No supimos cuándo entró a través de la reja y se posó en el alféizar, cuando llegamos en agosto ya estaba allí la paloma sobre un lecho de ramas. No nos atrevimos a abrir la ventana por temor a asustarla. Se pasaba largas horas oteando el horizonte mientras incubaba dos huevos blancos. A los cuatro días se resquebrajaron y salieron unos polluelos amarillentos, ciegos y desplumados, que eran alimentados con un líquido lechoso segregado por el buche de la paloma. En internet leímos que las parejas de palomas se turnan para criar a sus pichones, la nuestra parece una madre solitaria. En apenas quince días los pequeños aumentaron de peso y su pelaje fue cambiando de color. En breve levantarán el vuelo. Tendremos que poner tela metálica para impedir que vuelvan a anidar. Los nuevos vecinos han sido la comidilla de las casas vecinas y todos los días venían niños para verlos. Las palomas se han añadido a los otros vecinos: las ardillas, los conejos, los gatos, las tórtolas y las golondrinas.
Un gracioso comentó que deberíamos haber estrellado los huevos para evitar nuevos anidamientos.
P.D.
Esta es última foto de los pichones antes de abandonar el nido. Ya no queda ni rastro del pelaje amarillo, se sostienen sobre sus patas e incluso parece que conversan. Todo ha ocurrido en menos de un mes.
Seguro que el gracioso del vecino si los hubiese visto así, habría comentado: No pongáis la tela metálica, poned un corral de pichones para cocinar sabrosos platos.
Esta es última foto de los pichones antes de abandonar el nido. Ya no queda ni rastro del pelaje amarillo, se sostienen sobre sus patas e incluso parece que conversan. Todo ha ocurrido en menos de un mes.
Seguro que el gracioso del vecino si los hubiese visto así, habría comentado: No pongáis la tela metálica, poned un corral de pichones para cocinar sabrosos platos.
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