Las mujeres en la literatura se han presentado casi
siempre como ángeles o diablos, nunca como iguales al hombre hasta el siglo XX.
La literatura está llena de ejemplos de mujeres arquetipicas: la mujer perdida,
la mujer fatal, la casada insatisfecha, la solterona, la madre autoritaria.
Para mí, uno de los personajes más conmovedores es el de la solterona, porque
creo que en el inconsciente colectivo pervive todavía la idea de
que el hombre que no se casaba era porque no quería y la mujer que no se casaba
era porque no podía. El mundo actual sigue organizado en torno a la pareja y a
la familia, el matrimonio, incluso homosexual, se erige como una institución
primordial. Véase la exitosa serie
televisiva Sexo en nueva York (1998-2004), donde cuatro amigas exploran el
duro papel de ser mujer soltera y sexualmente activa, pero que en el fondo
están deseando casarse como lo hicieron sus madres; una serie rompedora de tabúes
sexuales y conservadora en el fondo.
El tema se puede abordar en las clases de literatura y en
tutoría. Recomiendo utilizar el artículo
de Esperanza Goiri La vida en singular:
" La solterona era objeto de burla o recriminación o
ambas cosas, tanto en los casos en que la mujer no había encontrado con quien
casarse como en los más raros casos de mujeres que a pesar de la presión
social, vivían bien sin marido. Incluso una soltería larga antes de matrimonio
se desaconsejaba, porque podía acostumbrar a la mujer a ser independiente y en
algún caso a auto mantenerse y luego volverse muy exigente con su marido,
cuando éste fuera el único que trabajara (ya que casarse y abandonar el trabajo
se consideraba que iban unidos). Sin embargo, el hombre podía quedarse soltero
y, a ojos de la sociedad, estaba bien visto. En todos los sentidos, la mujer
debía considerarse destinada al lugar más oscuro, a la paciencia e incluso al
sufrimiento, pero debía hacerlo siempre con alegría y sin rencores.
Al oír ese término a todos nos viene a la mente la imagen
de una mujer madura, ajada, rebosante de resquemor y frustración por no haber
sido “capaz” de atrapar al “ansiado” marido. Pese a que el diccionario de la
RAE define solterón/na como calificativo referido a una persona entrada en años
y que no se ha casado, socialmente las connotaciones para un hombre o una mujer
son muy diferentes. En el caso del varón, es un bon vivant, un tío listo que no
se ha dejado cazar por ninguna fémina que limite o anule su libertad. Es mirado
con simpatía e indulgencia y por muy poco apetecible que sea, en todos los
sentidos, se presupone que nunca le van a faltar candidatas para compartir su
cuerpo serrano. Sin embargo, en su versión femenina se piensa en una pobre
infeliz, poco dotada de belleza o gracia, que vaga por este valle de lágrimas a
la búsqueda desesperada de un enamorado que le haga feliz. Hay en la literatura
magníficos ejemplos de estos personajes como La solterona de Edith Wharton, Doña
Rosita la soltera de Lorca, Washington
Square de Henry James o La señorita
de Trevélez de Carlos Arniches, llevada luego al cine con el título Calle Mayor por Juan Antonio Bardem, en
una estupenda adaptación que omite los aspectos divertidos de la historia
original para potenciar los más dramáticos".
Añado la obra de teatro de Mihura La bella Dorotea que, abandonada en el altar, decidirá no volver a quitarse su vestido de
novia y comenzar a deambular por el pueblo removiendo la conciencia de sus
vecinos. Carmen Martín Gaite en Usos amoroso de posguerra realizó un estupendo análisis de la
realidad española de esos años donde la mujer, educada para aparentar y no para vivir su vida, enfocó el
matrimonio como objetivo excluyente. Carmen Alborch en Solas hace referencia a los profundos cambios que han sufrido las mujeres españolas en
el último tercio del siglo XX y concluye en que vivir sola no es estar
sola. Por último, el reciente libro de Kate Bolick Solterona, en el que, a través de su mirada y de su
experiencia, consigue explicar cómo la literatura escrita por mujeres la ayudó
a apasionarse, a no buscar en los demás sino en ella misma, a vivir como una
mujer que no necesita de nadie para construir su identidad.
No es lo mismo estar sola, que permanecer soltera. El
tiempo que se pasa en soledad es un tesoro muy valioso. Aprender a vivir por
uno mismo, cultivar amistades y dedicarte a tu vocación son actividades que
resultan placenteras. Hasta hace
relativamente poco tiempo ser soltera era una tragedia, sobre todo para las que
no disfrutaban de una situación económica desahogada. La sociedad les asignaba el papel de cuidadoras de
todos los miembros de la familia, siempre dependientes de las decisiones
tomadas por los demás y ocupando en los actos sociales el ingrato papel de ser
un número impar (Cómo agua para
chocolate de Laura Esquivel y la canción La tieta de Serrat).
La
mujer soltera no tiene más límites que los que ella quiera ponerse. Ni siquiera
la maternidad depende ya de una pareja. Pero la lengua, siempre conservadora,
nos ofrece expresiones, que repetimos sin pensar, que apestan a rancio: “Si no
espabilas se te va a pasar el arroz”; “Está amargada, claro como no hay perrito
que le ladre”; “Algo raro tiene si a estas alturas no ha conseguido pareja”;
"Casarse a toda prisa es imprudente pero quedarse soltera es aún peor"; "Se va a quedar para vestir santos".
Mientras, a los varones se les alecciona para no dejarse atrapar por una
“lagarta” y a disfrutar de su soltería que ya habrá tiempo para sentar la
cabeza. Porque no hay nada mejor que hacer lo que a uno le dé la gana, para
lo cual las mujeres debemos alcanzar independencia económica, ser autosuficientes, romper
los estereotipos y cultivar la
autoestima y la solidaridad con otras mujeres.
Javier Marías elogia a Las tías solteras: "Yo vengo disfrutando a esas mujeres solteras o sin hijos desde mi infancia, y creo que son esenciales: risueñas, más despreocupadas y desinteresadas".
Así que todas las mujeres solteras debemos reivindicar el nombre denostado y con él el derecho a estar solas. La soltería elegida no puede ser un problema.
Javier Marías elogia a Las tías solteras: "Yo vengo disfrutando a esas mujeres solteras o sin hijos desde mi infancia, y creo que son esenciales: risueñas, más despreocupadas y desinteresadas".
Así que todas las mujeres solteras debemos reivindicar el nombre denostado y con él el derecho a estar solas. La soltería elegida no puede ser un problema.