientras, a los varones se les alecciona para no dejarse atrapar por una
“lagarta” y a disfrutar de su soltería que ya habrá tiempo para sentar la
cabeza. Porque no hay nada mejor que hacer lo que a uno le dé la gana, para
lo cual las mujeres debemos alcanzar independencia económica, ser autosuficientes, romper
los estereotipos y cultivar la
autoestima y la solidaridad con otras mujeres.
Javier Marías elogia a Las tías solteras: "Yo vengo disfrutando a esas mujeres solteras o sin hijos desde mi infancia, y creo que son esenciales: risueñas, más despreocupadas y desinteresadas".
Así que todas las mujeres solteras debemos reivindicar el nombre denostado y con él el derecho a estar solas. La soltería elegida no puede ser un problema.
Javier Marías elogia a Las tías solteras: "Yo vengo disfrutando a esas mujeres solteras o sin hijos desde mi infancia, y creo que son esenciales: risueñas, más despreocupadas y desinteresadas".
Así que todas las mujeres solteras debemos reivindicar el nombre denostado y con él el derecho a estar solas. La soltería elegida no puede ser un problema.
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