“Para terminar, una confesión: los artículos los escribes
tú, ¿verdad, pillina? como hacías con nosotros y luego repartes los nombres de
los chavales aleatoriamente, porque me extraña que un rumanito escriba así de
bien jejeje. Oye ojalá me equivoque y sea de verdad; pero... Mari, ya nos
conocemos jajajaja.”
Su alumno David había descubierto una parte de la verdad,
que siempre tiene mil caras. Se lo comunicó por e-mail cuando ella le pidió
permiso para referirse a su blog en el periódico de los estudiantes de un prestigioso y reconocido
periódico. Llevaba años participando en el concurso, preparando los temas,
diseñando las páginas, pidiendo la
colaboración de sus alumnos y obligándoles a escribir una y otra vez los
textos, hasta que estuvieran decentes. Empleó mucho tiempo libre y perdió
muchas batallas. Nunca les dieron un premio, pero ella se sintió ganadora de la
guerra final: muchos alumnos se entusiasmaron, colaboraron bien y descubrieron de
esta manera el gusanillo de la escritura. De eso se trataba, de que se
acercasen al mundo de la prensa y se interesasen por todo lo que había a su
alrededor. Era consciente de que los profesores de los otros centros del concurso
hacían lo mismo que ella, se servían de sus amistades para conseguir entrevistas
que nunca hubiesen pasado por la mente de un adolescente y se rompían la cabeza
buscando historias originales. El último año, en el anuncio de los semifinalistas a
toda plana del periódico, el de su instituto de Madrid estuvo en primer lugar y,
en los premios nacionales, misteriosamente había pasado a un segundo. Se
enteró de que una profesora, que había sido cocinera antes que monja, es decir,
que había hecho lo mismo, la había delatado sin pruebas. Esta vil acusación consiguió que ninguna
de las dos optase al premio final. Fue una gran injusticia, porque ese año sus
alumnos redactaron ellos solos el mejor periódico y apenas necesitaron ayuda.viernes, 24 de abril de 2015
jueves, 23 de abril de 2015
"Fu de erretas" y el corrector impenitente
Maestro de la ortotipografía. Dotado de una vasta cultura, experto
en griego y latín. Solitario e implacable, donde ponía el ojo veía la errata.
Era un zahorí de errores, detector de fallos de racord, sabueso de faltas de ortografía, buscador incansable
de antropónimos y topónimos mal escritos y peor situados. Dotado de una sensibilidad
extrema para captar equivocaciones, descubrir incongruencias subterráneas y muletillas metalíferas que encontraba en
cualquier sitio: en la portada de un
libro, en una nota al pie de página, en la bibliografía, en el índice, porque
no hay peor corrector que el propio autor y cuatro ojos ven mejor que dos. Daba igual que
el texto fuese manuscrito, mecanografiado, o autocorregido por word. Llegó a asumir las funciones de un negro
literario haciendo legibles textos infumables. Su paciencia era infinita, tanta
como el malestar que creaba a su alrededor: el rojo utilizado en las
correcciones acababa tiñendo también las mejillas avergonzadas de sus amigos escritores. Desempeñó este oficio no remunerado y poco reconocido unos pocos años. Lo abandonó súbitamente porque no
pudo perdonar a la editorial el terrible fallo que cometió en su único libro al titular como "fu
de erretas" la página de papel con las
equivocaciones que su propio informático había creado.
martes, 14 de abril de 2015
La Marañosa en los sesenta
La finca La Marañosa, situada en el término municipal de san
Martín de la Vega, es en la actualidad un
Instituto Tecnológico Militar, cerrado al público general. A finales de los años cincuenta y principios
de los sesenta constaba de una fábrica
de pólvoras y un laboratorio militar, creados en 1923, además de viviendas para jefes, oficiales y
obreros. Allí, entre pinares y canteras, transcurrió la mayoría de mi infancia, hasta que mi padre pidió el traslado a Madrid, cuando yo
tenía once años. Mis recuerdos de aquella época son confusos porque era una
niña retraída que se aislaba en su propio universo y no se enteraba de lo que
pasaba a su alrededor.
Los oficiales vivían agrupados en un recinto dotado de escuela, centralita,
iglesia, salón de actos, botiquín, abastecedora (tienda de comestibles), bar,
campo de fútbol y casino (el imperio). La
mayoría de los obreros residían en El Poblado. La Fábrica y el Laboratorio
estaban un poco retirados, supongo que para evitar posibles peligros. La
comunicación con Madrid era diaria por medio de autobuses que dejaban
en Cibeles y en Atocha.
