En nuestra ya algo lejana adolescencia a veces jugábamos al chirili. Era un juego, generalmente de naipes, pero no necesariamente, pues el juego era falso, imaginario, humorístico. Se trataba de embromar a algún chico o chica que llegaba a nuestro grupo de amigos. Se le decía: Vamos a jugar al chirili, ¿sabes jugar? ¿No? Pues ve mirando mientras nosotros jugamos y así aprendes, verás cómo lo pillas en seguida.
Se repartían las cartas y se iniciaba una serie disparatada de lances producto de la imaginación de los conjurados, sin lógica alguna pero acompañados de grandes exclamaciones de triunfo o de disgusto por los supuestos éxitos o fracasos de cada jugador. Cuando se pensaba que la víctima había aprendido lo suficiente, se le obligaba a entrar activamente en el juego, con lo que su desconcierto llegaba al extremo hasta acabar a veces en un cabreo supino, o aceptar la broma y esperar la ocasión de desquitarse con el próximo novato.
Más conocida es la broma de “cazar gamusinos”, animales imaginarios a los que se obliga a acechar, a horas intempestivas y en lugares incómodos, a algún incauto que sabe poco de la vida rural y las actividades venatorias. Esta gamberrada se da, con nombres distintos, en toda la península y en otros muchos países. Pero es seguro que está en retroceso en todo el mundo, por la disminución de la vida rústica y, con ello, de la caza. En cambio, ha pasado al primer plano de la vida política.
Nuestros grandes partidos, especialmente los de derechas, nos invitan continuamente a jugar al chirili y nos llevan cada noche a cazar gamusinos. En efecto, a diario montan grandes zapatiestas por asuntos absurdos y ridículos, con argumentos imaginarios difundidos a mansalva por medios generosamente pagados y a menudo apoyados en ámbitos judiciales muy determinados, todo ello para distraer la atención de los verdaderos problemas de nuestra sociedad: el deterioro de la sanidad, el hundimiento de la enseñanza pública, los incendios forestales, los problemas autonómicos, las matanzas en los sitios que sabemos, la vivienda...
Se podría preguntar: ¿nos toman por idiotas? De ninguna manera: somos idiotas, a la hispana y a la griega.