Ante el
espejo se atildó y se atusó el bigote a lo Carl Gable, después se dirigió a la
cocina y cogió una viagra. “Esta noche triunfo”. Tenía 90 años y no lo
aparentaba, o por lo menos así lo creía él y todas las que se arrimaban a su rolex
de oro. De mediana estatura, con hechuras de galán antiguo y voz atiplada, saludaba
militarmente y se deshacía en elogios cuando veía aparecer una hembra. La
vocación de donjuán la tuvo siempre; pero los tiempos de la dictadura y un
matrimonio aburrido con una mujer de escasa salud, que no le dio hijos, le
ataron corto. En la transición, ya viudo, se hizo asiduo a ciertos bares y raro era
el día que no pegaba la hebra con una sudamericana de buen ver, con necesidad
de dinero y moral distraída. Hasta lo intentó con la mujer de su mejor amigo de la que estaba enamorado desde los treinta
años cuando la vio amamantar a su hijo. A medida que fue cumpliendo años, junto
a los piropos recurría a regalar joyas.
Vaya que si
triunfó, dos días después se lo llevaron en olor de multitudes en una
ambulancia. Dos dominicanas espectaculares se le habían acercado, él las invitó a unas copas y luego dejó de recordar. Un
policía le comunicó que le habían dormido con Rohypnol, un
anestésico quirúrgico de actividad hipnótica y sedante. En un cajero le sacaron todo el dinero que pudieron y luego fueron a su
casa donde tropezó con la alfombra y cayó desmayado mientras le desvalijaban. Su sobrino, alarmado por su ausencia, lo encontró y avisó a urgencias. Maltrecho y
dolorido se dijo en el hospital: “Esta es la última vez”. Un mes después volvió a las andadas. Sangre y
figura hasta la sepultura. miércoles, 25 de diciembre de 2013
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