Las viviendas unifamiliares de los jefes de más graduación constaban
de tres alturas y disponían de un jardín y un huerto; el nuestro tenía un
gallinero e incluso un estanque
para patos vacío que cuidaba nuestro asistente Pedro, un hombre de campo que
invariablemente desayunaba pan y leche. No pasábamos frío porque había
calefacción central. En verano nos bañábamos en una piscina inmensa que hacía las delicias
de todos a pesar de su color verde sospechoso. En la Escuela Nacional aprendí
mis primeras letras con doña Concha, lo que no era fácil, porque no había bolígrafos y escribíamos con
plumín y tintero. Detrás de nosotras se encontraba un recipiente con la leche
en polvo de los americanos y, delante, el mapa de España con 54 provincias, incluidas
Guinea, El Sáhara y Sidi Ifni.
En la mesa de la profesora descansaban los
rostros exóticos de las huchas del Domund (un chino, un negro y un indio), rasgos
difíciles de encontrar en la vida cotidiana. El desván de la casa era mi
territorio mítico y allí, entre cachivaches viejos y trapos para disfrazarme, daba
rienda suelta a mi imaginación. Si tuviese que poner un nombre a aquellos años
lo haría con la palabra libertad: hacía lo que me daba la gana. Siempre entraba
y salía de casa a mi antojo, sin ningún miedo y sin pedir permiso. No había
ninguna puerta cerrada. Me encantaba columpiarme en el jardín y recoger los
huevos que ponían las gallinas al atardecer.
Cuando mis padres volvían de Madrid, siempre me traían algo,
casi siempre un tebeo y caramelos de la Viuda de Solano. Era bastante patosa, solo me gustaba el agua, aunque de un
año para otro se me olvidaba nadar. No aprendí a tirarme de cabeza del trampolín más alto ni a jugar al baloncesto, ni a montar en bici como lo hacía mi hermana. Fue un tiempo feliz, de aprendizaje, en el que mis padres eran jóvenes y disfrutaban en reuniones con amigos y partidas de
cartas en el casino.
Los recuerdos inconexos aparecen como diapositivas en blanco y negro. Mi primer
yogur Danone, muy ácido y en envase de cristal, en el que era toda una aventura mezclarlo con
el azúcar. Los helados de vainilla, que no pasarían en la actualidad
ningún control sanitario, los vendía por las tardes de verano un hombre en una
vespino con sidecar. Los primeros pantalones que solo llevaban las modernas. La
televisión en la que pude ver el asesinato de Kennedy. Las películas de los cines de la Gran
Vía de Madrid donde mi padre nos traía en verano una vez a la semana, cuando salía, deslumbrada por las luces, no sabía nunca qué dirección tomar.
Los cortes de luz que me servían de pretexto para no hacer los deberes. El horror que sentía cuando veía cómo cortaban la cabeza a
las gallinas del corral. Los regalos de
Reyes que nos daban a todos los niños. Las películas, casi todas de vaqueros, de los sábados por la tarde y los cortos del dúo
cómico el Gordo y el Flaco que ponían a los aprendices por la mañana. El
soldado que venía con la comida en una bandeja tapada con un paño para que mi
padre le diese el visto bueno. La vacuna de la polio en "Ca
Matamoros". El gato que se comió al periquito que era mi mascota. La
deliciosa mermelada de albaricoques, recién cogidos del árbol, que elaboraba mi
madre, una cocinera estupenda. Los melones que mi padre se empeñó en cultivar
aunque todo el mundo decía que era imposible, que en esa tierra no se daban; lo
consiguió, salieron pequeños y deliciosos. El recadero que en una cesta de mimbre traía todos los días la compra desde Madrid. Las visitas de Carmen, que nos
había cuidado de pequeñas, con sus hijas. El belén en el hueco de la chimenea
con su falso río de plata y su verde musgo recién recogido. Mi amiga Carmen
Gutiérrez. El esplendor de los lirios, los pétalos de los geranios que
utilizaba como uñas postizas y las lentas filas de la procesionaria del pino. La nevera Frisan que acabó sus días funcionando con unos pulpos a
modo de tirantes y la lavadora que ni aclaraba ni centrifugaba. La infernal cocina
de carbón. El cine de verano al aire libre con un ruido de pipas ensordecedor. Cabria
y Maldonado, factótums de la vida cotidiana. El primer tocadiscos de mi hermana.
