La mujer delgada, vestida de negro y peinada con un moño, se
acercó sigilosamente a la cama donde había dado a luz su hija, acarició la frente
sonrosada de la criatura y sentenció:
- Es nena, vivirá
Ella sabía de estas cosas, había parido cinco hijos y solo
le habían sobrevivido las hembras, como era costumbre en su familia. A esa niña
le siguieron otras, en total tuvo seis nietas que se criaron sanas y rollizas.
Todas se llamaban María: Maricarmen, Marialuisa, Maritere, Mariaisabel,
Mariángeles, Mariadolores. La abuela
ideó un plan infalible para no equivocarse con sus nombres: a todas las llamó
Maritú. Siempre había una Maritú para ayudarla a levantarse, para rezar el
rosario, para encender las velas, para hacer un recado. Pero todas las Maritús se sintieron
ninguneadas y no demostraron ningún afecto por esa figura de corazón helado,
forjado en las desgracias, que siempre tenía un reproche en la boca.
- Ahora os reís, pero acabaréis llorando.
Las Maritús no tuvieron ningún éxito con los hombres, se quedaron en un matriarcado forzoso y gozoso: tres
solteras, una viuda, una separada y una madre soltera. Sólo tuvieron hijas que
perdieron el María delante del nombre en rebeldía con su abuela, una mezcla
entre doña Perfecta y Bernarda Alba, pero que conservaron la M inicial: Marta y Miriam. Como estaba previsto, las bisnietas sobreviven con
buena salud y su color preferido es el verde.
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