Cuando era
pequeña me aburría muchísimo en todas las clases y me entraba un sueño
invencible que solo podía esquivar metiéndome en el libro de Geografía donde
veía las fotos de lugares exóticos. Me imaginaba visitándolos, viviendo mil y
una aventuras como las de los protagonistas de las películas. Por eso siempre quise
ir a Atenas, a las pirámides de Egipto, a las ruinas del Machu Pichu y a los templos budistas de la India. Allí
descubrí uno de los sitios más increíbles: la ciudad de Samarcanda, en la ruta
de la seda, nudo de comercio y de comunicaciones donde se encontraban todos los
viajeros de Oriente y Occidente.
Por fin, este
mes de octubre, aprovechando el clima benigno del otoño, se ha cumplido mi
sueño, he viajado a Uzbekistán y he visto con mis propios ojos la insólita ciudad. Como
no me atrevo a viajar por mi cuenta, opté por un viaje organizado por Periplos
que trabaja con la agencia de Nuestro Pequeño Mundo de Alicante. El país es barato, pero el viaje no tanto
porque no hay vuelos directos y viajar con las líneas turcas encarece los
precios; además realizamos un vuelo interno desde aeropuertos sin aviones y un
trayecto en Talgo con tecnología española un tanto anticuada. Muchos kilómetros y poco
tiempo libre para rentabilizar el viaje de ocho días. Todo estaba medido y bien
organizado por Eugenio y Alberto, con un guía acompañante, Ruslan, que nos
explicaba con todo detalle la historia, los monumentos y los personajes
importantes que hicieron que este país, lejos del mar y situado en espacio inhóspito,
apenas sin vegetación, con un clima extremo, fuera el centro del mundo, donde confluían
los saberes de Persia, China, India, Bizancio y Roma. La arquitectura impactante, es muy similar en todas las ciudades y al final, con el síndrome del turista empachado, no lográbamos
distinguir una madrasa de una mezquita ni una ciudad de otra. Todas las
ciudades responden a la arquitectura de las
cinco M: mercados, madrasas,
minaretes, mausoleos y mezquitas. Solo vimos camellos de cartón piedra
decorando plazas.
A Uzbequistán
llegan pocos turistas y los que vamos somos observados con las mismas caras de
sorpresa que ponemos nosotros ante esos rostros sorprendentes, resultado de mestizaje entre mogoles, árabes
y rusos. No me gusta fotografiar a las personas porque creo que deben
respetarse sus creencias y gustos, pero extrañamente aquí fui yo la
fotografiada. Reverencian a los ancianos y llaman la atención, sobre
todo, los grupos de mujeres sonrientes con dientes de oro, que según nos
explican llevan en su dentadura un capital por si son repudiadas. El fotógrafo Serguéi Mijáilovich Prokudin-Gorski nos dejó unas espléndidas fotos de
principios de siglo XX que todavía siguen vigentes, sobre todo sus retratos:
La comida es
rica y abundante, numerosos entrantes de verduras, sopa y carne. El
plato típico de las celebraciones es el plov, una especie de cuscús con arroz
que ellos tratan de relacionar con la paella.
En este viaje he
conocido historias heroicas de conquistadores legendarios como Gengis Khan,que saqueó el país; el persa Ismael Samanní que gobernó en los siglos noveno y décimo; Tamerlán, el conquistador que creó el imperio timúrida en los siglos XIV-XV y de sabios como Al Juarizmi, el matemático, introductor
del cero y padre del álgebra; Avicena el médico descubridor de la circulación
de la sangre;Ulugbek el astrónomo, nieto de Tamerlán. En Samarcanda nos encontramos con una
calle con el nombre de Rui Gonsalez de Clavixo, embajador madrileño que envió Enrique III de Castilla en 1403 con el fin de
convencer a Tamerlán para que guerreara con los turcos otomanos y así impedir
que se expandieran por Europa.
En la actualidad, las ciudades más importantes son calcos de una ciudad rusa: grandes avenidas y jardines, aceras inapropiadas para el peatón por su falta de iluminación, asfalto estropeado por los hielos y monumentos megalíticos a sus antepasados (las esculturas de Lenin y Marx han dejado paso a Tamerlán en todas las plazas). No ocurre lo mismo en Khiva y Bukhara, ciudades menos conocidas, que todavía conservan su casco antiguo.
El estado es
laico aunque en su calendario conservan todas las fiestas islámicas y deja solo una pequeña parte de las
mezquitas para el culto, vigilando y censurando todo lo que suene a
fundamentalismo porque tiene como vecina a Afganistán. El gobierno es supuestamente democrático con un dictador claramente pro-ruso; admiten el aborto y han abolido la pena de muerte. Se están
abriendo ahora al turismo y sorprende que, en lugares históricos en plena
reconstrucción, se pida una pequeña cantidad para hacer fotos sin que conste en
ningún lugar. Los museos son pequeños y cutres, pero los artesanos y los
mercaderes de baratijas han usurpado el lugar de los antiguos estudiantes de
las madrasas para vender sus productos, lo que nos choca sobre todo a los
cristianos acostumbrados a oír el episodio de Jesús y los mercaderes en el
templo. No hay muchos hoteles y estos no
responden a los gustos del viajero occidental. Los aseos públicos son escasos y
sucios, unisex y a la turca, a pesar de que también te cobran dinero. En un
largo trayecto en autobús no quedó más remedio que parar en medio de la
carretera y hacer nuestras necesidades entre campos de algodón con
el culo en pompa reluciendo al sol. No vimos pobreza en ningún momento y los zocos eran un ejemplo de higiene.
Samarcanda responde a su aura de leyenda: no tiene mar pero es azul, por su cielo, por los reflejos de las cúpulas turquesas y los azules de los minaretes. La cerámica y los mosaicos que recubren sus estructuras de barro relucen majestuosas bajo un sol implacable. Es un oasis en medio del desierto que lleva siglos sorprendiendo a los cansados viajeros. Un faro para guiarte en el desierto. Se siente el síndrome de Stendhal: la belleza de su construcción arquitectónica es sublime, los espacios son majestuosos tanto de día como de noche. Pero, en realidad es un espejismo, queda muy poco de la ciudad antigua de Samarkanda, excepto los monumentos, que están muy reconstruidos desde la época soviética. Se ha perdido la pátina del tiempo y se tiene la impresión de estar en un magnífico e insólito decorado de cine.
Samarcanda responde a su aura de leyenda: no tiene mar pero es azul, por su cielo, por los reflejos de las cúpulas turquesas y los azules de los minaretes. La cerámica y los mosaicos que recubren sus estructuras de barro relucen majestuosas bajo un sol implacable. Es un oasis en medio del desierto que lleva siglos sorprendiendo a los cansados viajeros. Un faro para guiarte en el desierto. Se siente el síndrome de Stendhal: la belleza de su construcción arquitectónica es sublime, los espacios son majestuosos tanto de día como de noche. Pero, en realidad es un espejismo, queda muy poco de la ciudad antigua de Samarkanda, excepto los monumentos, que están muy reconstruidos desde la época soviética. Se ha perdido la pátina del tiempo y se tiene la impresión de estar en un magnífico e insólito decorado de cine.
Nuestro amigo y viajero Jaime Ortolá Crespo ha hecho unas magnificas fotografías:
Aconsejo admirar las fotos y oír la música de Borodin al mismo tiempo.
muchos más datos, sobre todo para los que quieran viajar por libre.
1 comentario:
Muchas gracias por tan excelente descripción y comentarios.
La verdad es que me ha entrado el 'gusanillo' por visitar tan exóticos parajes.
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