Yo no sé muchas cosas,
es verdad.
Digo tan sólo lo que he
visto.
León Felipe
Cuando tengo qué hacer algo que supera mis conocimientos, suelo
preguntar. Soy una maridudas. Eso hice cuando decidimos cerrar una terraza de unos
20 metros, construida en los años sesenta, en una de las calles más transitadas
y polucionadas de Madrid. La mayoría de los vecinos ya lo había hecho, no tanto
por ganar metros, sino por evitar suciedad y ruido.
Pregunté en todas partes y oí estas respuestas tajantes: "El Ayuntamiento no da permiso, es mejor que
lo hagas por tu cuenta"; "Yo no pedí permiso, como hay terrazas ya
cerradas, lo puedes hacer sin ningún problema"; "La legislación dice
una cosa, pero la práctica es otra". "Todo el mundo lo ha hecho así,
si el edificio fuese protegido, todavía"; " Solo tendrías problemas
si un vecino te denunciase, pero eso es imposible porque todos de una manera o
de otra han hecho lo mismo. No tengas miedo"; "No pidas permiso al
Ayuntamiento por obras, antes había que hacerlo, pero ahora no es necesario
para cambiar suelos, puertas y pintar. Si todo el mundo pidiese permiso, el Ayuntamiento
estaría colapsado", me dijo el albañil.
Yo no tenía las cosas claras pero, ante semejante
unanimidad, claudiqué. No pedí permiso y empezaron las obras en mayo.
Aprovechamos que había andamios porque el edificio estaba pasando la ITE. Los inspectores llegaron en el mes de agosto,
alertados por una denuncia anónima (ver entrada, Todo por un armario) cuando la obra estaba casi terminada. El albañil, que nunca estaba, ese día les abrió y les dejó pasearse por toda
la casa. Al final le entregaron una copia de una notificación (apenas se leía)
en la que detectaron obra ilegal con cerramiento de terraza e instalación de
aire acondicionado en un patio interior, que llevaba más de veinte años.
Quise ir inmediatamente al Ayuntamiento para solucionar el
asunto. Empecé a mirar casos parecidos en internet y me di cuenta de que había
hecho una barbaridad porque el desconocimiento de la ley no impide su
cumplimiento. Me tocaría pagar una multa en el mejor de los casos, o deshacer el daño. "El acta es papel mojado, tienes que esperar a que te llegue la
denuncia"; "A lo mejor se traspapela", me decían para
animarme. Esperé, la denuncia llegó dos meses después en las manos de dos
policías municipales. Con ella fui a Urbanismo donde me trataron como si fuese
el cabecilla de la trama Gürtel. Allí pude enterarme de que la obra, contra
todo pronóstico, era legalizable. Necesitaba el informe de un arquitecto, el
visto bueno de la comunidad de vecinos y rellenar unos impresos dificilísimos.
Busqué un arquitecto que realizó un
informe, lo entregó en noviembre y pagamos las tasas correspondientes. A los dos meses recibí una carta certificada indicando
que me llevarían a los servicios jurídicos por no haber respondido a sus
demandas. Con un susto de muerte, averiguamos que había ocurrido un error: como
las herederas de la casa de mi madre somos dos, habían abierto dos expedientes
independientes, sin darse cuenta que la vivienda era la misma. Vuelta a
recurrir al arquitecto y vuelta a mandar el informe explicando lo ocurrido.
A estas alturas el insomnio se ha hecho crónico. Cada vez
que suena el timbre de la puerta me da taquicardia. Aunque sé que la decisión fue mía, estoy empezando a creer que
hay una conspiración contra mí y no tengo la certeza de que todo salga bien. Espero con ansiedad que se den cuenta del error, que el expediente siga su curso normal y me
legalicen la obra.
Además, me ha quedado un odio infinito a los leguleyos, a esas
personas que, sin tener conocimiento suficiente de las leyes, hacen valer su
experiencia y autoridad aconsejando a los demás para recular cobardemente
cuando han metido la pata:
"Pero, ¿cómo se te ocurre?; " Yo
pedí permiso para mi obra"; "No me lo explico, ¡Qué mala suerte!".
No cuesta nada utilizar la duda en estos casos:
yo creo, a mi me parece,
consulta
a un experto.
Esta es la tercera entrega y la última, espero, que escribo en el blog sobre el enojoso asunto de la obra en la casa de mi madre. Siento haberme puesto tan pesada y reiterativa, pero necesitaba hacerlo. En las noches de insomnio, producidas por tantos sinsabores, me hubiese gustado encontrar una experiencia parecida. Sirvan estas líneas para aquellas personas que lo necesiten y no para los pocos lectores asiduos que tengo, que ya me han soportado en vivo.
P.D. Creo que ahora, a finales de julio de 2017, dos años después de reclamaciones, de recursos, de presentar varias veces los mismos documentos en registro, de insomnios, de llamadas, de cómo me puede pasar esto a mí, llevo tres meses sin que hayan vuelto a mandar un requerimiento, lo que significa silencio administrativo y legalización, por fin, de mi obra ilegal.