Las chocolatadas a ciegas y las carreras de sacos para paliar el frío de las
fiestas de santa Bárbara...
Todo acabó cuando nos vinimos a Madrid a un piso que se nos hacía pequeño, donde mi madre se hacía morados en los brazos con los picaportes porque no calculaba las distancias y yo no podía salir a la calle sola. Solo las mañanas que pasaba en el museo del Prado del brazo de mi padre y la lectura de libros me rescataban del soberano aburrimiento de vivir encerrada.
Todo acabó cuando nos vinimos a Madrid a un piso que se nos hacía pequeño, donde mi madre se hacía morados en los brazos con los picaportes porque no calculaba las distancias y yo no podía salir a la calle sola. Solo las mañanas que pasaba en el museo del Prado del brazo de mi padre y la lectura de libros me rescataban del soberano aburrimiento de vivir encerrada.
He intentado buscar información en internet
sobre La Marañosa en aquellos años y no he encontrado prácticamente nada. La fábrica fue demolida y muchos de sus objetos están
en un Museo de Ingeniería Militar. Apenas unas
fotos del imperio que ahora es un instituto de secundaria bilingüe.
No he querido volver nunca, porque sé que todo me parecerá pequeño y muy cambiado. Es una asignatura pendiente que no aprobaré. Dicen que a los lugares en los que has sido feliz no debes volver.
No he querido volver nunca, porque sé que todo me parecerá pequeño y muy cambiado. Es una asignatura pendiente que no aprobaré. Dicen que a los lugares en los que has sido feliz no debes volver.
La piscina |
Los trampolines |
El patio del imperio |
Aquí dejo otro enlace Revista FA-MA, Fábrica La Marañosa (1952-54)
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Equipaje profesora,
Trinidad Cuéllar Caturla
Casarrubuelos, vergüenza ajena y propia
Me parece inaceptable que los profesores de un colegio de la
Comunidad de Madrid hayan utilizado el WhatsApp para verter comentarios vejatorios
sobre alumnos y padres del centro. Entiendo que hayan sido sancionados, es un
problema interno. Pero lo que no entiendo es por qué esos
comentarios desafortunados del ámbito privado han pasado al espacio público. Lo que se dice fuera de contexto solo sirve para
avergonzarnos a todos. En la naturaleza humana está el errar, que los medios de comunicación se hagan eco de
ello con tanto detalle me parece una exageración y no un ejemplo de transparencia. Los trapos
sucios hay que lavarlos en casa, analizar las causas y ponerles remedio. Ya se demonizó injustamente por parte del PP a los
profesores de la Pública por ser unos jetas y ahora lo hacen por ser unos deslenguados. Ya
está bien. Si a un colectivo le aprietas tanto las tuercas, surgen estos
problemas. Hay un tufo de venganza podrida. ¿Por qué se considera aceptable que
alguien en un buzón de forma anónima destape la tapa de las alcantarillas? Yo
no quiero saber el contenido de esas conversaciones como antaño no quise ver el
vídeo erótico de un conocido periodista y me fastidió tener que oír las lamentables conversaciones de las cintas de los
teléfonos pinchados.
domingo, 12 de abril de 2015
Bento: táper en el museo Cerralbo
sábado, 4 de abril de 2015
Desnudo en la bañera, Bonnard y John Banville
Desnudo en la bañera con perro
Se la ve echada, en colores rosa, malva y oro,
una diosa del mundo flotante, estilizada, intemporal, tan muerta como viva, y
junto a ella, sobre las baldosas, su perrillo marrón, su pariente, un perro
salchicha, creo, enroscado y vigilante sobre su alfombrilla o lo que pueda ser
ese cuadrado de escamas de sol que llega desde una ventana invisible. El
angosto cuarto de baño que es su refugio, vibra a su alrededor, palpitando en
sus colores. Los pies de Marthe, el izquierdo tensado al extremo de su pierna
imposiblemente larga, parecen haber deformado la bañera haciéndole asomar un a
protuberancia en la punta izquierda y debajo de la bañera, en ese lado, en el
mismo campo de fuerza, el suelo tampoco queda alienado, y parece a punto de
derramarse a la izquierda como si fuera no un suelo, sino una piscina en
movimiento de agua moteada. Aquí todo se mueve, se mueve en la quietud, en un
silencio acuoso. Uno oye caer una gota, una onda en el agua, un suspiro que
queda flotando. En el agua hay un trozo rojo
óxido, junto al hombro derecho de Marthe, que podría ser óxido, o sangre
incluso. Tiene la mano derecha sobre el muslo, inmóvil en el acto de la
supinación, y me acuerdo de las manos de Anna sobre la mesa aquel día en que
volvimos de ver al señor Todd. ( ...)
