sábado, 31 de octubre de 2020

Varones demediados en la batalla y en la literatura

En este mes de octubre que ya acaba, me he encontrado en los periódicos con dos grandes figuras de militares: el almirante Blas de Lezo y el general Millán-Astray. Blas de Lezo por la publicación de un cómic sobre sus hazañas, entre otras la defensa de Cartagena de Indias con una exigua tropa durante el asedio británico de 1741. Millán-Astray por cumplirse el centenario de la Legión que él fundó y que haría famosos los lemas «¡Viva la muerte!» y «¡A mí la Legión!». Los dos tuvieron vidas paralelas, perdieron parte de su cuerpo (pierna, brazo y ojo) en los fragores de las batallas en mar y tierra, respectivamente. Quedaron mutilados pero, lejos de retirarse, siguieron en activo y fueron considerados héroes de su tiempo, grandes estrategas, modelos de superación y un ejemplo de la valentía de los soldados españoles.

Pero estos dos novios de la muerte, llenos de ardor guerrero, son para mí la imagen del horror de la guerra. Tanta perseverancia en el sufrimiento y en el valor me sugiere que tal vez exista un síndrome psicológico para explicar cómo su moral se ve reforzada mientras pierden por la patria su cuerpo a cachos. Quién sabe si alguna esquirla vengadora se quedó en su cerebro para perturbarles el alma. Perdieron su integridad física al tiempo que produjeron también mucho daño al enemigo. Fueron al mismo tiempo verdugos y víctimas, símbolos de la grandeza y de la locura.Yo no creo que su físico demediado fomentase las vocaciones militares, sino todo lo contrario. Recuerdo el desagrado que la figura de Millán-Astray me producía cuando aparecía en el NO-DO y el tremendo susto que de niño se llevó un amigo mío al verlo en una carnicería de la calle Jorge Juan de Madrid comprando con su asistente.


Inmediatamente me he acordado de los personajes escindidos y fracturados que la literatura nos ha mostrado. La versión maniquea del mundo en perpetuo conflicto entre el bien y el mal, dos extremos opuestos que nunca se pondrán de acuerdo, subyace en las historias de fantasía tradicionales donde los protagonistas luchan contra las adversidades provocadas por un villano. El bien siempre es sinónimo de luz, de bondad y de belleza; el mal, de la oscuridad y de la destrucción. En la literatura realista, en comunión con la teoría del Yin y el Yang, se busca el equilibrio entre las dos caras opuestas, la tensión se produce en el interior de los personajes donde se pueden encontrar sentimientos y disposiciones positivas al igual que negativos.  El título de la novela Crimen y Castigo de Dostoievski hace referencia al crimen que comete Raskólnikov y al castigo psicológico que nace de su lucha interna, porque comete el asesinato creyendo que posee suficiente fuerza, tanto intelectual como individual, para soportarlo.

El desdoblamiento, símbolo de la condición humana dividida, se produce en dos grandes relatos fantásticos: El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde (1886) y El vizconde demediado (1952). El primero, escrito por Robert Louis Stevenson, es considerado por la crítica como "Una de las mejores descripciones del período victoriano por su descripción de la dicotomía fundamental del siglo XIX: Respetabilidad externa y lujuria interna". En él Gabriel John Utterson investiga la extraña relación entre su viejo amigo, el Dr. Henry Jekyll, y el misántropo Edward Hyde. Una bebida, que tiene la capacidad de separar la parte más humana del lado más maléfico de una persona, hace que Jekyll se convierta en Edward Hyde, un criminal capaz de cualquier atrocidad.

El segundo relato, El vizconde demediado, escrito por el autor italiano (aunque nacido accidentalmente en Cuba) Italo Calvino, cuenta la historia ambientada en el siglo XVII del vizconde Medardo de Terralba, partido en dos por un cañonazo de los turcos y cuyas dos mitades continuaron viviendo por separado. Como no podía ser de otra manera, una de ellas es la mitad buena, que quiere lo mejor para los que la rodean y la otra es la mitad mala, que no escatima maldades con tal de satisfacer su sed de sufrimiento con respecto al resto de las personas. Calvino nos coloca en la reflexión del rumbo dividido del hombre contemporáneo, del hombre realizado a medias. La alegoría de la imperfección humana es evidente. Al que es malo se le rechaza, se le teme, se le aleja lo más posible; pero el que es totalmente bueno cansa, llega a importunar muchas veces con sus actitudes extremas de bondad.

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