El
libro de Encarnación García Amo llegó por casualidad a mis manos y me recordó
que coincidimos en el IES Juana de Castilla, donde hice una sustitución de tres
meses muy agradables a pesar de estar estudiando entonces las oposiciones. Cuando
llegué al IES, situado en el barrio de Moratalaz en Madrid, me llamó la
atención su nombre y el porqué de este. El instituto pasó de llamarse Moratalaz
IV- Fontarrón a Juana de Castilla en 1991, antes se barajaron otros nombres:
Moratín, El Bosco, Mozart, Esfera Armilar, pero la propuesta de Juana de
Castilla salió vencedora en el Consejo Escolar como una reivindicación de los perdedores
en general, y de la mujer, en particular. La propuesta fue realizada por un
profesor que había estado muchos años en el IES Isabel la Católica y que
recordaba a un compañero que, en la vorágine de la transición, había fantaseado
con la idea de que se cambiase el nombre de Isabel, usurpadora al trono, por la
vilipendiada, postergada y maltratada Juana. La
madrileña Juana de Castilla, conocida como Juana La Beltraneja (1462-1530) fue
hija de Enrique IV de Castilla y de su segunda esposa Juana de Portugal. El
apodo fue difundido por los adversarios de su padre quienes, con el fin de
desprestigiarla y alejarla del poder, aseguraron que era fruto de una relación
secreta de su madre con Beltrán de la Cueva. Hasta su muerte, Juana firmó todos sus documentos como “Yo,
la Reina”. Sus restos desaparecieron tras el
terremoto de Lisboa y nunca sabremos si fue realmente hija biológica de Enrique
IV. No confundir por tanto con su prima, Juana I de Castilla, apodada la
Loca, hija de Isabel.
La Sombra de
la muerte (Dossoles, Burgos, 2013) es una novela histórica, muy bien
documentada, cuya acción precisamente transcurre en el año 1482, terminada la
guerra civil, con Isabel I instalada en el trono y su sobrina Juana de Castilla
encerrada en un monasterio en Portugal, en pleno despegue económico y artístico
del reino. Nos cuenta las
peripecias de una doncella, Eguzkilore (Flor del Sol), recién salida del
convento en busca de su identidad, en un viaje iniciático desde Burgos hasta
Zamora. A la pobre huérfana, la siguen dos enamorados con un oscuro pasado,
mientras sobre ellos planea inexorable la sombra de la muerte que va dejando un
rastro de asesinatos. En el trayecto, la jovencita inocente se convertirá en
una mujer que quiere vivir su vida, desarrollar el oficio de pintora, aprender
cosas y no depender de nadie. El descubrimiento de la pintora Teresa Díez y la
ayuda de Doña Mencía de Mendoza y Figueroa, mecenas y coleccionista de arte, la
empujarán en su vocación. En este apasionante paseo literario y artístico por
tierras castellanas, se mezclan personajes reales y ficticios, se plantea la
sempiterna lucha entre el bien y el mal junto con elementos maravillosos; pero,
sobre todo, se reivindica el papel de las mujeres, a las que la historia ha silenciado o colocado en un segundo plano, al mismo tiempo que da voz a los personajes
perdedores, porque la historia se puede escribir de otra manera.
Tal vez la
única crítica que se puede hacer es que la intriga es mínima, la acción muy
lenta y, a veces repetitiva, cargada de diálogos. Sí la novela se aligerase en menos
páginas, con una pizca de humor y mayor tensión sexual, podría convertirse en una
obra para el gran público que leerían con mucho interés los alumnos jóvenes del
instituto.