Un buen ejemplo para hacer descripciones de cuadros en clase.
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Lecturas recomendadas
viernes, 3 de abril de 2015
Revista FA-MA, Fábrica La Marañosa (1952-54)
El síndrome de Diógenes debe ser hereditario, porque a mis
papeles atascados se han unido los de mis padres. He encontrado los treinta y
un ejemplares del periódico FA-MA de la fábrica militar de La Marañosa de Santa
Bárbara, publicados desde del 17 de octubre de 1952 al 25 de junio de 1954. No
tenía ni idea de que existiese esta publicación, mi padre, Trinidad Cuéllar Caturla, no me habló nunca de ella. Francisco Lanza Gutiérrez fue el fundador y director hasta el número 22, en el
que mi padre, entonces comandante, se
hizo cargo de la dirección como había hecho antes sustituyendo las ausencias
del fundador. La mayoría de los colaboradores pertenecían al cuerpo de
Armamento y Construcción. La revista, sin imágenes, tenía al principio
una periodicidad quincenal, constaba de
cuatro páginas y, a veces, seis u ocho. Pasó por varias fases, desde falta de
colaboración hasta exceso. El título es la abreviatura, sui generis, de Fábrica
Marañosa, "titulo bonito, sonoro y audaz".
Directores: D. Francisco Lanza
Gutiérrez y Trinidad Cuéllar Caturla.
Redactores: D. Amador Porres;
D. Antonio Casado Gómez, D. Maximino Antón Mínguez; D. Ramón Álvarez Gil;
Francisco Chicote, Tomás Martínez Rodríguez y Félix Pérez.
Tipógrafo: D. Alfonso
Jiménez Ortega.
Impresor: D. Venancio Mota
Álvarez.
Tal vez en esta foto tomada en La Marañosa el 4 de diciembre de 1952 estén muchos de los redactores. Solo reconozco a mi padre en la segunda fila a la derecha. |
En el primer número figura escrito a mano una tirada de 200
ejemplares a un precio de 55 pesetas.
Las colaboraciones debían cumplir los siguientes requisitos:
Las colaboraciones debían cumplir los siguientes requisitos:
1)Tema libre, pero con preferencia los de carácter militar, técnico
y humorístico.
2) Escritura clara y limpia a ser posible a máquina.
3) Extensión máxima tres cuartillas a doble espacio y por
una sola cara.
4) El articulo o trabajo debe venir firmado por su autor
aunque para su publicación se use seudónimo
5) Admitimos artículos o resúmenes extraídos de otras
publicaciones siempre que se cite su procedencia
La finalidad de la revista era colaborar en una empresa que
reflejase las preocupaciones de la comunidad. Dar información, divertir y "poder
revivir las alegrías de nuestros amigos".
El balance del primer año de existencia fue el siguiente: "410
trabajos, 29 redactores y colaboradores, 105 artículos de temas varios: anécdotas
y chistes, jeroglíficos y pasatiempos, poesías, notas editoriales, anuncios,
cartelera de cine y advertencias". Curiosamente, en el nº 9, se hace un llamamiento a que las mujeres
escriban y lo hacen en el siguiente.
Cuéllar introdujo temas filosóficos y animó a participar también a los maestros y a
los obreros. "Un periódico de todos y para todos". En el último
número se augura el final: han desaparecido los fundadores y se ha perdido el
entusiasmo. "Sin colaboradores no habrá periódico. Si el periódico se
hunde, la culpa es de todos" ("Reflexiones").
Me temo que los que colaboraron en este proyecto, tan idealista y extraño para la época, han
desaparecido. Los ejemplares que poseo deberían estar en una hemeroteca. Solo he
escaneado (muy mal, por cierto, no sé hacerlo mejor) el primer número para
tener una idea de la publicación. Quien esté interesado que se ponga en
contacto conmigo. También incluyo un programa de fiestas de 1953.
Revista FA-MA (La Marañosa) by gelescue on Scribd
Otro enlace: La Marañosa en los sesenta
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