En una entrada anterior resaltaba la frase de Muñoz Molina sobre el olor a podrido de la política actual: "Las redes sociales han universalizado la antigua grosería de la barra del bar y el muro del retrete". Casi al mismo tiempo me crucé con la palabra "latrinalia"* que hace referencia al grafiti privado que se hace en las paredes, puertas y espejos de los baños públicos. El neologismo fue creado por Alan Dundes, folclorista y profesor de la Universidad de California, en 1966, cuando se creó un interés científico en torno al fenómeno. Esas manifestaciones no son nuevas, nos remiten a tiempos pretéritos; en Grecia y en Roma había una enorme tradición de pintadas callejeras en los burdeles y los baños públicos.
No me he resistido a hacer un comentario sobre la atracción que tiene el ser humano por todo lo que le repugna y esa extraña necesidad que tenemos los humanos de sacar lo peor de nosotros amparándonos en lo efímero y anónimo. El muro del retrete y la pantalla de internet se han convertido en el vehículo idóneo para desarrollar actividades de naturaleza tabú fuera del respeto y la convivencia. Toda esta incontinencia verbal supone una vuelta a lo más primitivo, un viaje tenebroso al subconsciente; sólo la educación y la cultura nos apartan de la grosería y del mal gusto, no se trata de una mera cuestión de libertad de expresión. Los latrinalia son más que dibujos y palabras, son vertederos que nos retratan como sociedad.
En la actualidad el baño público es un espacio de privacidad y soledad, un cuarto para librarse de la orina y los excrementos, necesidades carnales que dominan nuestra vida. Un lugar limpio e íntimo que sirve para borrar una y otra vez lo más sucio de nuestro cuerpo y, a veces, de nuestra mente. En las paredes y puertas de los baños públicos se dibujan y escriben mensajes groseros y obscenos utilizando un lenguaje escatológico lleno de bromas o insultos. Se da rienda suelta a oscuros secretos, egos desmedidos y represiones de todo tipo, especialmente las siniestras o pornográficas; pero también se vierten problemas cotidianos, películas favoritas y hasta de opiniones sobre la nueva novia de su ex pareja. En esa válvula de escape, no es raro encontrar breves poemas de métrica formal y rimas esmeradas.
También los lavabos son lugares de paso para las fantasías eróticas y encuentros sexuales. Lo curioso es que no hay diferencia de género, doy fe de que en los lavabos de los institutos femeninos, cuando eran segregados, las pintadas eran tan bestias y exhibicionistas como en los masculinos**. No voy a entrar en la diatriba de si el grafiti es un arte urbano o un ejemplo de vandalismo, ni a hacer hincapié en la profundidad reflexiva de un aforismo espontáneo, así como no olvido que los grafiti son también una fuente de lucha y de protesta, y supusieron un elemento de rebeldía, una herramienta de lucha contra el poder establecido***. Parece ser que el ser humano está hecho para disfrutar de lo prohibido, algunos lavabos se han convertido en un lugar de peregrinación por sus latrinalia, mientras en otros se han instalado, con poco éxito, grandes pizarras para que los clientes apliquen con tiza sus latrinalia.
El interesante corto Latrinalia (2011), que acompaña estas líneas, nos muestra a qué se enfrenta cada día una encargada de un aseo público. Explora el arte del grafiti como si las letrinas hablaran con historias de soledad y suciedad, de drogas y alcohol, de encuentros y desencuentros, de sordidez y de satisfacción, de angustia y de alivio. En mi lejana juventud, la señora de los lavabos, a la que había que dar una propina, era toda una institución, una vigilante de la moralidad que se ocupaba de la limpieza de esos lugares.
Por último, debo confesar que nunca he garabateado un libro, ni pintado en una pared, ni grabado mis iniciales en un árbol o en una mesa y menos en un servicio público. He sido educada en las buenas costumbres y me resulta difícil comprender a las personas que son capaces de estropear una fachada del siglo XVI con una niñería narcisista: aquí estuvo fulanito o fulanita quiere zutanita. Pero también debo admitir que me he reído y sorprendido mucho leyendo algunos grafiti. Tal vez en mi inconsciente estaba la idea de que se podían borrar con quitagrasas y pintura.
* Latrinalia deriva del latín latrina y el sufijo -alis con la terminación de neutro plural -ia. Latrina viene de lavatrina 'sitio para lavarse'.
** Musa Latrinalis: diferencias de género en el grafiti de baños. Los estudios nos dicen que los grafiti sexuales en los baños de las mujeres universitarias es comparable a la que se encuentra en los baños de hombres.
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